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El presidente Maduro, con motivo del día del trabajador, anuncio entre otras medidas, o mejor dicho, como única medida, un aumento de salarios, algo que la luz de la crónica emergencia en la que se encuentra sumido el país, resulta contraria a la más elemental ortodoxia económica. ¿Por qué? Porque debido al exceso de liquidez que inunda las calles, lo que se necesitaba era crear incentivos a la producción, producir más, con el fin de dinamizar el proceso económico que desde hace mucho tiempo ya se encuentra completamente estancado. Pero lejos de eso, lo que hizo el Presidente fue desatarse en ataques contra los agentes que, precisamente, son los únicos que podrían llevar a cabo esa reactivación de las actividades productivas. ¿Resultado? Los mismos que se obtuvieron con los aumentos del año pasado, del antepasado, del trasantepasado y con los diez mil aumentos que han decretado estos gobiernos durante los últimos 15 años, es decir, más colas, más inflación, más escasez, más descontento y más inestabilidad. Francamente, si hasta pareciera que le estuvieran haciendo el juego a la oposición. O que estuvieran tan confundidos y desorientados, que lo único que les quedó fue tomar el camino más fácil. Pero lo malo de ese facilismo es que está sembrado de enormes peligros y acechanzas para ellos y para el país.

En torno de esta preocupante situación, publicamos en Aporrea un artículo titulado "Los controles de precios". Allí explicábamos, con un ejemplo tan sencillo que hasta un niño de 3er. grado podría fácilmente entender, las enormes distorsiones que se presentan cuando la demanda aumenta brusca y desproporcionadamente, como es el caso venezolano, en relación con una oferta que, como dijimos, permanece rígidamente estancada.

También hablábamos acerca de la escasez de productos de todo tipo, pero especialmente de alimentos, que actualmente tiene lugar en nuestro país. Y atribuimos esta situación a empresarios que, para eludir los mencionados controles sacan esos productos hacia otros mercados donde no existan esas limitaciones. Con lo cual estábamos diciendo, y creemos no estar equivocados, que la causa des desabastecimiento no son los empresarios sino los controles. ¿Por qué? Porque la actividad económica es un fenómeno sumamente dinámico y flexible. Razón por la cual trata siempre de responder a las condiciones en las que tiene que desenvolverse. De allí que fluya normalmente y sin tropiezos en la medida en que no se presenten hechos ajenos a su propia naturaleza. Por ejemplo, si se quiere que en nuestro país surjan nuevas empresas y, por consiguiente, nuevas fuentes de trabajo, pues deben crearse incentivos a la producción, como se hace en todos los países del mundo. De esta forma se estaría influyendo en el comportamiento de la actividad económica con otras medidas no ajenas a esa actividad. Pero si se quiere lo contrario, que se paralicen las inversiones, que los capitales traten de emigrar y que se eternice el fantasma de la recesión y el estancamiento, entonces déjense intocables los controles de precios y la inmovilidad laboral, decisiones que tienen que ver más con una acción policial que con el hecho económico.

Más adelante también dijimos, que los controles de precios debían eliminarse porque aparte de los señalado, tampoco han cumplido con los fines para los cuales fueron creados. Al respecto señalábamos algunos ejemplos. Como el del azúcar, que en apenas seis meses su precio en los abastos se ha incrementado cinco veces. O sea, que de 12 bolívares que costaba el kilo en octubre del año pasado, dio un salto de canguro y se ubicó en los 60. Y el de la leche, que cuando se consigue, no se adquiere por menos de los 600 bolívares. Un verdadero record en materia de carestía.

Ahora, ¿qué objeto, cuál podría ser la misteriosa razón que pudiera justificar el mantenimiento de unas medidas que a todas luces han resultado completamente inútiles para detener el continuo e impetuoso alza de los precios, y que por otra parte ha provocado un desabastecimiento que mantiene en permanente angustia y zozobra a la población?

Creo que la mentalidad pequeñoburguesa de los actuales gobernantes, la inocultable soberbia que los caracteriza y que les hace creer que son infalibles, en síntesis, su falta de humildad y modestia, impropias de quienes se autocalifican de revolucionarios, tiene mucho que ver con el absurdo de mantener en pie unas disposiciones que se han convertido en una auténtica calamidad nacional. Por eso se niegan a derogar los controles de precios. Por una cuestión de prestigio, ya que eso sería reconocer que la adopción de esa medida fue un error. Y eso si es verdad que sería mucho más de lo que el orgullo podría permitirles.

De manera, que para los que realmente se preocupan por el destino inmediato de Venezuela, ha llegado la hora de hablar claro. Ya que no hay nada que justifique que, sabiendo los grandes riesgos que corre el país, se decida guardar silencio. De allí que creamos conveniente decirle a quienes tienen en sus manos las riendas de la nación, que es imperativo rectificar, que no se puede continuar confrontando, a menos que se quiera destruir el país, a uno de los factores fundamentales de la economía y la producción. Factores sin cuya participación es imposible pensar en la superación de las actuales dificultades. De allí que los tantas veces mencionados controles tienen que desaparecer. Porque, además, no son indispensables para el progreso de un país.

En este sentido, no estaría demás mirarse en el espejo de Bolivia- Este país, como se sabe, era antes de la llegada de Evo, el más pobre y atrasado de América del sur. Sin embargo, gracias a la acertada política económica de su gobierno, basada en unas relaciones armoniosas con los factores de la producción, Bolivia se ha recuperado tanto, que desde un tiempo hasta esta parte ha venido registrando un permanente y sostenido crecimiento, hasta alcanzar el año pasado un envidiable 5 por ciento. Hecho que se repitió, con algunas pequeñas variantes, en los demás países de la región, con la sola excepción de Venezuela, cuyo crecimiento fue de un vergonzoso 0,4 por ciento, el cual, por si fuera poco, estuvo acompañado por una inflación del 70 por ciento, algo verdaderamente brutal.

Es cuando menos increíble que quienes están al frente de este país vean este cuadro sobrecogedor y lo único que se les ocurre es decretar un aumento de salarios. Es decir, todo lo contrario de los que se debía hacer, porque hacer eso es como echarle gasolina al fuego.

Nota: Si en realidad existe una guerra económica, entonces el gobierno la está perdiendo de calle. Por eso, las solas excusas no sirven para aplacar la ira y el descontento de la gente.

alfredoen_schmili@hotmail.com



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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