Mas que semántica



En tiempos de Roma se llamaba plebe a la clase social que carecía del privilegio de los patricios, estos que a su vez eran los descendientes de los primeros senadores establecidos por Rómulo. Esa plebe era la encargada de hacer los oficios varios del Estado porque hasta fines de la Edad Media, todavía se creía que el trabajo lo había hecho Dios como castigo, al decirle a Adán en el Paraíso: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

Así que a los trabajadores de hoy, sin ofender a nadie, los podemos llamar plebe, y a los miembros de la clase privilegiada que no trabaja pero cobra, y cuando le dan la oportunidad, y se la dan muy frecuentemente, se roban el Estado, los podemos llamar patricios
.
Bien, esos patricios tienen la demagogia como su principal instrumento de poder. ¿Y qué es demagogia? El Diccionario de la Real Academia dice que se trata de una dominación tiránica de la plebe con la aquiescencia de ésta. En otra acepción, que me gusta más, agrega que se trata de un halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política.

Ahora bien, a todo político le avergüenza que le digan populista. Y es frecuente que los patricios de hoy para atajar a los líderes plebeyos comiencen por estigmatizarlos con el término de populista. ¿Y qué es populismo? El Diccionario de la Real Academia dice tímidamente que es lo perteneciente o relativo al pueblo, como Partido Populista. Se nota que, adrede, soslaya definir populista, como el político que en sus propuestas electorales, antepone el interés del bien común al particular, contrario al demagogo, que es aquél que halaga a la gente (plebe) para hacerla instrumento de su interés particular.

Haríamos bien en reivindicar al populista, y dar al demagógico su estricto sentido, porque la confusión nos está haciendo elegir a unos patricios que nos halagan los oídos para esculcarnos los bolsillos con nuestra aquiescencia, como reza el diccionario.

Por ejemplo, en muy alta proporción se eligió al presidente Uribe por su promesa de alcanzar la paz por medio del sometimiento de los alzados en armas. Probablemente si el candidato Uribe hubiera dicho que la paz no es un objetivo que se pueda alcanzar a corto plazo, otro pudo haber sido el resultado de la pasada elección presidencial. Pues, bien, por boca de su ministra de Defensa, el presidente Uribe acaba de notificar a los colombianos que (...) “no podemos hacer en siete meses o cuatro años lo que no se ha logrado en 40 años”.

Lo mejor será seguir haciendo en los próximos cuatro años lo mismo que hemos hecho en los últimos 40: la guerra contra la plebe: a unos con las armas y a otros con la ley.
Así como ahora se incrementa el presupuesto militar a un monto récord de 10,8 billones de pesos, también se incrementa el arsenal legal para seguirle metiendo la mano al bolsillo a la plebe a través de las reformas tributaria, laboral y pensional.
Dos conclusiones podrían sacarse de este análisis: (1) Que la demagogia es perversa porque encierra alevosía y premeditación y el populismo es ingenuo porque parte de la buena fe de hacer las cosas bien, y (2) Que nadie lucha por su libertad mientras no se de cuenta de su esclavitud. Mientras no se distinga bien la pose demagógica de la populista, y sigamos creyendo que los primeros son los buenos y los segundos los malos, seguiremos, con nuestra aquiescencia (nosotros los plebeyos), eligiendo el discurso de los patricios que hoy devienen en neoliberales.


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Octavio Quintero. El Espectador. Bogotá. Colombia


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