La marcha y la marchita

Cuando la marcha bolivarina que tomó la Cota Mil venía a la altura Altamira, ya la avenida Bolívar estaba de bote a bote de boinas rojas. En otro lugar de la ciudad, rumbo a Los Próceres, unas 1.500 personas seguían como sombras fugitivas a unos líderes que no existían. El contraste de ambas manifestaciones resultaba abrumador para una oposición sin dirigentes y sin pueblo, apenas insuflada por las pastosas declaraciones de Brownfield y las gafedades de Súmate. Para llorar, hermano, se quejaba un escuálido usuario de Globovisión.

Las imágenes de la megamarcha bolivariana y de la contramarchita opositora provocaban en los corazones escuálidos un solo sentimiento: en diciembre no queda otra que abstenerse. En esas imágenes estaba la única razón para no contarse, ni idiotas que fueran. Ya inventarán excusas para su pánico: que si el CNE, que conteo manual, que si las maquinitas. Nada, si a esta gente se le hacen todas las concesiones que pida, se inventa cualquier cosa para no medirse, como ocurrió el 4D.

Esa contramarchita nunca debió ser convocada. La organizaron unos loquitos engolosinados con las cuatro mil personas que desfilaron el 23 de enero. En lugar de analizar los resultados relativamente positivos de esa movilización, sus fallas y aciertos, pensaron que tenían el poder a la vuelta de la esquina y decidieron entonces convocar para Fuerte Tiuna, como estación previa de una marcha definitiva hacia Miraflores. Como dice el bolero, “la historia vuelve a repetirse…”.

A medida que se acercaban a su “objetivo militar”, se convencían de que el palacio presidencial estaba cada vez más lejos. Al mismo tiempo, dejaban al desnudo la única razón para hacer de la abstención una bandera, esto es, su patética orfandad de pueblo. Ese mismo día aparecía la encuesta de Datos, una empresa insospechable de chavismo, que da al presiente un 77,8% de aceptación popular. Tiene razón el usuario del canal disociado, era para ponerse a llorar.

La calentera madre con esa fallida convocatoria la tenían en la embajada americana y Súmate. Para que la abstención tenga sentido es necesario mostrar que se tienen votos y fuerza. Sin estos dos factores, aquella carece de efectividad política. Lo correcto era seguir viviendo del 75% de abstención del 4D, conformado en su mayoría por chavistas triunfalistas, pero que cualquiera se lo puede apropiar y venderlo como su fortaleza. Los tarados del fantasmal comando de la “resistencia” no lo entendieron así, no están en capacidad de entender nada complejo, y se lanzaron por el vacío de llamar a una marcha cuyo fracaso rotundo estaba cantado.

En cuanto a la megamarcha bolivariana, nunca en la historia del país se ha dado una movilización popular de semejante dimensión. Un río humano que bajaba de la Cota Mil pretendía desembocar en una avenida Bolívar ya repleta por la marea roja. No había manera de que eso fuera posible. Si en la oposición quedara algún sector serio y realista, optaría por retomar el camino democrático, electoral, pacífico y constitucional. Cualquiera otra vía está condenada inevitablemente al fracaso. Y en cuanto a la abstención, es un pataleo de impotencia al que se le ven la costura y que este 4F quedó al desnudo. El pueblo bolivariano les ha enviado un mensaje contundente a los desesperados de aquí y a los fascistas de afuera. Nos vemos en diciembre, bien temprano, en la hora de los hornos cuando no se ha de ver más que la luz.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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