De los inmigrantes y extranjeros y el ejercicio del poder en América Latina

Con motivo de una reflexión sobre los hechos de abril de 2002 y sobre la Venezuela de la última década, de cambios revolucionarios, dejé correr con nervio una reflexión sobre los porqués de la actitud enajenada de tantos venezolanos, amante de lo alienígena y despectiva de lo propio. Sobre todo de tanto venezolano opositor, que vio con la llegada de Hugo Chávez al poder −morenito él y poco académico, en el sentido convencional− una suerte de retroceso en la escala evolutiva de la cultura occidental. Se aspiraba a una Europa o a unos EEUU, donde quienes mandan encarnan el ideal de la blancura progresista, otrora conquistadora e imperial y hoy arrellanada sobre un “alto nivel” de vida y comodidad. De hecho, si de asegurar el pan se tratase, como entienden muchos el progreso, las dos terceras partes de sus habitantes padecen de obesidad, seguramente un daño colateral de la superlativa felicidad.

No hablemos del caso Obama en los EEUU, un negrito que hoy amenaza con hacerse del poder en los EEUU y mandar a los mil diablos tanto escrúpulo y tanta mente chapada en la exquisitez cultural. El hecho que, como mesnadas políticas, tenga la derecha política venezolana que obedecer sus lineamientos gringa en la dura tarea de salir del zambo que gobierna Venezuela, es ya bastante indicio de que sus convicciones elitescas son una estupidez, resabios de viejas épocas de gloria donde lo cortesano (en el sentido clasista) y señorial les colorea el recuerdo de sus ancestros.

No digamos tampoco que el pobre Obama, como cualquier presidente de los EEUU, es una triste figura delante del podio, a expensas de las ordenanzas del verdadero poder que se esconde tras bastidores. Digamos que, por un lado, ello decepciona la cultivada aspiración de poder implícita en toda mente cortesana que juega metras cerca de su rey. En su mente regurgita el estigma de que se es rey para gobernar y ser "señor de vidas", como siempre ha ocurrido en el pasado y como es esperable que ocurra en el presente, si se es portador de una alta cultura de clases y educación superuniversitaria, recibida en los mejores centros educativos del planeta.

Pero por otro lado les consuela saber que también como, aparentes cortesanos, pueden aprehender el poder (no todos pueden ser rey), manteniendo en sujeción el sistema, como una mente sobre un tablero de ajedrez, utilizando hombres a modo de jugadas políticas o económicas, y como es la realidad del poder hoy en día. Ello trae a colación un ejemplo más tropical y muy al pelo, por cierto: Álvaro Uribe Vélez, el presidente de Colombia, una figura del sistema “de poder” muy a su pesar, así como se apresta ser Barack Obama. Por más que el culto abogado se antoje de ejercer su poder en el reino de la presidencia, apoyado por su cohorte paramilitarista, nunca excede los esquemas que la oxidada oligarquía le impone. Y ello es frustrante para el pequeño gran hombre, quien se duele de no ser más poderoso que su ministro de la defensa o de no reunir méritos de clase para ser aceptado en los lugares donde pisa el poder económico. Su presidencia es un ejemplo de cómo un cortesano que quiere ser rey brega por abolir el esquema y los sentimientos cultivados por él mismo. Su nombre es resentimiento y revancha.

Pero volviendo al punto inicial, con la disculpa de ustedes ante la digresión (que no es tal), digo que buscaba explicarme por qué el venezolano opositor le da la espalda a una propuesta política de nacionalismo y soberanía como la de Hugo Chávez, reprobada en cualquiera de sus aspectos, sea sobre el gentilicio histórico venezolano, sea sobre su política en favor de las clases populares, se trate de promover leyes que apuntalen el interés propio ante la inversión extranjera, háblese de integración en el plano continental o lo que sea. Por ningún lado pasa la prueba, sitiado −se dirá− por tan implacable espíritus cultivados en la exquisitez de la historia y en el futuro de los progresos.

Ni una Venezuela miembro del MERCOSUR, ni un Consejo Suramericano de Defensa, ni la petición de uso de una moneda única latinoamericana, ni un parlamento suramericano, aunque sea a reflejo de Europa. ¡Pardiez: nada! Nada que estreche lo que es familiar y común entre lo propio, sobre la misma tierra, y regule lo extranjero. ¡Caramba! −hay que preguntar−: ¿no son todos estos mecanismos, al fin y al cabo, copia de lo extranjero amado, o de lo amado extranjero ensayado con éxito sobre otros espacios, dignos de su realce y promoción, si europeo mejor? ¿No es MERCOSOR semilla naciente de una Comunidad Económica Europea pero para Latinoamérica? ¿No es el Consejo de Defensa una suerte de OTAN latinoamericana? ¿No es el Parlamento Andino un esfuerzo de Parlamento Europeo? (Copia en cuanto a experimento exitoso, pero original en cuanto a concepto de integración bolivariana).

¡Caramba, no se entiende! No se puede explicar cómo no cala lo que tanto opositoramente se ha amado: EEUU, Europa, el "primer mundo" y sus mecanismos de progreso. ¿No es en eso, pues, donde radica el germen de la inconformidad política con el modelo que proponen hoy los presidentes reformistas latinoamericanos? ¿No es garantía ello de que no se viaja hacia un modelo político de otro mundo, sino hacia uno terrícola, harta y exitosamente ensayado en un sector del planeta, tanto mejor si occidental europeo? ¡Caramba, no se entiende, ni se visualizan en el panorama más demostraciones sobre el aspecto ideológico que calme la intestinalidad de la derecha política de estos lados! Que si Cuba, que si el comunismo, que si el socialismo, que si la URSS, que si China... ¡Pamplinas −hay que exclamar−, cuando se propone implementar un mecanismo ensayado por su misma preferencia y condición política! (Por eso es que muchos exclaman, sarcásticamente, “¡Compadre, este comunisno nos está matando!” No hay tan descomunal montaña que una ceguera pueda ver).

Hay algo más de fondo, a no dudar, típicamente latinoamericano, y esto es el menosprecio propio, la cortesanía que se porta en los genes, importada allende el mar, desde la época de la Conquista y el cruce de culturas y sangre. No hay otro modo de explicar por qué al proponiéndose ser latinoamericanos (la relación hombre-tierra) se opte luego por menospreciar el gesto y exponer más bien que se sea como otros (la relación hombre-aire), seres más lejanos pero familiares históricos al fin, habitantes de otros espacios donde aún sobreviven vestigios monárquicos. Simple y complejo a una vez: el latinoamericano odia al indio que lleva por dentro y ama al europeo o extranjero que una vez fue.

No de otro modo se puede explicar que no se ame lo que se tiene y se muera por amar lo que ya no es suyo o se disipa en el tiempo. Ni siquiera valen réplicas familiarizantes para el exigente gusto de un oligarca opositor chapado a la europea. Un Hugo Chávez presidente es una abominación para la cultura militante de lo alienígena. Sus propuestas, como la de cualquier otro presidente afecto a los cambios (y aunque sea blanquito él y aunque replique lo europeo), valen un carajo si al concretarse mandan al diablo los genes luminosos de la Madre Patria, por denominar de algún modo la "cultura superior" por la que tanto se suspira. Y he aquí la perla lamentable: la oposición política continental, la derecha política en su fundamento hasta ideológico (es monárquica, cortesana), se cree extranjera, mejor si europea. Cualquier medida, aunque copie a lo amado, si lo saca del juego como instrumento de injerencia en cualquier sentido, no puede ser bienvenida en el espectro contrarrevolucionario suramericano.

Y un MERCOSUR, una OTAN suramericana o lo que sea, aunque imite o no la decoración de sus altares amados en la distancia, saca las manos del juego de las potencias europeas en América Latina y las coloca en el lugar debido del trato y el comercio equitativo o simétrico. ¿Hacer molestar al presidente norteamericano o a algún rey europeo? Es de lo último. Ya lo hizo Simón Bolívar en tiempo pasado, mantuano él de pura cepa, y, según soplan los vientos, lo sigue haciendo hoy, erigiéndose en el gran responsable histórico de esta barahúnda de cambios en el continente. Por ello digo que ser opositor hoy en América Latina (contrario al cambio y a lo propio), o ser militante de la derecha política, es una forma aflorante del espíritu humano de ser vasallo o cortesano, recordatoria de otras épocas. Intrínsecamente, más allá del interés material económico: un asunto de herencia cultural. Y no digo nada nuevo: ya durante la Revolución Francesa los monárquicos se sentaban a la derecha del parlamento y los revolucionarios a la izquierda.

De forma que una criatura de estas fácilmente puede ser considerada extranjera en su propia patria, hecho que no sorprende desde el momento mismo en que ellos así se denominan, solazándose en su cultura superior. Si de espíritu ya lo son y de obra no pierden la oportunidad para demostrarlo, yendo a contracorriente del apuntalamiento de conceptos identificatorios latinoamericanistas, no quedaría más remedio que así entenderlo, pudiéndose en consecuencia actuar políticamente (y soberanamente contra ellos).

¿Cómo? Nada del otro mundo, aunque no deja de justificarse la palabra "nervio" utilizada al principio de este escrito. No se trata de algo parecido a una Guerra a Muerte, como en los tiempos de Bolívar, donde los españoles y canarios no eran perdonados aunque fuesen inocentes. Nada que ver. Se trata de una medida que los mismos europeos, hoy día, con sus medidas migratorias antilatinoamericanas, se ganan con su actitud de promoción de rechazo para ellos mismos. Algo así como decir que no mande más el europeo sobre nuestros pueblos, que es lo que ha estado haciendo de cualquier modo a través de los criollos "nuestros", que así se creen y menosprecian su componente aborigen.

¿Que con qué se come el cuento? ¿Cómo llevar a cabo semejante adefesio cultural o político? Fácil es la solución cuando una "elevada" civilización como la europea-occidental propone dislates del calibre del tratar de certificar que pertenece a una clase superior o algo por el estilo con sus medidas inmigrantes. Nosotros, los latinoamericanos, europeos, indios y negros a un tiempo, pero menos extranjeros finalmente, podríamos entrar al concurso de la locura proponiendo que se inhabilite para el ejercicio político a quien en una generación o dos sea hijo de inmigrantes. No de otro modo se puede combatir tanto impulso de traición y venta en nuestros pueblos, con gente en el poder que añora el terruño que dejó su padre o madre en Italia, en Francia, Portugal o España. Si, como llevamos dicho, son traidores y vendidos a trasatlánticos dioses e ídolos muchos de quienes han vivido la casi totalidad de sus generaciones en un país suramericano, ¿cómo no habrá de ser fácil el entreguismo cuando se es hijo casi directo de uno de esos países "superiores"? Se me viene a la memoria, por decir lo que pienso, el vendedor de PDVSA, Luis Giusti... y no atino a ver la razón. ¡Ojala alguien haga mirar mis errores!

¡He dicho!, a despecho de tener amigos en tales condiciones, y, como el parlamento europeo, cumplo una fantasía de corte etnocultural, aunque no de primacía racial (que no tenemos una distintiva), sino de amor por la patria, al país, a América Latina, a Suramérica, a la Gran Colombia. A mis amigo, a Giuseppe, a Joao, a Pepe o Paco, Francöis o Manuel, desde ya les digo que los quiero, sí, que uno es un poco de todos, pero también que la patria, el habitáculo de la vida, es primero. No se es de ningún lugar si no se tiene, como los árboles, una buena raíz penetrada en la tierra.

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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