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(...) Hay un tema sobre el tapete hoy en Venezuela acerca del cual quiero decir algo porque se siente como el más presente de la coyuntura de estos días y también tocaré algún aspecto relativo a la actitud política del general Baduel. No voy a repetir hoy lo que ya se ha dicho en diversos medios (prácticamente de todo) porque yo expresé mi opinión en julio de este mismo año a raíz del discurso del general al dejar el Ministerio de la Defensa. Desde ese momento me quedó clara cuál era la actitud política de Baduel y que esta implicaba cierta ruptura, una diferencia completa. Fue un discurso de orden conservador, de corte neoliberal, muy distinto del discurso del presidente Chávez y de la línea política que se había venido siguiendo hasta entonces. Pero sí voy a decir ahora (antes no tenía por qué decirlo) que el general Baduel me pareció siempre en su actuación pública un personaje artificial al asumir con la prensa una actitud rígida, muy formal, como una suerte de máquina impersonal hablando siempre desde unas posiciones abstractas, pedantes, de institucionalidad, de justicia, de ley. Parecía que hablaba “la abstracción vestida de uniforme militar”, incapaz de manifestar un poco de espontaneidad. Sin embargo, el tema de Baduel pasará como han pasado tantos otros y terminará disolviéndose entre tantos venideros, muchísimo más importantes, como el de la conspiración que vemos desenvolverse en estos días al tratar de impedir de manera violenta el referéndum que se realizará el 2 de diciembre y con el cual se aprobará mayoritariamente una posición sobre la Reforma Constitucional y se tomará la decisión que haya que tomar en consecuencia como ocurre en las democracias, y la nuestra es una democracia.
Prácticamente todas las revoluciones modernas de los siglos XVII, XVIII, XIX y a lo largo del siglo XX, se hayan dado donde se hayan dado, con independencia de las culturas y de los contextos, de los problemas concretos que quisieran resolver, sean europeas, asiáticas o latinoamericanas, por muy peculiares (y cada una es peculiar), por muy concretas que sean (y cada una de ellas tiene aspectos concretos), ya sean violentas (como ha pasado con la mayor parte de las revoluciones) o sean pacíficas (como nuestra revolución), independientemente de todas las diferencias y matices que se puedan encontrar en ellas, hallamos tres rasgos comunes que son inevitables, inherentes a la condición de revolución, que son parte del concepto y de su propio desarrollo sobre el terreno.
El primer rasgo común es que las revoluciones no son puramente cambios políticos de corto alcance.
No son el paso de un gobierno a otro, el cambio de un gobierno de copei a ad, de los conservadores a los liberales o al revés, que muchas veces se disfrazan de cambios revolucionarios en el lenguaje y proponen determinadas transformaciones. No. Las revoluciones son procesos largos y procesos profundos de cambio: simultáneamente las dos condiciones. Procesos profundos de cambio de las estructuras de una sociedad y procesos largos (o más o menos largos, según las circunstancias); incluso, los procesos violentos que significan la toma completa del poder para producir esas transformaciones, muchas veces producen las transformaciones (por ejemplo, nacionalizan las empresas extranjeras, la banca, el comercio exterior, decretan la reforma agraria, etc.), toman el control de una sociedad pero esa toma no es fácil y significa que lo que se ha avanzado en el plano político hasta ese momento, debe ser garantizado y consolidado en los planos económico, social, cultural y hay que ganarse a la gente, convencerla, poner a funcionar las cosas desde otra perspectiva y ello siempre trae consigo contradicciones y conflictos.
Lo que quiero destacar es que una revolución toma tiempo.
Bien se trate de revoluciones que han tomado el poder después de una lucha armada, una guerrilla, un ejército triunfante, una revolución militar triunfante, que ha podido cambiar cosas en corto tiempo, el verdadero cambio se produce con cierta lentitud y, si no se garantiza el apoyo de la gran mayoría para ese cambio, ese cambio se resquebraja más adelante y la revolución corre el riesgo de detenerse o de fracasar.
Las revoluciones son procesos de largo alcance y, al mismo tiempo, son profundos porque significan (no sólo algunos cambios como por ejemplo el aborto o el matrimonio de homosexuales) transformar de verdad una sociedad, lo cual es tocar las relaciones de producción, tocar las relaciones de poder, tocar la estructura misma de la sociedad, para que de ahí salga otra sociedad diferente. Y eso no se puede hacer en unos pocos días. Las revoluciones son procesos largos, complejos, con avances y retrocesos. Por eso es que son revoluciones y no meras montoneras. Tomemos la historia de Venezuela o de cualquier país latinoamericano para leer una lista interminable de revoluciones... y ninguna de esas fueron revoluciones. (En Venezuela hasta se dio el absurdo de una “revolución legalista”, es decir una revolución para aplicar la ley que estaba... porque alguien la estaba violando: un disparate completo).
La revolución se hace para abandonar las leyes de las clases dominantes y construir otras leyes diferentes.
El nuestro es un proceso que se encamina cada vez más a convertirse en una revolución que por ser pacífica, por ser legal, por apegarse a leyes que fueron construidas por las clases gobernantes del pasado, tiene que ir rompiendo lentamente con éstas, ganándose a la gente para ello, ganando el apoyo suficiente para avanzar. Lentamente, pero avanza. Y avanza en dirección de una transformación cada vez más profunda.
El segundo rasgo común es que las revoluciones empiezan siendo moderadas pero deben profundizarse y radicalizarse.
Incluso aquellas que comienzan muy radicalmente con la toma plena del poder (que una guerrilla se convierta en ejército popular que derrota al ejército burgués y tome el poder como en los casos chino y cubano) aún siendo así y produciendo cambios inmediatos en muchos órdenes de la vida, empiezan siendo revoluciones moderadas porque tendrán que seguir avanzando, profundizando y radicalizando los cambios.
Y las que empiezan muy moderadas como la nuestra (incluso sin tener muy claro si se trataba una revolución) tienen que ir avanzando con mayor lentitud, profundizándose, radicalizándose y eso es lo que ha ido pasando en este país a lo largo de ocho años. Es decir, el proceso de profundización y radicalización permanente es fundamental para la definición de una revolución porque si no se desarrolla ese proceso no hay revolución o bien la revolución empieza a estancarse y a desaparecer.
Las revoluciones se radicalizan en primer lugar producto de la resistencia de los sectores desplazados del poder. Esos sectores desplazados que toda la vida han estado acostumbrados a ser dueños del poder, se creen dueños del propio país. Pensemos en las minorías escuálidas venezolanas que siendo cada vez más minoría, se siguen sintiendo dueños del poder y eso explica que crean que las decisiones políticas deben ser las que ellos expresen (así sean ellos minoría; como no lo pueden hacer por las buenas, entonces lo quieren hacer por las malas, lo que afortunadamente en este caso no pueden lograr). Los sectores minoritarios desplazados no aceptan los cambios y reaccionan en contra del proceso. Y si la revolución tiene el apoyo mayoritario de la población, esos sectores conspiran porque necesitan recuperar el poder que han perdido.
La revolución tiene que enfrentarlos para seguir avanzando. Esto es lo que Trotsky llamaba, y el presidente Chávez refiere a menudo, el “látigo de la contrarrevolución”. Es el latigazo en la espalda lo que sacude a la revolución. Sobre todo en el caso nuestro, que es una revolución bien moderada, equilibrada, legalista, que tiene una tendencia profunda a andar lentamente. Con todo, a pesar de ser esos pasos muy lentos y moderados, la derecha es tan reaccionaria, tan histérica, tan agresiva, que agrede, ataca y lleva justamente a producir los avances. El 11 de abril es el mejor ejemplo o el saboteo petrolero; cada una de esas etapas se ha acompañado de una agresividad tan feroz de la derecha que ha estimulado la radicalización del proceso.
Ahora bien, el látigo de la contrarrevolución es bueno en la medida en que sirve para estimular y empujar a la revolución, para radicalizarla. Pero no hay que pensar que el látigo tiene ese objetivo. El objetivo del látigo de la contrarrevolución es acabar con la revolución, es decir, tomar el poder y montar la contrarrevolución. Porque en algunos casos ese látigo tiene tanta fuerza que destruye la revolución y la aplasta (por ejemplo, Pinochet y la retoma violenta del poder). Y si la revolución es demasiado ingenua o un poco torpe o inmadura (como era el caso del 11 de abril) puede la contrarrevolución en algún momento tomar el poder.
Y en Venezuela la derecha tomó el poder únicamente dos días porque el Pueblo salió heroicamente a la calle a defender la constitucionalidad, a defender al presidente Chávez, a defender el proceso revolucionario que apenas comenzaba, y algunos militares dignos se incorporaron al movimiento y jugaron un papel fundamental junto con el Pueblo para que se produjera la reconquista del poder legítimo y la derrota de la contrarrevolución que se había montado. Leamos el Decreto de Carmona.
Por cierto, entre esos militares dignos que participaron en la devolución del poder al Pueblo, estuvo el general Baduel y en ese episodio él tiene un mérito innegable y, entiendo, eso no se le va a negar. Pero sí conviene aclarar -pues aquí se ha generado un mito de lado y lado- que el general Baduel no fue el único ni fue “el salvador” de la Patria. El general Baduel fue uno de los generales que se propusieron la retoma del poder.
El genuino héroe de esos días fue el Pueblo venezolano que, sin armas, se echó a las calles, recibió tiros y agresiones y tuvo muchos muertos de parte de la Policía Metropolitana, dirigida por el fascista alcalde Peña. El Pueblo se fue a rodear Fuerte Tiuna pensando que Chávez estaba ahí; fue a Maracay y se reunió con los militares para pedirles que asumieran una posición constitucionalista y digna. Repito, el verdadero héroe fue el Pueblo y sin él probablemente los militares que participaron no habrían tomado las medidas que tomaron. Y Baduel fue uno de los que asumió esa posición digna, valiosa y consecuente. Nadie le puede negar eso pero sí recordemos que no sólo estuvo Baduel sino García Carneiro y una gran cantidad de oficiales de rango, la guardia presidencial de Miraflores (que sacó a los usurpadores de la derecha de Miraflores), habiendo en fin una participación de sectores importantes de la Fuerza Armada.
La tendencia humana a simplificar las cosas (de una lista siempre se escoge uno) lo convierte prácticamente en símbolo y de esta forma se creó una especie de mito de lado y lado: dentro del movimiento bolivariano, se terminó convirtiendo a Baduel en el héroe exclusivo del 12 y 13 de abril y, para el mundo de la oposición más radical y reaccionaria, se convirtió al general en el enemigo principal. Ello explica el profundo rechazo que todavía posee Baduel dentro de la oposición más disociada e intransigente pues, según ésta, les echó a perder el momento clave en que tomaron el poder en abril de 2002. Y no se lo perdonan. Rosendo y los otros militares se rajaron en aquel mismo momento siendo rápidamente perdonados y convirtiéndose en gente de ellos. (Recuerdo a una periodista diciendo que: “Rosendo el Horrendo se había convertido en su osito de peluche”).
Retomo el tema. Las revoluciones se radicalizan no sólo por la presión de la contrarrevolución sino como producto de su propia heterogeneidad. Todas las revoluciones son heterogéneas. En los procesos revolucionarios, sobre todo cuando comienzan, la participación es heterogénea. No hay revoluciones que sean de una sola clase, de un solo sector social. Incluso las propias clases son heterogéneas, tienen diferentes niveles de claridad y de captación política, hay sectores atrasados de la clase obrera que andan detrás de los curas, hay sectores revolucionarios que son marxistas, ateos, entre otros progresistas, porque en las revoluciones participan diversos grupos humanos y no una sola clase social. Y son revoluciones porque solamente se dan en los contextos conocidos: dominio total de las clases dominantes, embrutecimiento mediante la religión, condiciones de atraso, mecanismos manipuladores de los medios de comunicación y la publicidad, entre otras estrategias.
Para que se dé una revolución se requiere que confluyan demasiadas fuerzas: que la explotación se haga intolerable, que la crisis política y económica ya no la soporte nadie, que existan liderazgos que vayan acumulando toda esa fuerza y dirigiéndola hacia objetivos políticos. La participación implica la presencia de diversos sectores sociales: obreros, campesinos, sectores medios, y a veces de sectores empresariales descontentos por determinada razón, pueden formar parte de un movimiento que precisamente por acumular fuerzas y movilizar a gran parte de la población, aprovechando una coyuntura y con un liderazgo adecuado, es que logra derrocar el poder y empezar un proceso revolucionario.
Sin embargo, esa heterogeneidad que favorece el éxito inicial de una revolución sobre todo si es pacífica (en una revolución armada la guerrilla crece, se convierte en un ejército popular, logra apoyo campesino, logra apoyo urbano y finalmente toma el poder), se hace por vía electoral y hay que ganarla por mayoría y evitar que los tramposos lleguen al poder o se roben las elecciones, como solían hacer aquí.
De tal manera que la revolución arranca con una gran cantidad de gente que tiene distintos objetivos y visiones (algunos incluso tienen objetivos que ni siquiera son revolucionarios y no porque sean necesariamente bandidos o tramposos sino por su visión de clase, por sus limitaciones). Si son burgueses progresistas, lo que desean es que todo siga igual para ellos beneficiarse; si son obreros explotados que han pasado hambre, o si son desempleados o si son gente que haya recibido humillaciones de cualquier tipo, quieren que la sociedad cambie y que esos cambios los puedan beneficiar. Y es justo que los trabajadores se beneficien de tal situación: quieren cambios profundos para que se consoliden sus beneficios. Como vemos ahí entran fuerzas distintas que tienen visiones diferentes: unas mucho más limitadas, otras más avanzadas, y otras todavía más avanzadas que confluyen en una etapa determinada sacando del poder a los sectores más reaccionarios y podridos de las clases dominantes.
Pero una vez que las revoluciones llegan al poder comienzan los conflictos internos porque se trata de determinar quién va a tener la hegemonía, qué se va a hacer; algunos comienzan a pensar que con eso basta, otros al contrario que hay que seguir avanzando; y ese proceso en muchas revoluciones se resuelve de manera violenta (con luchas internas que terminan asumiendo formas violentas), lo cual significa una especie de depuración de sí misma, de definición de objetivos, de profundización, de consolidación y de avance.
Y una revolución tiene que seguir avanzando porque si deja de moverse hacia adelante, hacia nuevos cambios y logros beneficiosos para las grandes mayorías, las revoluciones empiezan a estancarse y a retroceder. Y si retroceden, dejan de ser revoluciones: lograron algunos cambios pero no resolvieron los problemas centrales, los problemas de justicia, dignidad, soberanía, de la creación de una sociedad en la que todos podamos vivir como seres humanos, donde no haya explotadores y explotados, lo que sería el objetivo final de cualquier revolución. No resolvieron eso, únicamente lograron ventajas para algunos sectores populares, un cuadro económico más favorable y se detuvieron ahí. Y al detenerse dejaron de ser revoluciones. Pues las fuerzas sociales que quieren la igualdad y la justicia seguirán luchando y muchas veces ha pasado que las revoluciones terminan ellas mismas convertidas en una suerte de contrarrevoluciones porque se detuvieron (por ejemplo, revoluciones que tuvieron apoyo popular y terminaron disparándole a los trabajadores).
Y ese es el estilo de las revoluciones burguesas. El Pueblo la acompañó, la burguesía la dirigió y estuvo a la cabeza porque quería sacudirse el poder feudal, el poder arbitrario de los reyes, el poder de la Iglesia; la burguesía conquistó el poder, las masas fueron la carne de cañón que peleó por ella y después la burguesía, cuando consolidó su poder en Francia, en Europa, ya no quiso seguir avanzando porque no iba a compartir el beneficio del poder con los trabajadores (¡es una clase explotadora!) y comenzó a reprimir a los trabajadores. Por ello es que, de las revoluciones burguesas que se estancaron, empezaron a organizarse movimientos revolucionarios, sindicalistas, obreros, marxistas, comunistas, para hacer revoluciones proletarias, obreras, que resolvieran el problema que la burguesía no había resuelto.
De tal manera que las revoluciones tienen que seguir avanzando, tienen que “ser permanentes”, como planteaba con claridad Trotsky, pues si retroceden dejan de ser revolucionarias (habrá que hacer más adelante revoluciones contra esas revoluciones estancadas; a lo mejor tarden cincuenta o cien años pero habrá que hacerlas porque finalmente se estancaron como se estancó la revolución mexicana y en lo que terminó la propia revolución rusa, la más grande de todas las revoluciones, de la cual hoy por cierto se cumple el aniversario noventa. (Esa revolución rusa la conocemos como la Gran Revolución de Octubre pero realmente ocurrió en los primeros días de noviembre y, por cuestión de calendarios diferentes entre Rusia que tenía todavía el calendario juliano y Occidente que tenía el gregoriano, la diferencia de días se manifestó en que en Occidente estábamos en octubre mientras que en Rusia transcurrían los primeros días de noviembre).
Repito entonces, es bueno que las revoluciones comiencen moderadas porque ello permite atraer a grandes sectores; si empezaran con un radicalismo profundo convocando sólo a los sectores más radicales, difícilmente tendrían capacidad para tomar el poder y ganarse el apoyo de las grandes mayorías.
Esto significa, para terminar con este rasgo, que los propios dirigentes de las revoluciones a veces ni siquiera tienen muy claro al comienzo qué es lo que quieren hacer más allá de tener una visión general de justicia, igualdad, democracia. Y no es que los dirigentes sean tramposos, es que los dirigentes de las revoluciones aprenden también sobre la marcha. Incluso cuando tienen una teoría coherente como aquellas revoluciones que se basaron en el marxismo, que no es la solución de todo.
El marxismo es una visión de conjunto que permite comprender más problemas que cualquier otra teoría y que tiene un compromiso revolucionario con los trabajadores, los pobres, los obreros y que tiene la visión de lograr una sociedad justa donde no haya explotación ni diferencias de clases; eso es lo más grande del marxismo. Recordemos que el marxismo hay que aprenderlo, hay que aplicarlo, hay que corregirle cosas y modificar otras, además de que no es la teoría exclusiva. Es la teoría eje pero sobre ella se insertan y se incorporan distintos elementos que la enriquecen y profundizan.
Decía que muchas veces los líderes no tienen al inicio la claridad política que da el ejercicio del poder, el compromiso con el Pueblo y el avance de los beneficios del Pueblo. En Venezuela tenemos el extraordinario ejemplo del presidente Chávez. El presidente Chávez que tomó el poder electoralmente en 1998 no es el mismo afortunadamente al de hoy. El presidente Chávez de hoy ha crecido de una manera enorme, ha aprendido, se ha convertido en un dirigente de primera talla con una madurez extraordinaria muy diferente de aquel dirigente que vimos tomar el poder en 1998 con inconsecuencias y falta de claridad en varias cosas. ¿Por qué ha aprendido el presidente? Porque ha sido consecuente con el Pueblo, porque tiene al Pueblo como norte y no lo olvida jamás; por ello uno puede confiar en que más allá de los errores que cometa (todos los cometemos) hay una fidelidad al Pueblo y el Pueblo lo entiende y por eso lo ama y lo apoya y se las juega todas con Chávez. Chávez ha aprendido y se ha radicalizado porque nadie puede hacer un proceso revolucionario si no se va radicalizando. Y por más radical que se sea en la teoría, hay que radicalizarse en la práctica. Esa es la riqueza enorme de las revoluciones.
(En ocasiones acusan desde fuera, desde la contrarrevolución, esos observadores que se las dan de neutrales, acusan a las revoluciones de “haber traicionado sus objetivos iniciales”. Bastante se dijo esto de Fidel Castro. Cuando Castro tomó el poder, Fidel no era marxista ni comunista; era simplemente un revolucionario, un hombre de izquierda con alguna incidencia del marxismo como todo el que es de izquierda; no hay manera de ser revolucionario sin tener una incidencia del marxismo. Simplemente, el proceso revolucionario cubano lo fue llevando a radicalizarse y radicalizarse para terminar definiéndose como marxista. Entonces hubo quienes criticaron a Fidel porque había “traicionado la revolución” ya que había empezado siendo democrática y después se convirtió en socialista. ¡Fidel no había traicionado a nadie!).
Es el mismo caso de Venezuela: que empezó siendo democrático en un sentido tradicional y burgués todavía (Chávez hablaba en 1999 de la Tercera Vía), pero precisamente el proceso se hace mucho más democrático en la medida en que empezó a definirse como socialista. Porque la verdadera democracia es el socialismo. No existe ninguna democracia dentro del marco del capitalismo. Por definición, el capitalismo no puede ser democrático. Si el capitalismo es la teoría y la praxis de la clase capitalista del empresariado (clase explotadora que es minoría), no puede ser democrático porque la democracia es el gobierno de las mayorías y la mayoría no es capitalista. De tal manera que únicamente una sociedad que vaya liquidando el capitalismo y le vaya dando poder real a los sectores populares es una sociedad democrática.
El tercer rasgo que caracteriza el cambio revolucionario es que a medida que se logran objetivos, surgen nuevos objetivos y cuando los nuevos objetivos se consolidan con nuevos avances, algunos revolucionarios optan por no continuar avanzando y se convierten en contrarrevolucionarios.
Por supuesto como hablamos de un proceso esto no va en línea recta, hay unos enemigos externos y unos enemigos internos saboteando y hay las presiones internacionales de distinto signo así es que el proceso va en zigzag: a veces avanza, a veces retrocede o se estanca. Analicemos la situación como leemos los gráficos económicos: la línea que marca una tendencia. La tendencia no es exactamente recta, tiene pequeños picos, pero se puede apreciar si sube o si baja. En este caso debe ir hacia adelante y hacia arriba. Eso es un proceso revolucionario.
Entonces ocurre que en los procesos revolucionarios, todos los que entran a participar e incluso a ser protagonistas, sobre todo en las etapas más moderadas, no están dispuestos a seguir avanzando con el proceso; no siempre están dispuestos a llegar a la próxima etapa. Puede que lleguen a una etapa, pasen a la otra, pero se quedan en la siguiente, mientras que el proceso revolucionario sigue avanzando. Les parece suficiente lo que se ha avanzado (sí, ciertamente, si uno compara la Venezuela de hoy con la basura en que habían convertido a Venezuela los adecos y los copeyanos hasta 1998, aquella sociedad de miseria, injusticia y corrupción, robos y entreguismos, hemos avanzado enormemente. Este es otro país. Y eso es algo que particularmente no quieren entender los sectores más disociados de la oposición. Venezuela cambió y cambió para siempre. Este es otro país, un país donde hay un Pueblo (una mayoría del Pueblo porque todavía hay sectores atrasados manipulados por la derecha) que cambió, que asumió su protagonismo y que cada vez asume más poder y más control de su vida, más capacidad de decidir sobre los asuntos relacionados con el poder (que se disemina gracias a este proceso) y a ese Pueblo ya no se le podrá imponer un retroceso. (Retroceso que habría que imponérselo con una masacre pero no hay que olvidar –como bien dice el presidente Chávez- que esta revolución es pacífica pero no está desarmada. Es bueno que quienes quieran fomentar un golpe de Estado recuerden que este no es el Chile de Allende porque aquí hay un Pueblo dispuesto a defender este proceso revolucionario con su propia vida).
Entonces ocurre que la gente que participa en los procesos, y que a veces tiene posiciones destacadas en ellos, se quedan en la etapa más moderada del proceso y la revolución sigue avanzando. Y como sigue avanzando, ellos pueden sentirse incómodos. En estos ocho años sí se ha logrado mucho, pero estrictamente hablando, nada. Y no se ha logrado porque aquí no se han consolidado los avances. Para consolidar los grandes avances hay que seguir avanzando. Y para que esta revolución siga como ha sido hasta ahora legal, apegada a la ley y a la Constitución, de alguna manera hay que convocar a la mayoría del país para que modifique la Constitución en función de garantizar cambios que alienten el camino hacia el socialismo.
Es imbécil lo que sostiene la Conferencia Episcopal al afirmar hoy que en Venezuela se está construyendo una sociedad marxista leninista. ¡Y uno se pregunta por qué lo hacen! Porque ni siquiera es una sociedad socialista la que está plasmada en la Reforma Constitucional. Estaríamos aprobando marchar hacia el socialismo, que por cierto tampoco se construye en cuatro días ni se construye solo con una Reforma legal. Aquí se están dando pasos para consolidar lo que se ha logrado, para cerrarle la puerta a las amenazas que se habían infiltrado en la Constitución de 1999 y para garantizar más poder para los sectores populares, para empezar a construir el socialismo con el apoyo de las grandes mayorías porque no hay socialismo sin democracia, porque el socialismo es la democracia y porque la única forma que una revolución continúe avanzando es con el protagonismo y la participación de las mayorías.
De tal manera que no se está cambiando la Constitución por una socialista. Se está abriendo camino a la verdadera democracia, que es el socialismo, con el protagonismo y la participación popular. Y encontramos que gente dentro del proceso considera que ya se ha avanzado suficiente: si tenemos la Constitución del 99, ¿para qué queremos hacer una Reforma? Y empiezan algunos a replegarse porque ya les parece suficiente. Una ventaja es que por los que se retiran entran otros y, en general, son más los que entran que los que se salen; y además los que entran suelen ser mucho más radicales, consecuentes y firmes (el que entra, lo hace para seguir impulsando el proceso; al que sale, el proceso ya le pareció suficiente, perdió el impulso).
Entonces, cansarse o retirarse es perfectamente válido y lícito. No tiene nada censurable, es absolutamente digno y respetable. Lo grave es que en el contexto conflictivo de las revoluciones, en ese cuadro de polarización, se hace muy difícil la neutralidad. El problema está en los que se retiran (sobre todo cuando han sido dirigentes o han sido inflados como dirigentes) indignamente, los que no son capaces de retirarse con dignidad sino que se pasan al enemigo. Y la traición es un componente de todo proceso revolucionario. Todos los procesos revolucionarios tienen ese rasgo en común: mucha gente que ha participado en ellos, simplemente de un día para otro salta la talanquera, se pone del lado enemigo y, de revolucionario se convierte en contrarrevolucionario.
Para terminar quiero hacer un corto comentario acerca de la traición y el concepto traidor. ¿Qué es traicionar? Como define cualquier diccionario: traicionar es quebrantar la fidelidad adquirida con respecto a un Estado, una entidad o a una persona. Aquí no se trata de fidelidad a ninguna persona, se trata más bien de fidelidad a un compromiso revolucionario. Es decir, fidelidad a un compromiso político e ideológico, fidelidad a una militancia, a una toma de partido, para asumir abruptamente la posición contraria, la posición del enemigo, la militancia contraria.
En política, traicionar es cambiar activamente de bando. Es lo que vulgarmente se conoce como “voltear chaqueta”, pasarse al bando contrario. Con el general Baduel simplemente ha ocurrido eso. Y le ha dolido enormemente al pueblo chavista y por eso hay tantas manifestaciones de indignación y dolor en aporrea, por ejemplo, que está llena de artículos sobre la conducta de Baduel. Porque las traiciones duelen. Porque este proceso se ha basado siempre en el compromiso con la causa del Pueblo; con el amor y la confianza que el Pueblo le ha brindado a sus dirigentes porque los cree fieles, los cree confiables. Y de repente descubrir a un dirigente (que además ha sido idealizado como el único héroe del 12 y 13 de abril) que “voltea chaqueta” y no se retira dignamente sino que se pone al servicio de la causa contraria, eso duele y hiere a mucha gente y la gente reacciona. Y a veces reacciona con mucha indignación.
Pero hago el comentario, que parece tan obvio, porque ocurre que hay quienes consideran ofensivo llamar traidor al que traiciona. Prefieren darle la vuelta a las palabras cambiando el sustantivo traidor por la definición neutra que quiere dar el diccionario. Porque llamar las cosas por su nombre parece que fuera ofensivo. Tenemos décadas viviendo en un contexto neoliberal y ese contexto neoliberal ha terminado por penetrar nuestras mentes, por penetrar nuestra manera de hablar y de pensar, a todos, hasta a los revolucionarios nos ha penetrado.
Y en nombre de un supuesto humanismo que no quiere ofender a nadie, se nos quiere convertir a todos en unos hipócritas con lo que pasamos de un seudo humanismo a lo que yo llamo el valetodismo: todo vale igual y cada quien tiene su verdad. “Esto es lo bello de la democracia”, le respondía Granier a la periodista del Canal 8: “Usted dice una cosa y yo digo otra, cada quien tiene su verdad y eso es lo bello de la democracia”. Es decir, para la derecha lo bello de la democracia es justamente que no haya nada que pueda servir de referencia; lo bello de la democracia sería que cada quien dice lo que le da la gana, hace lo que le da la gana y no hay manera de calificar a nadie porque no hay manera de tener referencias sobre las cuales se pueda actuar. Y así las cosas, al quedarse iguales, no se puede cambiar nada. No podemos calificar a nadie, no se puede llamar traidor a nadie porque eso es ofenderlo. Y sólo habría traiciones, como lo leí en un artículo reciente en aporrea, entre las mafias o las sectas. (Francamente no entiendo esto si acabamos de definir la traición política de forma clara).
Lo que ocurre es que vivimos en un mundo hipócrita donde se mata, donde se roba y se asesina como nunca antes, un mundo donde se cometen todos los crímenes ¡ah! pero ese mundo pasa por humanista, por respetuoso. Las guerras invasoras en las que se mata gente por miles de miles, se lanza uranio empobrecido, las llaman entonces guerras humanistas. Y hay invasiones humanistas. Las muertes de civiles las llaman daños colaterales; las torturas, presiones para sacar información. Los ciegos ahora se llaman invidentes. Pareciera que ser ciego fuera algo ofensivo porque no se dan cuenta de que invidente es el que no ve, lo que equivale a
ciego. De tal manera que ciego o invidente es lo mismo. O sea, invidente es una manera hipócrita de decir ciego. Y de los que traicionan, dicen gente que cambió de opinión o gente que cambió de militancia. Pero cambiar de opinión o cambiar de militancia no es lo mismo que traicionar. Frecuentemente cambiamos de opinión y hasta se puede cambiar de militancia, siempre y cuando se sea consecuente con la ideología que se defiende. Hay traición cuando se cambia de opinión o se cambia de militancia para saltar a la posición ideológica contraria de un día para otro.
Para terminar, sí hemos avanzado en el campo revolucionario porque en otras épocas, en otras revoluciones (particularmente en las más conflictivas y violentas) a los que traicionaban se les ejecutaba. Aquí en Venezuela no se mata a nadie. ¡Si no se le ha tocado un pelo a los bandidos conspiradores del 11 y 12 de abril, a los protagonistas del sabotaje petrolero (que andan por ahí conspirando igual), a un Juan Fernández que es uno de los principales responsables de las pérdidas mil millonarias en dólares para el país! Esta es una revolución respetuosa de la humanidad, respetuosa de la gente. Es más, el derecho a traicionar es un derecho humano. El que quiera traicionar, que traicione. Y el que traiciona, allá él con su problema de conciencia. Que cada quien asuma su responsabilidad.
Pero es el colmo que ni siquiera se pueda llamar traidor a quien traiciona. ¿Es decir que hay que embellecer o estimular las traiciones? ¿es que todas las posiciones políticas son válidas y eso es lo bello de la democracia? ¿es que todo es igual? ¿es que vamos a terminar justificándolo todo? ¿incluso que esto ocurra en el propio campo revolucionario? ¿cómo se puede cambiar algo si no se tienen juicios de valor, si no se tienen principios o ideas que contraponer a las ideas de las clases dominantes? ¿es que acaso no hay diferencia entre disentir y traicionar? ¿es que hemos perdido por completo la capacidad de conceptualizar?
De verdad preocupa mucho ese temor neoliberal hipócrita que se ha difundido en la población, y en particular preocupa en el caso de los revolucionarios para quienes no se puede llamar las cosas por su nombre porque todo es susceptible de discusión, porque todas las opiniones son válidas y así no se va a poder hacer absolutamente nada más sino calarse lo que existe. Porque quienes sí tienen opiniones firmes para aplastarlo a uno son los enemigos (la derecha) que no nos perdonan haberlos desplazados del poder. Y tan no perdona la derecha que quiere acabar con este proceso violentamente ya que no tienen mecanismos legales ni mayoritarios ni democráticos para acabar con el proceso.
Pero este proceso seguirá avanzando más allá de la traición de esta semana. Vendrán nuevas rupturas, habrá nuevas traiciones y es bueno que las haya porque constituyen un signo de que el proceso está avanzando, porque las traiciones son también parte de los latigazos del enemigo, estimulan la lucha, radicalizan a los revolucionarios. Bienvenidas las traiciones que nos hacen avanzar. El Pueblo es mucho más fuerte, el Pueblo seguirá avanzando hoy. Eso sí, mosca. Hay que estar bien despierto y organizado, en la calle, hay que enfrentar la conspiración y el golpe derechista que algunos sectores de la oposición están tratando de llevar a cabo.
Hasta aquí he tratado de poner en claro (en el tiempo radial de que dispongo) tres características de los procesos revolucionarios y el hecho de que sucedan traiciones no debe sorprendernos. En Venezuela se respeta a todo el mundo; este es un proceso verdaderamente respetuoso de los derechos humanos e, incluso, del derecho a traicionar. ¡Allá cada cual con su conciencia!
Un detalle final
Me llamó la atención que el general Baduel se quejó al día siguiente, en un acto público en Puerto La Cruz, de que le habían quitado la escolta. Eso no tiene justificación: la escolta no se le asignaba al general Baduel porque era amigo del gobierno; la escolta –entiendo- es un derecho que tiene por haber sido ministro de Defensa y no por su posición política.