Binóculo Nº 460

Quién era Hugo Chávez

Para empezar, Chávez era un hombre soberbio, típico de la formación militar; prepotente, típico de su personalidad, convencido de que tiene la verdad en la mano. Era agresivo verbalmente cuando se enfurecía, que era a diario, porque la incompetencia de quienes lo rodeaban, generaba eso. Y esa agresividad la pagaba quien estuviera a su lado, claro, cuando cometían errores. Es menester aclarar, que sentía un respeto casi reverencial y afectivo hacia los trabajadores. Las sonrisas siempre eran para los cocineros, el chofer, la persona que le servía café. Pero sus manos derechas diarias, edecanes y secretarios, sentían el peso de su duro carácter. De los tantos edecanes que tuvo, solo uno le resistió, y es una dama. Y ella también acusó ese castigo. "Nooo, es que ella es arrecha, ella no llora", dicen que dijo un día, mientras ella, de pie, firme, escuchaba el regaño inclemente del Arañero de Sabaneta. Cuentan que una vez, caminando a las cuatro de la mañana por los patios de Miraflores, en compañía de su edecán, se encontraron con un soldado haciendo guardia. No puedo imaginar la sorpresa. "Mi comandante", le dijo el chico. "Muchacho, y cuántos años tienes tú", "21 mi comandante", "Ah, y de dónde eres", "De Socopó, de un pueblito llamado Ticoporo, mi comandante", "y que apellido eres tú", "Rey, mi comandante", "Claro chico, yo conocí a Pantaleón Rey", "era mi tío abuelo, mi comandante", "bueno, ya sabes que debes hacerle honor a tu apellido, siendo un buen soldado". "Mi comandante, me puedo tomar una foto con usted para mandársela a mi mamá", "claro hijo, tomanos una foto aquí con este valioso soldado de la patria", le dijo a su edecán.

Parte de su soberbia, se sustentaba en que, de buena formación militar, y estudioso, suponía que podía adivinar lo que podía pasar en el país, por lo que siempre era dispuesto a escuchar cualquier recomendación, pero nunca le hacía caso. "Mientras el pueblo me respalde", nadie se atreverá, dicen que dijo una vez mientras se fumaba un cigarro junto a Iris Varela. Era parte de sus defectos, aunque bebía poco, fumaba con regularidad. No tocaré el tema de las mujeres, porque los venezolanos son -o eran- mujeriegos. Pero sí sé, porque lo investigué por varias vías que era incapaz de maltratar físicamente a una mujer.

Hugo tenía una inteligencia privilegiada. Era un estudioso indetenible, y era un curioso incansable. Ya era un buen lector, pero se hizo mejor en los contactos frecuentes con escritores, analistas y líderes mundiales, que visitaron el país para vivir en persona la experiencia "revolucionaria" que se estaba gestando en Venezuela. De leer "El oráculo del guerrero", de Lucas Estrella, a quien jamás volvió a mencionar luego de saber que era gay, hasta llegar al "Estado y la revolución de Lenin", transcurrieron 14 años, que ha sido -en mi opinión- uno de los procesos de más rápidos aprendizaje y de absorción de conocimiento de los que yo haya conocido. No es que estudiara política, o sociología, nada de eso. Hugo leía historia, geografía, literatura, poesía, filosofía, religión. Escuchaba música, conocía cantantes, conocía el mundo cultural, hablaba de cosas baladíes como cualquier mortal, jugaba pelota. A veces comenzaba a hablar por horas y no se detenía. Recuerdo haber preguntado una vez en mi programa de radio, que si no le daban ganas de hacer pipí.

De ese Chávez humano, que no un Dios, al Chávez que mataron unos años después, había como un siglo de distancia.

Cuando explicó el Plan de la Patria, me di cuenta que estaba comenzando a ver a un estadista que comenzaba a definirse, ya era enorme, demasiado grande, con cincuenta años de adelanto en la visión cosmogónica de lo que se debía hacer para arreglar no solo a Venezuela, sino al planeta entero. Por eso quienes lo rodearon, nunca lo entendieron, y algunos formaron parte de la conspiración, de sabotearlo, de negar su enorme valor. Ya entendíamos a ese Nieto de Maisanta. Ya sabíamos que íbamos por el camino correcto, y que, dirigidos por él, podríamos entonces hacer la revolución y algún día alcanzar el socialismo.

Chávez terminó siendo una magia, una forma de entender la vida, una sensación de construir una patria que iba más allá de Venezuela. Por eso lo mataron, porque era el único que hablaba el mismo idioma del pueblo y podía entenderse con ellos. Porque sabía que doña María necesitaba una sopita de pollo, y el viejo Francisco el dinero para comprar las cabras. Era el Hugo que reclamaba por qué pusieron una tubería de agua para abastecer a todo un estado, pero, pero no desviaron una tubería para llevar agua a una comunidad campesina ubicada a escasos cincuenta metros de distancia. Era el Hugo que hablaba del mal estado de las carreteras y de allí saltaba a la necesidad de hacer un gran ferrocarril que atravesara todo el continente, con una sola cédula, la andina. Amaba a Venezuela de la misma manera que amaba a la región, por eso hablaba del proyecto interno y del proyecto externo. Por eso el SUCRE tenía un objetivo específico. Por eso la ALBA era el instrumento jurídico idóneo para la concreción del sueño de Bolívar, ese que se enfrentaba a la Doctrina Monroe. El amor del pueblo terminó por envolverlo, y el enemigo entendió que debía desaparecerlo, porque podía ser la reencarnación del prócer y finalmente liberar la patria grande. Serían demasiados millones de hombres y mujeres del pueblo pensando lo mismo, sintiendo lo mismo; y eso se convirtió en el factor que aterrorizó al Big Brother. La decisión estaba tomada. Había que asesinar al hombre, que como diría Neruda, había vuelto cien años después.

Chávez era un orfebre. Diseñaba amor para cada uno en particular y para todos en general. Tenía la extraordinaria capacidad de entender a todos. Así les daba forma a las palabras, las pocas que escribió en el corto tiempo que pudo.

Ahora sí, es un oráculo. Donde todo el gobierno debería acudir para pedir orientación de hacia dónde continuar, cómo retomar el camino para conducir finalmente al país hacia una revolución. Y quién sabe si algún día hacia el socialismo.

Caminito de Hormigas…

A que nadie sabe que, en el submundo, se venden cadáveres. Cuestan

entre 50 y 150 dólares. Quiénes los compran, los brujos ¿Y quiénes los

venden? Porque es obvio que alguien los vende. O tampoco sabían que había

brujos que hacen trabajos con esos cuerpos. Si supieran la de enchufados

que hay metida en ese lucrativo negocio.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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