Revolución e Identidad

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Tal vez uno de los mayores logros de la Revolución en Venezuela es haber comenzado a construir una auténtica identidad nacional. ¿Por qué?

Antes de la Revolución, se decía que en el exterior los venezolanos éramos conocidos por el petróleo y por las mujeres hermosas. También se decía que, en tiempos de CAP, nos reconocían por expresiones como “tabarato, dame dos”. Es decir, no nos conocían por nuestra historia, por nuestros valores, por nuestros héroes nacionales. Asimismo, los venezolanos no nos autorreconocíamos como tales. Las aspiraciones de los sectores de clase media y alta eran parecerse cada vez más a los estadounidenses, copiando patrones de conducta foráneos y repitiendo valores de consumo. Durante años se nos vendió un modelo según el cual éramos medidos y valorados por cuánto teníamos en dinero y por las mercancías que exhibíamos. Los símbolos de estatus estaban perfectamente definidos en revistas importadas exclusivamente del norte como Times o Newsweek.

Con la Revolución, esto empezó a cambiar. Los venezolanos iniciamos el rescate de nuestros héroes y de nuestra historia. Comenzamos a reconocer en Bolívar y en el bolivarianismo un elemento alrededor del cual podíamos identificarnos y diferenciarnos en el concierto de naciones, a la vez que el mismo bolivarianismo nos permitía integrarnos en nuestro entorno latinoamericano. Así mismo, los venezolanos empezamos a pronunciar palabras que estaban proscritas. Revolución, antiimperialismo y bolivarianismo fueron términos que inundaron los discursos oficiales y las conversaciones en las calles. Personajes silenciados por la Historia Oficial (la que escribieron los vencedores) empezaron a brillar. Los venezolanos escuchamos ahora, con otro sentido, a Ezequiel Zamora, Simón Rodríguez, Cipriano Castro y el “mocho” Hernández, por citar algunos. Se reivindicaron figuras fuera de nuestras fronteras, tales como Fidel Castro, Augusto César Sandino, el Che Guevara, Mao Tse Tung y Farabundo Martí, entre otros. Incluso en el aspecto cultural, se comenzó a escuchar, en las emisoras y televisoras del Estado la voz de Alí Primera, no siendo así, por supuesto, en los medios privados.

No fue casual esa pérdida de identidad cultural de la IV República. Un modelo de dominación capitalista intentó convencernos de que la globalización era conveniente para todos los pueblos. Nuestros acervo y bienes culturales intentaron ser arrebatados, deformados y hasta privatizados. El informe 2004 del PNUD, “La Libertad Cultural en el Mundo Diverso de Hoy”, señala que los bienes culturales “transmiten ideas, símbolos y modos de vida y son una parte intrínseca de la identidad de la comunidad que los produce,” en tal sentido, dejar en manos en manos de las fuerzas de mercado la producción cultural reduciría drásticamente la diversidad cultural. Eso sucedió en Venezuela, se intentó que nuestra producción cultural se manejara como una empresa que se regiría por las leyes del mercado y de la competencia. Intentaron dominarnos deformando nuestra identidad cultural “con modelos importados que no son la solución” (Plástico, Rubén Blades).

La Revolución ha hecho énfasis en el factor cultural, no sólo creando un Ministerio para la Cultura, sino sentando las bases de una verdadera identidad que día a día se construye. Por eso citamos a Daniel Mato, 1993. (Construcción de identidades pannacionales y transnacionales en tiempos de globalización, Fondo Editorial Tropikos) quien señala que la identidad cultural implica una construcción y no un legado pasivamente heredado, es decir, hoy en día, esa construcción es una recuperación del daño que sufrimos en lo cultural como pueblo y un avance en el desarrollo de nuestra identidad. También señala el mismo autor que “históricamente, la identidad cultural ha jugado un papel fundamental en la movilización de grupos étnicos, sectores populares, estados nacionales, entre otros, asignando un sentido y una fortaleza a procesos de transformación social y política”. He allí la importancia de dotarnos de una identidad nacional y cultural que nos de la fuerza para los procesos de transformación, para la formación de la Nación y para la Revolución.

En esta nueva identidad no tienen sentido los valores del individualismo y la competencia, tan ampliamente difundidos por los medios de comunicación y piedras angulares del neoliberalismo. Estos principios tropezaron con conceptos diferentes en la Revolución. Es así como hoy se habla de la solidaridad y de la cooperación como ideas contrapuestas y enfrentadas a los valores del capitalismo exacerbado. Se enfrenta a un modelo de desarrollo importado del norte con un modelo de desarrollo endógeno, sustentable y autogestionario. El modelo de empresarios que se propone (los cooperativistas) tienen como fin el bien común y el desarrollo social, y no el enriquecimiento individual a costa del sufrimiento, la explotación y la pobreza de otros.

Incluso, los valores de la belleza también empezaron a cambiar. Hoy reconocemos la belleza en el rostro de los incluidos, en la alegría de quienes cuentan con programas como Barrio Adentro, en la esperanza de quienes sueñan progresar con la misión Vuelvan Caras y quienes ven a sus hijos con la educación garantizada. La belleza no está en el rostro anglosajón de los comerciales de TV, ni en los patrones que a fuerza de cirugía construye Osmel Sousa, ni en los implantes de las damas de la “high”, ni mucho menos en las mercancías occidentales. La belleza está en el entusiasmo del pueblo que empieza a sentir la verdadera venezolanidad, que disfruta por primera vez de la Libertad, que asume y ejerce plenamente la libertad de expresión, y para quien el recuerdo de la represión, las torturas y las muertes quedaron para siempre en el pasado de la IV República.

Somos, tal como reza nuestra constitución, una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural que intenta construir un Estado verdaderamente libre y soberano, que reconozca a esa inmensa mayoría que durante siglos estuvo viviendo la exclusión social. En base a ese Estado en que nos constituimos a partir de 1999, y consustanciados con los valores de esta nueva identidad es que nos dedicamos a la tarea de convertimos en Nación, entendida como el pueblo que adquiere voluntad política (Heller, H. (1.961). Teoría del Estado. México: Fondo de Cultura Económica). Somos ese pueblo que en base a una voluntad política clara, ha tomado conciencia de su papel en el mundo globalizado, neoliberal y unipolar, construyendo una Nación con identidad propia, enfrentado a ese mundo multiplicador de pobreza, y armado principalmente de cooperación, solidaridad e internacionalismo. Somos un pueblo con Revolución e Identidad.

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Omar Gómez / Espacio Autogestionario

Conductor del programa "Latinoamérica Unida", por La Radio del Sur.

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