Los malos cristianos y el Papa Juan Pablo II

Las críticas abundantes que ocuparon amplios espacios en los medios de comunicación venezolanos sobre el discurso del Canciller Chaderton pronunciado en la conferencia de la OEA, realizada en fecha muy reciente en Santiago de Chile, en donde abordó allí el tema de los “malos cristianos”, nos llevan a hacer los siguientes comentarios, impulsados -además- por las palabras del Papa Juan Pablo II, quien en sus homilías frecuentes y con la humildad que lo caracteriza, ha pedido en varias ocasiones al mundo todo perdón por los crímenes y atropellos cometidos a través de la historia por esos “malos cristianos”, así como por el hecho muy notorio de que esos medios de comunicación en su totalidad y la mayoría de sus tarifados columnistas y analistas, han hecho mutis sobre esos reiterados pedidos de perdón del Papa respecto a ese delicado tema.


Lo que el ministro dijo en esa conferencia regional acerca de que había que tener cuidado de los malos cristianos, no es otra cosa que una muy buena y necesaria advertencia sustentada en la más absoluta verdad. Algunos críticos escribieron que lo afirmado por el Canciller no es que sea falso, sino que ellos consideran que se trata de asuntos que no deben recordarse, lo cual -obviamente- no compartimos, pues sería absurdo tener que aceptar que los hechos históricos puedan enterrarse, pues de convenir en ello estaríamos, en primer lugar, mostrando una estupidez supina y, en segundo lugar, propiciando el establecimiento de una modalidad de censura inaceptable para cualquier pueblo que tiene en los antecedentes históricos de la humanidad, la mayor riqueza para el real y efectivo crecimiento intelectual, moral, espiritual y ético de sus integrantes. Eso sería, además, una afrenta intolerable a la inteligencia.


En el caso muy particular de los malos cristianos, sería inconcebible, por otra parte, que se actuara a contracorriente de como lo ha venido haciendo el Santo Padre. Se le haría un flaco y perverso servicio a la propia iglesia católica, pues ello en nada ayudaría en favor de un claro y honesto interés de impedir que continúen apareciendo ese tipo de personajes funestos. La historia recoge una interminable relación de nombres que han tenido la responsabilidad inmensa de dirigir pueblos y naciones enteras, quienes en el ejercicio de sus respectivos lideratos han enarbolado los maravillosos instrumentos y mensajes del mayor amor cristiano, evidenciados –por lo demás- ante el mundo todo con ejemplos a granel, los cuales desviaron de forma radical sus acciones no solamente para sacar beneficios personales y de grupos, sino para causar inmensas tragedias a la humanidad.


Cuando Juan Pablo II pide perdón por las fechorías y crímenes cometidos por los “malos cristianos”, es porque ciertamente la historia recoge a granel esas conductas reprochables. No se trata nada más de recordar a Hitler o a Mussolini, sino que han sido muchísimos los que, por razones de la más elemental lógica, no es posible esconder u olvidar. Es una relación interminable de nombres que fueron y aún hoy los hay con inmenso poder, tan funestos y abominables como estos dos que mencionamos. A finales de los años mil después de Cristo, el papa Urbano IV (si no me equivoco) de origen francés, perteneciente a la más rancia nobleza del país galo, fue quien promovió los planes para eliminar a los adoradores de Alá, el Dios de los musulmanes, dando comienzo así a aquellas famosas cruzadas en defensa del cristianismo que llevaron a la muerte a centenares de miles de ciudadanos durante un largo período, las cuales y bajo otras tutelas, continuaron algunos años después con la denominación de la Santa Inquisición, aquella bárbara política de aniquilación, bajo juicios sumarios, en nombre de Dios y de la fe religiosa cristiana-romana. Se haría interminable, reiteramos, un intento por tratar de recoger aun cuando sea una décima parte de esas conductas perversas. Lo fueron en cantidades inimaginables y en casi todo el mundo.


De manera que el Dr. Chaderton Matos dijo verdades y cuando salió esa andanada de críticas en los términos como fueron formuladas por referirse el canciller a un tema por demás sabido por todos, allí se hizo gala, una vez más, de esa asquerosa hipocresía que ha venido utilizándose en el país en el último tiempo para defender lo indefendible y tratar de afirmar y decir, por ejemplo, que todo cuanto se ha hecho para tratar de dar al traste con la democracia, no es cierto, como si el pueblo fuera pendejo. Quienes han estado liderando y aupando ese esfuerzo golpista se autocalifican de demócratas, cuando lo que nos mostraron en abril/02 con el golpe de estado de Carmona y sus protectores, fue todo lo contrario. Se disolvieron de un plumazo todos los poderes del Estado, los alcaldes de Primero Justicia se convirtieron en cancerberos del régimen y se dieron a la tarea de perseguir y detener, entre muchos otros, al Ministro Rodríguez Chacín y al diputado Tarek William Saab. Enrique Mendoza, por su parte, tumbó la señal del canal ocho. En Mérida y San Cristóbal la “sociedad civil” sacó a patadas a los gobernadores elegidos por el pueblo. El muy “honorable y respetado constitucionalista” Dr. Escobar Salom, en plena cacería de brujas, sugería en entrevista a la periodista Ana Vaccarela de Venevisión, que sometieran por la fuerza al gobernador Blanco La Cruz del Táchira y lo llevaran preso y, paremos de contar…


En su discurso en la reunión de la OEA, el canciller no sólo se refirió a esos cristianos que han desempeñado sus responsabilidades sagradas de forma condenable, habló también y muy bien, como corresponde, de Juan Pablo II, artífice de un mundo que pareciera para algunos utópico, en donde reine la concordia, el respeto, el amor, la paz y la solidaridad, es decir, dentro de lo que Jesús ordenó a sus seguidores hacer y fomentar para el manejo transparente y sabio de la iglesia, aun cuando en esa difícil tarea haya que echar de vez en cuando a los mercaderes del templo, como le tocó a él hacerlo. Mencionó el canciller, además, a otros hermosos personajes cristianos, como Martín Luther King y Mandela, entre otros.





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Ivan Oliver Rugeles


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