De primeras veces y amores eternos

Para Augusto, que no opina lo mismo pero lo quiero igual...


Dicen que la primera vez nunca es buena, que incluso hay a quienes esa experiencia los marca para toda la vida y los llena de aprehensión.

Mi primera vez fue espantosa, en primer lugar por la escasez de candidatos, ninguno daba la talla pero estaba obligada a escoger, no solo por la presión social, sino también por la curiosidad natural que empuja a una adolescente a querer convertirse en una mujer porque ya le llegó la hora. En segundo lugar porque no estaba consciente de las consecuencias que aquel primer acto de adultez traería a mi vida y a la de todos los que me rodeaban.

Corría el año ochenta y tres y yo corría como loca por la vida, mirando, buscando sin saber a donde mirar ni que buscar, a los diecinueve años es muy difícil saber que es lo que se quiere, y en ese estado de indefensión me llegó el momento de elegir.

Me presentaron a un pediatra con cara de bonachón, un buen hombre que adoraba a su mamá, una viejita con cara de pediatra bonachón pero arrugada. También me presentaron a un mozo sonriente, con la nariz sonrosada, que daba la impresión de ser un buen bebedor. Tenía un nombre salvaje que no pegaba ni con cola con su copete aplastado, su camisa almidonada, sus uñas manicuradas.

Había mas candidatos claro, desde un brujo hasta alguna mujer que pretendía seducirme con el simple argumento de que las mujeres tenemos las mismas necesidades así que ella sabría satisfacer las mías.

Llegó el día impostergable. Acudí emocionada y temblorosa ante el miedo a lo desconocido, ante la duda, ante la responsabilidad que colgaba de mi espalda junto a mi ya pesada mochila.

Me impresionó la tranquilidad rutinaria con que me recibieron en el lugar de mi cita. Un dedo mudo me señaló el pequeño cubículo en el cual yo debía convertirme en adulta. Mi privacidad sería escasamente protegida por una improvisada cortinita de plástico que, de tapar, no tapaba nada. Respiré hondo, entré, y deposité en las manos del pediatra mis esperanzas y mi futuro.

Como pasa en la novelas baratas, él se burló de mi. Olvidó su rosario de promesas, nunca se molestó saber mi nombre, ni mirar mis ojos jovencitos e ingenuos. Para el solo fui un número más, una esperanza, un futuro entre los muchos que el, conscientemente, pensaba destruir.

Como en una novela barata me dije: la esperanza es lo último que se pierde, no voy a dejar de buscar, los finales felices si existen. Seré una mujer un día, tendré hijos y necesito que alguien me ayude a velar por ellos. Alguien inteligente, honesto, valiente, responsable, sensible, trabajador y si ademas es un buen conversador, romántico y serenatero mejor.

Paralelamente, y como la vida es un mazacote de cosas que soy incapaz de separar, ademas de este hombre perfecto, buscaba también a un novio que mereciera ser el padre de mis futuras hijas.

Los candidatos a marido eran muchos y variados; fue así como me encontré con algunos de esos hombres inseguros que no entienden que vale más una propuesta indecente que una mentira bonita, pues cuando una está dispuesta simplemente lo está. Hubo otros muy sinceros pero con malas mañas, unos sosos e incapaces de arrancarme ni un suspiro, y algún despistado que batió en vano su gruesa billetera para tratar de deslumbrarme.

La búsqueda se me hizo fastidiosísima, así que me refugié en un cuarto desordenado que compartía con dos impúdicos periquitos que se burlaban de mi soledad y desencanto amándose en mis narices. A mis periquitos no les preocupaba el futuro, ni la economía, ni los aranceles aduanales impuestos a la importación de libros, se besaban inocentes del hervidero de atropellos que se cometían mas allá de mi ventana. Nada como ser un periquito…

Pero la vida es como es, y muy a pesar de mi renuencia a aceptarlo, se parece a las telenovelas. No, no resulté siendo la hija perdida de un millonario que termina trabajando de sirvienta en casa de su propio padre. Pasó algo mejor, aparecieron, casi de manera simultánea, los dos hombres de mi vida. Uno sabiendo bien lo que hacía y el otro sin saber donde se metía.

El despistado se casó conmigo mientras el otro me dijo: Carola, voy preso, por ahora...

Nunca la felicidad es completa, suele decir mi suegra, y entonces tenía razón. Vino otro candidato con una jauría de chiripas, y se hizo presidente para terminar de patear lo poco que había dejado su predecesor. Pero en medio del saqueo y del reparto del botín, tuvo un lapsus el senil gobernante y, sin querer queriendo, sacó de la cárcel a mi Hugo.

Cuando me casé me preguntó la jueza: ¿aceptas a Oscar Vicente García para toda la vida? Y yo, con el salvoconducto del divorcio en mi liguero de novia enamorada dije ‘’si, para toda la vida’’, mientras clavaba mi mirada de ‘’cuidadito y te resbalas’’ a mi amantísimo novio que, muy a pesar de su despiste, no olvidó guardarse uno de esos salvoconductos en el bolsillo, junto al pañuelo que mas tarde usaría su madre para secar sus tradicionales lágrimas de suegra desconsolada. Ahhh el amor…

Juramos antes todos los presentes amarnos, respetarnos, apoyarnos. Y nos juramos a nosotros mismos que de de no hacerlo nos mandaríamos al carajo. Toda la vida es mucho tiempo.

Toda la vida es mucho tiempo y el dos mil siempre también. Tuve la extraña suerte de encontrar a los hombres que cumplen con una interminable lista de exagerados requisitos, me casé con uno para toda la vida y todos aplaudieron felices. El otro, a mi simple entender, un hombre maravilloso, único, irremplazable, uno de esos hombres que nacen cada doscientos años y pretenden decirme que no puedo tenerlo hasta el dos mil siempre.

Pues señores yo pataleo, mientras sea como ha sido yo lo quiero. Mirándolo a los ojos, como vi a Oscar aquella noche, con mi salvoconducto de referéndum guardadito en mi cartera, le clavo a mi presi mi mirada de: ‘’tu me lo diste y sabes que lo tengo, sabes perfectamente que si me decepcionas lo voy a usar sin que me tiemble el pulso.’’

Es por eso que me lanzo al agua de cabeza y, satisfecha y aliviada, les doy mi SI a ambos. Chávez y García hasta el dos mil siempre.



carolachavez.blogspot.com



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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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