El cuñao y los ladrones

A lo lejos vi al cuñao con cara de acontecido, me pareció extraño porque ese muchacho siempre ha sido risueño. —¿Qué le pasó Cuñao que lo veo como encalamucao? Está como pensativo. —No hombre, es que todavía ando de malas, usted sabe que a principio de diciembre se metieron unos ladrones a la casa. —Algo me dijeron, comenté yo. No me diga que se llevaron todo.

—De llevarse todo es mucho decir cuñao, porque usted sabe que en esa casa es más lo que falta que lo que sobra. Eso es cierto, dije para mis adentros. —¿Cómo fue ese asunto? Cuénteme. Aunque no soy de mucho beneficio, pero hablar de los problemas ayuda; le dije para darle ánimos.

—Eso fue antenoche, ya yo estaba acostado cuando oigo ruido en la cocina. Pensé que era algún ratón que andaba revisando para ver que encontraba en la alacena, y pensé el pobre se va a morir de desilusión. Cuando en eso un ladrón apuntándome me dice: —¿Dónde están los reales? —¿Cuáles le respondí? Porque los tres meses aguinaldos los gasté en un kilo de queso, un cartón de yemas y un kilo de carne de una vaca que a Vicente le malogró un camión.

—¿Y la tablet dónde está? Me preguntó el mal encarao. —Te sirve la piedra de machacar ajos, porque la tabla de picar aliños hace tiempo que se partió y la terminé usando para hacer un fogón cuando no había bombona. —Dame el celular, me amenazó. Yo medio asustado, le dije: —El que tengo es este Motorola que compré cuando existía Telcel ¿Te acuerdas? El ladrón miró el cacharo y creí que lo iba a estrellar contra la pared, pero se contuvo.

Me di cuenta que eran dos ladrones. —cuñao, ¿y usted estaba solo en la casa? —Por suerte sí, la mujer se había ido a ver a la mamá que tenía unos cólicos y se había llevado a los muchachos con ella. Como te iba contando. El otro ladrón andaba revisando el escaparate del cuarto, porque yo me había quedado dormido en el mueble de la sala, y entre la ropa vieja y las polillas agarró una alergia de las bravas; le dije: —Para eso no tengo ni Vivaporú, porque hace tiempo que no llega a la farmacia.

Revisaron y no encontraron nada que valiera la pena, porque hasta el televisor es blanco y negro. —Le confieso, cuñao, que a mí eso me dio una poca de vergüenza. Que en esa casa no haya nada que valga la pena. —Cuñao, usted sabe que lo cuenta es la intención y lo que es la persona, le dije yo para alentarlo porque estaba muy decaído y, además, eso dicen los manuales de la autoestima. Eso es verdad, asintió él. Sin embargo, se lamentaba y se lamentó largo rato por eso.


 



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Obed Delfín


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