El profesor y la empanada

—Sobrino ¡Felicitaciones! Me dijeron que consiguió trabajo de profesor universitario. Qué bueno. Porque usted ha sido muy buen estudiante desde chiquito. Siempre metido en esos libros. ¿En cuál universidad consiguió ese trabajo? Deben pagarle una millonada con todo lo que usted sabe.

Con cara de acontecido el sobrino me respondió: —Sí conseguí ese trabajito, en una universidad privada que queda por ahí. Algo me olió raro, aquella tristeza es como de alguien que no está muy contento. Bueno, dije yo: —Pero usted es bueno en lo que hace y sabe mucho, los alumnos deben rendirle pleitesía. —Ni se crea tío, me dijo.

—Como que no, con todo esos conocimientos que usted ha adquirido. Dígame, la paga debe ser muy buena, si pagan por lo usted sabe. Por un momento pensé que el sobrino se iba en llanto, y con la garganta estrangulada me confesó: —3 mil 500, es lo pagan la hora, tío. Y ahí mismo, se soltó a llorar aquel muchacho.

—No me diga eso, dije yo alarmado ante aquella revelación. ¿Cómo es eso posible? Qué puede comprar un cristiano con eso. Si una empanada la vi que está a 35 mil, si está fría porque caliente y qué cuesta más cara. Solo en bañarse para ir a dar clase gasta más que eso, jabón, champú… Claro si encuentras éstos.

Aquel muchacho lloraba que no podía parar. Yo no hallaba que decir, porque me sentía culpable de haberlo expuesto a confesar semejante humillación. Y ahí empezó. —Es aquí, no lo valoran a uno ni muchos menos lo que uno sabe.

—Tanto que uno ha estudiado para que le paguen eso, y preparar las clases. Todo ese tiempo perdido, porque uno no se puedo comprar ni un café, porque el pequeño está en 15 mil y el vasito más chiquito cada día. Y ese muchacho se lamentaba y se lamentó todo el día.




 



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Obed Delfín


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