Chávez gana cada vez que apuesta al debate

Palabra cierta, dicen los brujos. La semana pasada, en mi columna de Quinto Día, mencioné a Érika Ortega, reportera de VTV, como joven ejemplo a seguir por su manera seria, respetuosa y serena de entrevistar a personeros de la oposición venezolana.

Quiso el destino, o la casualidad, que una semana después ocurrieran dos episodios vinculados con el tema.

 Comienzo por el segundo y más feliz de ellos: el desafío lanzado por el presidente Hugo Chávez a los más conspicuos intelectuales del neoliberalismo latinoamericano —presentes por estos días en Caracas— a debatir sobre sus ideas políticas y económicas en el maratón televisivo con el cual se están celebrando los 10 años de “Aló, Presidente”.

 Con su gesto de este jueves, Chávez no sólo pasó la pelota a la cancha de la derecha, sino que hizo un aporte para la racionalización del debate político en Venezuela. Éste, como es notorio, ha estado signado en los últimos tiempos por la disminución (cuando no la desaparición) de los escenarios para la confrontación de las ideas, cara a cara y frente a la ciudadanía, donde los actores políticos defiendan las de cada uno, con sus mejores argumentos, tal como sí está obligada a hacerlo la gente común y corriente en su día a día dentro de una nación diversa y plural.

 Por lo general, cada vez que la Revolución Bolivariana opta por ese camino sale ganando. Recordemos el tamaño acierto que fue la invitación extendida a los estudiantes de oposición para debatir con sus pares bolivarianos en la Asamblea Nacional, en cadena de radio y TV, allá en el año 2007. La huida de la derecha por la ídem demostró que, cuando se tiene la razón, no hay por qué temer al debate. Hace pocos días volvió a pasar casi exactamente lo mismo, esta vez en cabeza de los rectores de la UCV y la USB, cuando decidieron abandonar un inesperado escenario de discusión racional en la sede del Ministerio de Educación Superior, al término de una marcha opositora. Argumentaron que era una emboscada. Una emboscada de las ideas, será.

¿Qué tiene que ver todo esto con Érika Ortega? Bastante. Ella y muchos otros reporteros —usualmente menos famosos que los más estridentes— simbolizan ese mismo camino en el terreno del periodismo. Sin necesidad de ocultar su propia posición política, que todo el mundo la tiene y más aún en Venezuela, encarnan ellos, ante todo, la capacidad de reconocer la existencia de un contrario y, también, la de escuchar, preguntar, repreguntar y contra-argumentar ante las ideas ajenas, sin descender al sótano de la riña, la burla y la descalificación.

 Precisamente lo mismo que Chávez le ha planteado a Vargas Llosa y compañía, y que no tiene por qué circunscribirse a esta coyuntura y a unos visitantes extranjeros. Un debate de esas características, si se diera, puede contribuir a la mejor construcción del modelo de comunicación y participación política asociado al proyecto de socialismo que la Revolución Bolivariana desea construir en Venezuela, con impacto en el resto del continente americano. Un modelo donde prive el reconocimiento de la diversidad y la discusión transparente y pública de los asuntos colectivos.

La pelota sigue del lado de la derecha y, a esta hora de la madrugada en que escribo para Aporrea.org, aún desconozco si los huéspedes de Cedice aceptarán la invitación a Aló, Presidente, como sí aceptan las que a diario les hacen sus panas burda de Aló, Ciudadano. Ojalá lo hagan. ¿Se imaginan? En una esquina Vargas Llosa (el papá, no el hijo, quien esconde el apellido de la madre) y en la otra, digamos, Luis Bitto García. Dos modelos y dos visiones en un debate crucial no sólo para América Latina, sino para la humanidad toda. Y, con palabras al gusto de Cedice, made in Venezuela.

El otro episodio vinculado a Érika Ortega fue el ocurrido este miércoles, cuando resultó agredida en un lamentable incidente con un equipo de Globovisión, encabezado por la también periodista Beatriz Adrián, en el momento en que aquélla intentó formularle preguntas a Vargas Llosa (el padre) durante su arribo al país por Maiquetía. Vaya en estas líneas la ratificación de mi solidaridad, como ya se la manifesté vía telefónica. El miércoles en la madrugada, horas antes de que esto ocurriera, escribí para Quinto Día el artículo que más abajo reproduzco, donde, a propósito de un asunto bastante menos importante, hago algunas reflexiones sobre el desbarajuste existente en el ejercicio del periodismo y la forma como algunos reporteros asumen tan exigente oficio. Palabra cierta, dicen los brujos.

Confusiones en torno al periodismo

27/05/2009

En ese océano digital llamado Aporrea.org, que ya cumplió siete años, se desarrolló una polémica entre José Sant Roz y quien esto escribe, que para mí está cancelada.

Sólo me refiero a ella con el ánimo de aclarar a los desentendidos un mito muy extendido con respecto a los periodistas y la vida interna de los medios de comunicación social, ahora que el tema de los medios vuelve a estar en el centro del debate público venezolano.

En su última entrega, Sant Roz cree asustar con la amenaza de hurgar en los archivos digitales de El Universal, donde supone que entre 1997 y 2000 deben reposar escritos de corte antichavista bajo mi firma, como aquel que bajo la suya me permití traer al presente para recordar cómo su ácido de hoy lo aplicó antes al mismísimo presidente Chávez.

Enumera el profesor una cantidad de personajes, como Sofía Imber, Carlos Rangel y Nelson Bocaranda, entre otros, para demostrar que en el periódico de Andrés Mata sólo podía escribir alguien de derecha y, sobre esa premisa, llega a la conclusión de que aquel joven reportero que yo era tuvo que “entenderse” con el dueño para poder publicar en esas páginas.

Sirva esa temeridad para aclarar lo que en otros tiempos lucía obvio, pero en el actual no tanto: una cosa son columnistas y articulistas de opinión —como es el caso— y otra los reporteros, que escriben noticias, crónicas, reportajes y entrevistas.

Hoy, como digo, la distinción no es clara para el ciudadano común, pues las columnas de opinión suelen publicar chismes disfrazados de noticias y las notas informativas se alejan de la noticia con demasiada frecuencia para imitar un manifiesto, cargadas de sesgo y tergiversación. Un desquiciamiento, pues, de los géneros periodísticos que ignoro si haya otro país donde pueda apreciarse tan nítidamente como en Venezuela.

No todos, claro está, pero algunos reporteros se asumen vengadores políticos, agitadores con micrófono en mano, de suerte que en la calle se les ama o se les odia, como si fuesen líderes propios o ajenos, aunque, en definitiva, incumplan su misión de informar y, más bien, la reduzcan a la del simple y fugaz entretenimiento.

Articulistas de opinión, por su parte, se visten de informadores para presentar como micro-noticias el producto de laboratorios de guerra sucia, rumores no verificados o simples invenciones, sin más código de ética que los intereses políticos o económicos propios o de sus mandantes.

El desbarajuste, que terminó por contagiar a ambas aceras de nuestra cotidiana polarización, comenzó hace ya tiempo. Son de colección los artículos que al respecto escribía Marta Colomina en El Universal, cuando los afectados por los entonces tímidos ataques de la prensa eran el gobierno de Rafael Caldera y sus aliados de AD. En aquel entonces la profesora solía citar, válgame Dios, las investigaciones de Ignacio Ramonet sobre los mass media.

El ascenso del candidato Hugo Chávez en las encuestas, allá por 1997, comenzó a desatar demonios que hoy andan sueltos.

Yo entré a trabajar al viejo diario en 1996, en medio de un proceso de rediseño y modernización, y renuncié la primera semana de mayo de 2002, fresco el golpe de Estado de abril.

De esa experiencia conservo infinidad de trabajos que quizá algún día formen parte de un libro sobre aquella época.

Una que otra vez, cuando la jefa de Nacional y Política era Milagros Pérez, a algunos periodistas se nos pedía escribir, por vía de excepción, pequeñas columnas de análisis político. Cierta vez, me pidieron el favor de contactar a algunos personeros chavistas que quisieran escribir en las páginas de opinión, y así comenzó a hacerlo Adán Chávez Frías. En esa época también podían leerse las firmas de Chavela Vargas y William Izarra, entre otros, al lado de las de la rancia derecha.

En un momento dado, había en la redacción gente de izquierda como para fundar un círculo bolivariano: además de Milagros, Jorge Recio, Taynem Hernández, Iván Padilla Bravo, Felipe Saldivia, Clodovaldo Hernández, Cecilio Pérez, Manuel López, y otros más, incluido Manuel Abrizo, una de las mejores plumas de Venezuela, a quien acaban de designar, por cierto, miembro del Jurado del Premio Nacional de Periodismo. Allí, obtuve dos veces el premio anual de redacción y en junio del 2002 recibí de manos del presidente Chávez el Premio Nacional por mis entrevistas en un periódico donde ya no trabajaba.

Todas ellas, y los demás escritos, están disponibles en Internet y es fácil ubicarlos, sin necesidad de hurgar demasiado, así como los que desde aquel año aparecen en Quinto Día, donde me estrené como columnista. Estoy orgulloso de todos ellos y más bien disfruto revisándolos. Son reflejo de una época. Ninguno me avergüenza. Como alguna vez escribió Elías Canetti: “Cobarde, realmente cobarde es aquel que se asusta ante sus recuerdos”.

Taquitos

MEXICO. Estuvo de visita en Venezuela el periodista David Brooks, corresponsal del diario La Jornada en Nueva York y Washington. Mexicano con cara y apellido gringo, David contó cómo los lectores nuestros países tienen la impresión de que en la Casa Blanca están todos los días pendientes del respectivo terruño, pues los corresponsales suelen destacar cualquier mención o declaración que los toque, como si fuese lo más importante. En realidad, explicó Brooks, muchas declaraciones de funcionarios o políticos son retahílas de preocupaciones, certificaciones o felicitaciones que se enumeran como una lista de mercado, y cada corresponsal las toma como la noticia principal. ¿La OEA y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? “Eso no existe. A nadie le importa, realmente, salvo a quienes van hasta allá a presentar sus casos en Washington”, dice. ARTE-DIEZ. Felicitaciones a Sandra Diez, por la apertura de la galería Arte-Diez, en Las Mercedes. Inauguró con “Impresiones”, una excelente muestra colectiva de reconocidos autores venezolanos. DESAGRAVIO. Como muchas de nuestro hablar coloquial, la palabra “guachimán” es una derivación latinoamericana de un término de origen inglés: watch man. En un escrito que publiqué en Internet hice una infeliz metáfora con ella, por la cual recibí queja del señor Carlos Silva por demás justificada. Sirvan de desagravio estas líneas y vaya mi saludo respetuoso para todos los hombres y mujeres que trabajan como vigilantes, públicos o privados, un oficio mal remunerado y poco reconocido por la sociedad. CITA: “En un tiempo de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. George Orwell.


columnacontralacorriente@yahoo.es


Esta nota ha sido leída aproximadamente 3989 veces.



Ernesto Villegas Poljak

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

 @VillegasPoljakE

Visite el perfil de Ernesto Villegas Poljak para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Ernesto Villegas Poljak

Ernesto Villegas Poljak

Más artículos de este autor