¡Quítate ese flux!

Ya pasamos el letargo de Navidades, Año Nuevo y Reyes, pasamos Carnavales, tuvimos el Foro Social Mundial en casa y ahora un largo trecho por recorrer antes de las elecciones de Diciembre. Oportunidades para empezar la campaña verdadera, la que te consolidará como líder del proceso continental que estamos promoviendo como alternativa a la hecatombe de un mundo en manos de los poderes inmisericordes del capitalismo salvaje y a la cual estamos sumando voluntades en el continente y afuera. Los excluidos de siempre, sin tierra, trabajo o esperanza sobre qué apoyar una expectativa de futuro; los progresistas en los países desarrollados o no, asqueados por el rumbo que nos tenía reservado la historia; la cada vez creciente masa de población que despierta a la realidad oculta tras el andamiaje mediático del sueño USAmericano y la farsa de un mundo automáticamente mejor supuestamente gracias al progreso de la ciencia y la masiva proliferación de la tecnología, en fin, una gran proporción de la humanidad espera que surja un verdadero cambio que alimente material y espiritualmente la lucha hacia una nueva vida.

Y tú eres el símbolo, el punto focal sobre el que se concentra la atención de todos nosotros. No es fácil, lo sabemos, tener esa enorme responsabilidad encima. Ser la reencarnación de Bolívar en pleno siglo XXI; el nuevo apóstol de Cristo contrapuesto al Sagrado Tubérculo en el Vaticano usurpando el legado del Nazareno; el pacifista discípulo de Martin Luther King y de Mahatma Gandhi, los valientes Sucre y Zapata, el sabio Simón Rodríguez, todo en uno, te expone al escrutinio mundial y te exige y compele a la acción a favor de la emancipación del género humano en general y del pueblo venezolano en particular. Labor titánica, pero compartida con todos nosotros. No estás solo en la lucha, y es nuestro deber hacer que más personas se nos unan para distribuir la carga. Tantos frentes por cubrir, tantos y tan diversos colectivos a los cuales urge alimentar con el mensaje de un mundo interrelacionado por vínculos de bien común, solidaridad social y amor al prójimo, no por leyes de mercado ni intereses económicos, alejados del fanatismo religioso de cualquier índole, convocan el aporte de esfuerzos de todos los hombres y mujeres comprometidos con la lucha por un futuro mejor; allí estaremos, a la orden.

Pero nos hace falta ahora ganar la batalla electoral interna, el acto burocrático que legitime tu mandato presidencial hasta el año 2013. Ya sabemos que no hay oposición democrática, la carcoma que quedaba de los partidos que podían haber intentado una opción nacional se retiró sospechosamente de la arena electoral; esa abdicación presagia un año tormentoso, amenazador, plagado de campañas de desinformación, vilipendio, descrédito a todas las acciones de gobierno, sabotaje generalizado para que las grandes obras de infraestructura no sean completadas a tiempo para ser presentadas como logros de la revolución; posibles saltos de talanquera, conflictos internos generados por rivalidades, codicia o sed de poder, además de los señalamientos e inculpaciones para explicar esa bofetada que el soberano, en absoluto derecho, le dio el pasado 4 de diciembre de 2005 al viejo discurso demagógico puntofijista heredado por esa maquinaria captavotos que se hace llamar Movimiento Quinta República.

Este último evento, la abstención del pueblo chavista al proceso electoral para los escaños de la Asamblea Nacional, es una muestra inequívoca del anhelo de las bases a ser consultadas para construir la denominada revolución dentro de la revolución, que clama por mayores muestras de participación y protagonismo pero no encuentra los canales necesarios para ello en el esquema piramidal bases obedientes/cúpula dirigente, esquema que impuso todos los candidatos a cuanto cargo de elección popular se haya presentado desde el referéndum hasta el presente, traicionando la promesa tácita hecha a las Unidades de Batalla Electoral, que garantizaron tu triunfo el 15 de agosto de 2004, de que serían tomadas en cuenta a la hora de designar candidaturas a fin de garantizar postulaciones con contacto real con las bases, sus necesidades, sus deseos de aportar soluciones auténticamente endógenas y originales a sus problemas específicos.

Obviamente no se trata ya del lema de subir cerro y patear calles, ahora se requiere examinar la coherencia no ya del discurso sino la conducta misma del líderazgo revolucionario, las metas que proyecta como reflejo de un mandato popular pero cuyas raíces deben examinarse a la luz de la realidad de haberse criado en un mundo en el cual la manipulación mediática, la incompetencia del sistema educativo y la transculturización fomentada por el gran capital para atomizarnos se unen a la deificación de los símbolos tradicionales de status, la apatía por generar modelos de desarrollo alternativos, la internalización del esquema vertical de mando y su direccionalidad de arriba hacia abajo, todos ellos rasgos que perpetúan una forma de hacer política que queremos superar y para lo cual se requiere de una altísima capacidad de imaginación, enormes dosis de humildad y el valor de abandonar el cálido cobijo de las conductas prefabricadas, prejuiciadas y asimiladas sin análisis, para lanzarse de lleno a la tarea de consultar, estudiar e incorporar los poderes creativos del pueblo con el fin de elaborar en conjunto un modelo de progreso y emancipación a la medida y concordante con nuestras vivencias, nuestra tropicalidad, nuestras necesidades reales, no aquellas inducidas por un modelo consumista que algunos siguen insistiendo en copiar de países con historias, climas, economías y culturas totalmente diferentes de las nuestras.

Se trata, en fin, de hacer realidad lo postulado en la Carta Magna, nuestra Constitución del 99 aprobada por el pueblo: la democracia participativa y protagónica y el Estado de Derecho y Justicia. Se trata de aquello que dijera Simón Rodríguez: O inventamos o erramos. Nadie dijo que iba a ser fácil, es más, sabíamos de antemano que además de los ataques del imperio nos enfrentaríamos a la dificultad de convocar voluntades de los propios interesados y afectados al reto de tomar en sus manos las riendas de sus destinos; la misma paradoja del esclavo que se resiste a ser liberado, prefiriendo el látigo del amo a la responsabilidad suprema de la autodeterminación, es aquella a la que nos toca combatir cuando intentamos convencer a los ciudadanos acostumbrados a mendigar por sus derechos a salir adelante a tomar el control de sus vidas amparados en la seguridad del justo proceder y el manto constitucional de las leyes.

Pero no se puede convencer sólo con palabras: hay que acompañar el verbo con la acción y la conducta coherente, el discurso de aliento con el ejemplo de los hechos contundentes. Y eso implica conocer íntimamente qué es lo que el pueblo quiere y aspira, cuáles son sus metas, cómo quiere lograrlas. Es decir, debes ser pueblo para sentir como pueblo. He aquí el meollo del problema, pues resulta que cuando tienes un cargo empiezas a ser diferente del pueblo, eres otra cosa, a menos que tu formación intelectual y tu capacidad de humildad te permitan seguir siendo pueblo, si acaso vocero, pero del pueblo, no de tu cargo, pues aunque te veas ungido por un poder como el Concejo Nacional Electoral, respondes al voto que el pueblo te dio para que fueras pueblo con cargo, pueblo con capacidad de decisión, pueblo con poder, pero pueblo al fin, no otra cosa: pueblo.

Ahora, el pueblo puede no estar claro. Normalmente lo está, y mucho, pero no escapa a la manipulación mediática que le inculcó por décadas, a veces siglos, un mensaje dirigido a moldear su conducta para el beneficio de la elite dominante (entendamos que las religiones que se codeaban con el poder tenían el papel que hoy tienen los medios corporativos). La resignación, la pasividad, la esperanza en un mundo mejor después del breve tránsito en la tierra ayudó a acopiar mano de obra barata, incluso esclava, para los dueños del poder; estos rasgos de mansedumbre fueron luego utilizados para convertirnos en consumidores sumisos y obedientes, listos a gastar dinero para imitar los hábitos de consumo que los medios nos hacen percibir como “apropiados” y ”modernos”, sin mencionar el mecanismo acrítico por el cual aceptamos ser gobernados por los maniquíes que los dueños nos obligan a elegir y cuyas lealtades son con otros dueños mayores en este circo surrealista en el que los pueblos somos marionetas que mantenemos con nuestro sudor a los amos que nos oprimen.

Tampoco olvidemos cómo nuestros procesos educativos fueron diseñados bajo directrices exógenas con el fin de reforzar nuestros hábitos de consumo, nuestra admiración por los brillantes y novedosos productos de la industria chatarra, nuestra sumisión al mensaje mediático y, peor aún, un sentimiento de inferioridad, como ansias de huir de nuestras raíces, de homogeneizarnos en ese aparente mundo perfecto que no huele a miseria ni pobreza.

Sin embargo, desde siempre ha habido personas que han tratado de cambiar este estado de cosas, que han levantado la voz para iluminar un camino alternativo de bienestar colectivo donde no exista el privilegio de cuna, donde no haya opresión y subyugación, donde el trabajo sirva para el beneficio del colectivo y no para una minoría. Son los iconoclastas, los enemigos del status quo, aquellos que han liderado las luchas por la emancipación social, étnica y cultural del género humano. Y entre ellos te encuentras tú, Hugo. Y volvemos a tu responsabilidad.

El ejemplo es la mejor bandera. Tú debes dar el ejemplo, los ministros deben dar el ejemplo, los funcionarios electos deben dar el ejemplo. Entonces, ¿es coherente hablar en nombre del pueblo campesino llevando puesto un flux? ¿Es relevante como indicador económico el aumento en las ventas de automóviles nuevos, si esos automóviles no son hechos íntegramente en Venezuela, y no solo no incorporan una proporción significativa de piezas y mucho menos tecnología criolla, sino que además estimulan un patrón de consumo típico de las sociedades capitalistas? ¿Qué ejemplo estamos transmitiendo al venezolano de menos recursos, ése que sabe que nunca va a poder comprarse un carrito, ni siquiera usado? ¿O será que las misiones le van a proporcionar el poder adquisitivo necesario para disponer de esos símbolos de status, como el flux y el automóvil? ¿Es ésa la meta de las misiones?

Otra más: ¿Es realmente tan significativo el haber superado cifras récord de recaudación tributaria en las aduanas? Claro que se está combatiendo la corrupción crónica en ese campo, pero eso nos habla de cuánto dependemos aún de las importaciones. Pero no sería nada si se tratara de bienes necesarios, momentáneamente irremplazables por productos criollos y necesarios para el fomento de la industria nacional o para la salud, o componentes de la dieta que por alguna circunstancia escaseen en el país; lo malo es que una gran parte de esas importaciones son productos suntuarios (automóviles de lujo, por ejemplo, y sigo insistiendo en lo aberrante de estos símbolos de status), ropa de marca o imitaciones, baratijas inútiles y mercancía que además de competir con la producción local mantiene en pié esa deformación del concepto de trabajo que se esconde bajo el nombre de “economía informal”, con todo el entramado social, jurídico y tributario de encubrimientos, sobornos y supervivencia que se despliega en las aceras de nuestras principales ciudades. En todo caso, el enfoque de esta actividad debe llevarse a un nivel más controlado, fomentando el cooperativismo en vez de la cruda competencia como herramienta educativa para ser aplicada en un nuevo campo de trabajo si se genera tal alternativa y para crear resistencia a la imposición del criterio de la propiedad intelectual, concepto que por suerte está siendo automáticamente tropicalizado y convertido en propiedad colectiva como debería serlo cualquier obra del ingenio humano en un mundo realmente social.

Ciertamente algunas cifras de crecimiento económico son necesarias no sólo para establecer medidas comparables a nivel internacional sino también para satisfacer los econometristas de la clase media en su visión del desempeño del gobierno, pero lo que tratamos de realzar aquí se mide con otros parámetros. ¿Cómo se demuestra el aumento de la participación popular en la conducción del país? ¿Cuántos mecanismos de control están siendo generados desde adentro de las comunidades para determinar la eficiencia en el uso de los recursos destinados a la formación del ciudadano comunitario, participativo y vigilante del desarrollo de los proyectos endógenos? En esa organización popular descansa la seguridad de conquistar la meta de los diez millones de votos que nos hemos trazado para las elecciones de diciembre 2006. No valen discursos demagógicos si la comunidad no se siente tomada en cuenta al momento de generar sus propios mecanismos de participación, ni es plausible seguir “comprando” votos con dádivas, ni inaugurando obras en cuya construcción y planificación el colectivo local no haya sido consultado e incorporado, y sobre cuyo manejo o gerencia no tenga posibilidad de intervenir; es decir, si no facilitamos los indispensables mecanismos para una eficaz contraloría social.

¿Qué no hay tiempo para hacer eso y a la vez terminar las obras de infraestructura antes de las elecciones de Diciembre? Pues, Hugo, es mejor que le pongamos realmente el hombro a este detalle. Es el detalle que marcará la diferencia entre la apatía del pasado y el entusiasmo del futuro. Es el pegamento que le dará cohesión a los concejos comunales para la participación, planificación y desarrollo de una nueva forma de hacer política responsable y cuidada desde las mismas bases a las cuales les estás pidiendo confiar en ti y en el grupo de personas que te acompaña en el difícil papel de dirigir las riendas del país. Es, sin lugar a dudas, la mejor garantía de alcanzar esa meta de legitimación absoluta que se apoya numéricamente en la cifra de los diez millones de votos.

Hay otros temas que deben tratarse, como la inclusión de esa clase media que quiere ver resultados tangibles de la revolución, y que tienen que ver con la necesidad de desarrollar una independencia tecnológica en todos los aspectos de nuestra infraestructura industrial, para lo cual debe metérsele la mano de verdad a Petróleos de Venezuela, a la Corporación Venezolana de Guayana y a los Ministerios relacionados, así como a los centros de investigación como el IVIC e INTEVEP. Ya no podemos seguir con el cuentito ese de “Ahora PDVSA es del pueblo”. Se acabó la era de las vacas sagradas, PDVSA se protege de una mayor integración a las necesidades reales del país repartiendo dinero a paladas a las misiones, patrocinando eventos, publicando anuncios en la prensa afecta al proceso, pero todos sabemos que es un caballo de Troya donde anida lo más enconado de la oposición y los lacayos de la CIA. Es un peligro demasiado grande para nuestros sueños. Hay que meterle mano, a PDVSA, a la CVG, a INTEVEP y muchos otros antros de sedición. Y es labor de todos, incluyendo a los nuevos dirigentes perfumados, así que…¡A quitarse ese flux!


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Franco Munini


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