En respuesta a un artículo del portavoz del PP, Gustavo de Arístegui

Chávez y los despropósitos de la derecha

Nadie que conozca mínimamente bien Latinoamérica podría dejar de sentir asombro y perplejidad al leer, en estas páginas, el artículo titulado Armar a Chávez, de don Gustavo de Arístegui, portavoz del PP en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso.Nadie que conozca la región entendería la alharaca organizada por la venta de 12 aviones y ocho fragatas a Venezuela. Venta modesta tanto en cantidad como en calidad, pues son aviones de tecnología media y corta autonomía de vuelo que, por sus condiciones, tienen relativo valor militar. Otro tanto cabe decir de las fragatas, más próximas en sus capacidades militares a una patrullera que no a un destructor moderno.

Afirmar, entre reproches y descalificaciones, que este lote de armas «puede trastocar gravemente los frágiles equilibrios geopolíticos de la región», muestra un alto grado de desconocimiento de las nuevas realidades latinoamericanas. Por una parte, el continente americano -con la excepción de Colombia- vive en paz y los ejércitos están más que nunca recluidos en sus cuarteles. La idea de equilibrios geopolíticos fue manejada por las dictaduras fascistas del sur, sobre todo en Brasil, Argentina y Chile, y hoy forman parte de un pasado que nadie quiere revivir, salvo una minoría nostálgica que añora los delirios militaristas de las desaparecidas dictaduras.Por otra, los países latinoamericanos poseen un profundo sentimiento antibelicista, como demuestra el que, desde la guerra del Chaco (1932-1934), la región no ha conocido ninguna otra guerra fratricida.Cuando han estallado conflictos (entre El Salvador y Honduras en 1969, o entre Ecuador y Perú, en 1995), los mecanismos regionales han funcionado con notable efectividad, poniendo fin a los choques armados. Nadie en la región piensa en guerras y sí, muchísimo, en integración regional, cooperación y unidad. Hablar de equilibrios geopolíticos o militarismo es algo anacrónico y fuera de la realidad.Conviene recordar, en este punto, que en Latinoamérica la mayoría de las guerras pasadas fueron resultado de injerencias extranjeras, directas o indirectas, no consecuencia de políticas nacionales.

Sorprende la diatriba contra el presunto armamentismo de Venezuela, por cuanto el autor omite referirse al caso más conspicuo y polémico de carrera armamentista, como es el de Chile. Las Fuerzas Armadas chilenas iniciaron, en 1995, una ambiciosa modernización de su material bélico, destinando a ese fin, por mandato constitucional, el 10% de la venta anual de cobre. Gracias a esos fondos, Chile dispone hoy del más moderno y ofensivo ejército del continente, sólo superado por EEUU, Canadá y Brasil. Entre sus compras más recientes está la de 10 aviones F-16 Block C/D, que recibirá de EEUU en 2006. Cuenta, ya, con 25 cazas supersónicos Mirage M-5 y 12 cazas supersónicos Northrop F-5E, además de un centenar de otros aviones. Posee, así mismo, 14 fragatas, 3 destructores, 7 corbetas lanzamisiles y 4 submarinos, además de 510 tanques y 900 misiles de distinto tipo. Armamento ofensivo que, salvo comentarios en algunos medios periodísticos, no preocupa a los vecinos de Chile, pues nadie en sus cabales cree que Chile se prepara para una invasión. En Perú se limitaron a deplorar que el Gobierno chileno gastara en armas lo que necesita para educación, nada más.

También sorprende, aunque bastante menos, el apocalíptico anatema que lanza contra el presidente Hugo Chávez, al que acusa, siguiendo a EEUU, de desestabilizar la región. Como es de público conocimiento, Chávez obtuvo la presidencia en elecciones libres y ganó sin paliativos el referéndum revocatorio exigido por la oposición.Negarle su condición de presidente democrático es negar la validez del sistema democrático y, de forma indirecta o inconsciente, lamentar que haya fallado la intentona golpista de 2002. Ningún presidente latinoamericano ha sido objeto de tanta presión electoral y ninguno como Chávez ha ganado tantas elecciones, una tras otra.Gustavo Arístegui lamenta profundamente esa realidad y expresa su temor de que las «próximas elecciones legislativas muy bien podrían consolidar al régimen». Tal afirmación lleva a dudar de su respeto por las reglas democráticas y recuerda la célebre frase de Kissinger, en 1970, de que EEUU no podía permanecer quieto «mientras un país se tornaba comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo». En Chile, en 1973, los fracasos de la derecha y EEUU para derrotar a Allende en las urnas les decidieron al dar el golpe de Estado. ¿Esa línea se propugna? ¿Democracia sólo si ganan los suyos y si no, golpe militar?

En su helicoidal análisis de la realidad latinoamericana, el articulista afirma que «corren malos tiempos para la democracia en América Latina», amenazada por lo que llama «el populismo vacío, carente de ideología y de valores», con Hugo Chávez como epítome y «reencarnación del fascismo». El autor se sumerge, acto seguido, en espacios oníricos y, de un plumazo, desacredita todos los procesos de cambio que está viviendo Latinoamérica, a los que acusa de querer destruir la democracia y de implantar modelos fascistas de gobierno. En este punto la perplejidad se hace risa, pues resulta imposible encontrar el hilo lógico a tal suma de desaguisados. ¿Puede alguien creer que Chávez, Lula, Vázquez, Kirchner o Lagos sean fanáticos populistas de corte fascista, cuyo objetivo es destruir unas democracias tan duramente ganadas? ¿Puede alguien sensato pensar que estos luchadores de izquierda gobiernen imitando las odiadas dictaduras?

El desconcierto se vuelve general cuando el autor afirma que el Gobierno socialista de España «ha sido un juguetito» en las «hábiles manos» de Frankestein Chávez. Tal aseveración junta falta de seriedad y rigor, menosprecio al Gobierno del Estado y un desconocimiento no menos grave de las relaciones internacionales.Hay, también, un soterrado doble rasero con sabor a república bananera. Si EEUU vende armas a Chile o Colombia, la transacción es legal y correcta y forma parte de las relaciones entre Estados, de modo que tales transacciones no generan críticas. Si España las vende a Venezuela, el gobierno socialista es bobo e ingenuo, favorece a un dictador y amenaza los equilibrios geopolíticos de la región. El mensaje a extraer es que sólo EEUU tiene derecho de vender armas en Latinoamérica, o que armas sólo pueden venderse a quien diga EEUU. Que eso lo sostenga un presidente bananero, pasa. Que lo afirme un destacado político del principal partido de oposición español, da grima, pues mañana pueden volver a gobernar, como lo hicieron en pasados años.

Tal suma de desatinos lleva a una forzosa conclusión. Afortunadamente para España, el país se encuentra gobernado por el PSOE con el apoyo de la izquierda. Si gobernara el PP y lo hiciera aplicando los criterios del portavoz parlamentario, tendría España que reducir sus secretarias y departamentos para Latinoamérica y dedicarlos a otra región que acepte tragar tales despropósitos.Con la Latinoamérica de hoy sería imposible un entendimiento.Recuérdese que los últimos años de gobierno de José María Aznar dejaron un balance amargo en su relación con Latinoamérica. Las cumbres de La Habana y Panamá fueron traumáticas y los choques personales dañaron seriamente ese foro. México y Chile se oponían a la guerra contra Irak en el Consejo de Seguridad y España hacía coro con EEUU. Con Argentina, Venezuela y Cuba casi se llega a la ruptura. Sólo las residuales Centroamérica y Colombia hacían coro con Aznar.

En aquellos años no habían ganado sus elecciones Lula ni Tabaré Vázquez y Kirchner iniciaba su andadura. En los próximos meses nuevos presidentes «populistas-fascistas», como los califica Arístegui, pueden llegar al poder en otros países. Los cambios en la región seguirán produciéndose y acentuarán la inclinación a la izquierda de los pueblos. Hará falta imaginación, sensatez y mucha capacidad de respeto para que España -asumiendo los cambios y sumándose a ellos- pueda participar positivamente en la construcción de los espacios de cooperación en marcha. Eso no se logrará desde fundamentalismos ideológicos, descalificaciones ni insultos.Una línea como la del señor Arístegui augura, más bien, rupturas y conflictos diplomáticos y el aislamiento de España, hecho que perjudicaría más a España que a Latinoamérica.

La región iberoamericana, conviene recordarlo, suma casi 20 millones de kilómetros cuadrados y 500 millones de habitantes. Yerra de manera garrafal quien crea que, plegándose dócilmente a EEUU, confrontando los procesos de cambio y asumiendo actitudes de encomendero podrá realizar una política exitosa hacia esa región-continente.El fracaso de Bush en la última cumbre americana invita a la meditación.

La última década, por demás, ha visto renacer el espíritu integracionista en Latinoamérica, cuyo buque insignia es Mercosur. A él se sumará Venezuela y, eventualmente, Bolivia. Al mismo tiempo, las relaciones intra-latinoamericanas experimentan un auge casi desconocido, como muestra la inserción cada vez mayor de Cuba en la región y la adopción de acuerdos estratégicos, como los suscritos entre Venezuela y Argentina, así como la aprobación de enormes proyectos integradores, entre ellos un oleoducto de Venezuela hacia Argentina y Colombia. Significativas son también iniciativas como Telesur o los planes de conformar grandes empresas regionales para negociar en mejores condiciones con los oligopolios del Primer Mundo.

Hay fuerzas y personas, en España y también en Latinoamérica, que se han quedado ancladas en la Guerra Fría y en las seudodemocracias oligárquicas. No entienden los cambios en marcha y, en su confusión, quieren reducirlo todo a esquemas obsoletos que sólo existen en su visión estática del mundo. Para que España pueda hacer una presencia constante y fructífera deben sus gobiernos y políticos entender esos cambios y aprender a respetar a gobiernos y presidentes.Si tal no ocurre, España quedará fuera, pues los cambios, en Latinoamérica, no se detendrán. El estancamiento está aquí, en sectores atrincherados en sus búnkeres fundamentalistas. Mientras ellos se confunden con sus fantasmas, Latinoamérica camina.

*Augusto Zamora es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid.


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