Al ritmo de los fogonazos

Hay que ver que aquí no paramos de escandalizarnos o actuar con extrema ligereza frente a asuntos nimios o por el contrario, muy importantes. Lo trascendental se banaliza y lo fatuo se realza. Vivimos una especie de esquizofrenia. Y es que, cuando menos, a veces tengo la sensación de que en Venezuela todos formamos parte del elenco de una comedia de lo absurdo. Y cómo no pensarlo, si una periodista cree que divulgar el sueldo de un diputado, de los más de cien que hay en la Asamblea Nacional (AN), constituye el tubazo del año y que eso justificaría (show mediante) que la persiga la policía política venezolana.

Cómo no pensarlo si una diputada coloca en la agenda del día la divulgación del sueldo de su colega, y arma un zafarrancho de pronóstico cuando “descubre” que fue conseguido por los “caminos verdes”. Y me pregunto ¿si la periodista manda un memo solicitando la información hubiese recibido respuesta? En tanto es pública, así debe ser. Cómo no pensarlo sí los logros políticos de los sectores en pugna son directamente proporcionales a los actos que una u otra tendencia logren hacer (o impedir) en las plazas Bolívar donde cada uno gobierna. “Con mi plaza no te metas, en eso me va la gestión”.

¿Cómo no pensarlo si hay gente capaz de oponerse a la eliminación de la pesca de arrastre, sin ser dueños ni de la foto de una retro pescadora, actividad devastadora del ecosistema maríno?

Cómo no pensarlo, si hay gente capaz de justificar la pita a un pelotero que nos representa en un compromiso internacional, dizque con el argumento de que se “metió a político”. Lo cual, según este razonamiento, justificaría las acciones del fascismo ilustrado de la clase media venezolana, que muchos hemos padecido en la última década. Políticos somos todos, ergo, “aguántense que aquí vengo yo, la clase pensante del país”.

Cómo no pensarlo, si algunos empresarios creen que el gobierno es cogido a lazo y cambian las presentaciones de los artículos de primera necesidad para burlar las regulaciones de precios (ahora hay arroz perfumado, atún ahumado, harina integral) y se quejan alegando que es un ataque contra la libre empresa.

Cómo no pensarlo si llegamos a la estupidez de aceptar que un canal de televisión invada nuestras vidas. Hay quienes, desde el gobierno, se comen todas sus fintas. Hay quienes, desde la oposición, creen que aparecer en su pantalla da la legitimidad que no obtuvieron con los votos. Hay quienes lo utilizan para medrar, para ascender y para hacer caer. Y la verdad es que cada día matan un poco más a nuestro periodismo. Y ni hablar de nuestra salud mental como Nación.

Sindéresis. Equilibrio. Mesura. Planificación. Discreción. Justicia. Son palabras que debemos incorporar a esta trama. No respirar a través del canal de marras no permitiría sobrevivir. Y dejar, por fin, de actuar al ritmo de los fogonazos.


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Mercedes Chacín*


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