Venezolanos siete estrellas

Recuerdo, hasta donde mi memoria alcanza recordar, que siempre hubo quienes se sentían incómodos por poseer la nacionalidad venezolana que, según ellos, es una nacionalidad de tercera. Esos que han fingido acentos en el exterior para ser confundidos con los locales, ellos que se morían de asco frente una arepa cuando había tantos croissants, tantas quarter pounders, tantas deliciosas New York cheesecakes, y que ahora, repentinamente, creen haber recuperado su venezolanidad.

Pero no se confundan, no se refieren a la venezolanidad del pueblo, la que huele a tierra mojada, a jaboncito mañanero dentro de un autobús, la que no se contiene cuando escucha un tambor, la salsera, la fiestera, la que ríe a carcajadas cada vez que la vida le da un motivo, la que encuentra motivos para reír aun cuando la vida se los niegue.

Ellos descubrieron una venezolanidad sintetizada medio de aquí mucho de allá. Son venezolanos envasados con ingredientes selectos traídos los más exóticos parajes mayameros. Vibran con el himno cuando lo escuchan de lejos, se amarran la bandera al cuello cual capa de Superman, bailan tambores en bodas elegantísimas y cuando agonizan de amor patrio cantan ‘’¡¡¡Sabaaaaaanaaaaaa!!!’’ y nada mas, porque nunca escucharon el resto de la canción.

Piensan que Venezuela es un país que les ha sido usurpado a sus legítimos dueños: ellos. Por lo que han decidido construir un país paralelo, con otra bandera, con otro huso horario, con otra moneda, con un presidente colombiano, con un rey que los mande a callar, un ejercito de chicanos, negros y blancos pobres que les traiga el sosiego con sus bombas inteligentes.

Y es que su país no tiene pretensiones de soberanía, para ellos entregar lo que pertenece a todos para beneficio propio es un ideal. El país que quieren no tiene dignidad, abrirían sus puertas para que lo pisotearan las botas de cualquier ejercito y se unirían a ellos para acabar con sus compatriotas no deseados. El país que ellos quieren no clama justicia y la libertad se subasta al mejor postor.

Sueñan con un país de esclavos de distintas categorías, pero esclavos todos de un poder voraz, que les deja miguitas para que ellos las recojan mientras se sienten honrados por tal distinción.

Sueñan con un país que conocimos de cerca porque hace poco existió. Aquel, con su bandera de siete estrellas, su himno, el mismo que cantamos ahora, pero que antes nos sonaba hueco, triste, ultrajado. Con su pueblo dormido por la desesperanza y sus veinte barrigones con corbatas escondidas bajo papadas hinchadas de gula y egoísmo.

Sueñan con tener aquel país que siempre les avergonzó. La Venezuela de ladrones, la fea, la de los niños muertos de diarrea, la del hambre, la ignorante, la de las esperanzas rotas, la que solo caminaba para atrás. Sueñan pesadillas mientras duermen tan tranquilos. Eso no es soñar, eso no es pensar, eso no tiene nombre o peor aún, si lo tiene: eso es ser apátridas.

Pues a los apátridas no se si llamarlos compatriotas, no suena coherente, no queremos lo mismo, mientras avanzamos nos ponen piedras esperando vernos caer, nos odian, nos tienen asco, nos tienen miedo.

Y claro que deben temernos, no los culpo, nada como la mediocridad que ellos sembraron para mantenerse a flote. Mediocres ellos que no supieron ver el momento en que el pueblo despertaba, mediocres ellos que no tienen idea de como vivir en un país libre.

Mediocres porque temen al pueblo educado, consciente y dispuesto a luchar su patria, la de todos, incluso la de ellos, los apátridas.

Venezolanos de siete estrellas, eso son, que es lo mismo que no ser nada. Sufren nuestros logros como terribles derrotas, celebran los ataques a nuestro país como si éste no fuera el suyo y lo hacen a voz en cuello sin sentir la más mínima vergüenza. No se dan cuenta de lo despreciables que son para nosotros y para nuestros enemigos.

A la hora de la chiquita, hora que esperamos que nunca llegue, se darían cuenta, demasiado tarde, que la sangre de todos nuestros hijos se derramaría por igual, que para sus ‘’gringos salvadores’’ los destrozos que ocasionan en nombre de ‘’ la libertad’’ son daños colaterales y nada más.

No se si llamarlos compatriotas… que vaina...


carolachavez.blogspot.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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