Conmemoración o calamidades

—Compa, ¿hoy se conmemora o se llora el estado de calamidades en que estos nos han sumido?

—Por qué dice usted eso.

—Bueno, porque yo veo que actualmente padecemos de dos graves males, cuando menos.

—A carache, ¿cómo así?

—Por un lao, padecemos la triste condición humana en lo espiritual y, por otro, los padecimientos materiales. Ambos, como usted sabe, por la terrible situación de miseria tan desastrosa a cuanto más nos ha sometido este gobiernito disque revolucionario.

—Así es.

—La vida política está acabada, es como yo lo veo. La libertad bullanguera que disfrutábamos los ciudadanos parece que ha tocado su fin. Ahora, si es que hay una vida la misma es triste.

Porque fíjese usted, todo se mueve a los dictados de un único señor que no sabemos quién es. Porque este, para mí, es un monigote.

—Así es sin querer queriendo y cada día más.

—La actividad política se ha convertido en un entretenimiento y en un pasatiempo para mantenernos distraídos. Es algo así como un gajo de naranja sin jugo. Donde nosotros somos las víctimas de la ambición, porque mientras ellos ganan todos los demás perdemos.

Eche una mirada a su alrededor, lo que ve es la miseria y la necesidad espiritual y material con todas sus secuelas. Ese es el pan nuestro de cada día.

En suma, como dicen los eruditos, los males permanentes son la inseguridad, la ruina, la pobreza y el desconcierto. Y le repito, tanto espiritual como material.

—Mejor dicho ni un doctor.

—El alma de la gente está en vilo y lo está al saberse uno sometido y sin medios de liberación. Esto es triste, en verdad.

Porque estos chavecos esperan que los continúen venerando y temiendo. Sin que nadie espere, para colmo de males, nada bueno de ellos.

—A lo mejor solo la muerte, porque esto se ha convertido en una muertecracia o revoluciónmuerte.

—Ya nadie confía en la benevolencia de estos políticos. Pero eso sí, todos cada día confiamos más en la crueldad que anidan, pues cada día la incertidumbre se va arraigando en el corazón de uno.

Los chavecos buscan que se les tema. Como ya nadie les cree, lo que les queda es aplicar el terror.

—Pan de cada día, ha dicho usted.

—La vida de la gente, o lo que queda de ella, anda decaída. Porque uno es víctima de la opresión y de la necesidad que lo amenaza a uno a ser un infeliz, con todo su horrible aspecto.

Acciones criminales e impías se dan cada vez más seguidas. Hechos monstruosos estremecen la sensibilidad de la gente. Lo que se oye es el clamor de las horribles calamidades a que éstos han sido capaces de llevarnos.

—Se dice y no se cree, lo que uno está pasando.

—Mire, el poder político aplicado por loa chavecos lo que hace hoy en día es encadenar más que liberar a la gente. Aterroriza más que alegra.

Fíjese hasta no hace mucho, la gente se entretenía con las ocupaciones políticas cotidianas y en tales entretenimientos pasaba el día. Ahorita cuando alguien habla para criticar al gobierno lo hace bajito y mirando pa´ los laos, no vaya a ser que haya por ahí un sapo cerca, que ahora llaman cooperante. ¿Qué le dice eso?

—Bajú.

—Y en los trabajos cuidaíto si dicen algo, porque los raspan.

—Amenazaos los tienen. Creo que a eso lo llaman terrorismo de estado.

—Con esta revolución de difuntos la cosa cambió y con ella el ánimo de la gente. Al entretenimiento político se ha impuesto el vacío. Al sentimiento de estar al abrigo de una política más o menos dinámica y de tener asegurada la benevolencia de los políticos, ahora la gente lo que siente es la soledad y el desamparo.

La gente se siente desangelada porque ha perdido toda esperanza. De ahí tanta tristeza y frustración.

—Caramba, lo que usted dice es terrible.

—Caiga en cuenta, el venezolano vive día y noche a la intemperie espiritual, sometido a la voluntad omnímoda y arbitraria de una revolución de pacotilla. Esto se ve en la desesperación de la gente, porque uno se siente como un juguete de estos revolucionarios. Que lo someten a uno a todo tipo de vejaciones.

Lo que se palpa es la desilusión de la gente, que hasta hace poco más o menos se sentía protegida.

—Que le puedo decir yo. Que soy uno de esos.

A menos que yo dándomela de revolucionario quiera negar la realidad, para hacerme el desentendido y el objetivo.

Bueno hombre, voy a ver el camburito que tengo allá en el patio. Ya llegó julio y a lo mejor está amarillando.

Y le dijo: Por ahora, apriete.



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Obed Delfín


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