Una solución definitiva al problema de la inseguridad

Si usted pensó que en este pinche articulito yo, humildísimo escribidor de naderías, le ofrecería una solución a tan exigente y escabroso asunto, se equivocó… Bueno, la verdad es que yo le induje a error. El título de arriba ofrece algo que deseamos vehementemente, pero que nadie, en todo el mundo, a través de todos los tiempos, ha podido brindar… Está bien: ¡mea culpa!... Lo que pasa es que tengo un interés especial en que quienes nos ubicamos de este lado del pensamiento y del sentimiento políticos, estemos claros aquí. Justo aquí. Y es que es en este preciso punto de nuestros ijares donde el oposicionismo venezolano nos hinca con más encono sus espuelas oxidadas. Juran, emocionadísimos, que de esa manera nos desarman y nos desacreditan. Su ya inveterada incapacidad para analizar con tino la realidad nuestra y la del resto del mundo les impulsa a ello.

No parecen haberse dado mínima cuenta de que, en este punto, abordan el contenido sin fijarse para nada en el continente. Vale decir, que hablan de la tan mentada inseguridad -referida ésta al acto delincuencial- sin tomar en cuenta la sociedad en la que dicho acto se perpetra. Más elementalmente expresado, hablan de la consecuencia haciéndose los locos con la causa que la motiva.

Expongámoslo de una vez: el capitalismo, entre otras linduras, preconiza la delincuencia.

En una sociedad en la que el valor máximo es la acumulación de bienes materiales, no tiene nada de raro que abunden y progresen los hampones de toda pelambre. Desde los de cuello blanco hasta los de orilla… El capitalismo aplaude al choro exitoso, al prestidigitador de la verdad, al malabarista de la manipulación. ¿Cómo vamos a pretender estar seguros en una sociedad con ese perfil?

En el mundo capitalista, un choro avispado y con clase sabe que el producto de sus rapiñas va a ser envidiado por la sociedad alienada en la que vive. Si los actos delictuales que le facilitan dicho producto se mantienen impunes, entonces él será objeto de cierta inconfesable admiración por parte de sus semejantes. La sociedad capitalista respeta profundamente, y más que a ninguna otra cosa, el poder que otorga el dinero. La cuestión, así, es llegar a ser un malandro con poder. Poder en la alta política o poder en barrio adentro. Poder del ministro corrupto o poder del jefe de banda. No muchos lo logran pero todos lo intentan. Y lo intentan porque el sistema del capital se los permite.

En Cuba, por ejemplo, donde desde hace rato se intenta (y se ha logrado en buena medida) desarrollar un sistema socialista, la delictualidad es sensiblemente baja en comparación con el resto de los países del globo. En algunas categorías se está casi a nivel del nada por ciento. Esta no es, créanlo, la divagación exaltada de un fanático. Revisen, por favor, las cifras de los organismos mundiales especializados en la materia y constaten.

Sería muy poco serio decir que se va a acabar, ya mismo y de manera total, con este asunto en el que la prensa de derechas y sus indefensos lectores ocupan buena parte de sus aprensiones. La delincuencia y la inseguridad tienen como base, fundamentalmente, un sistema alcahuete en el que la escala de los valores humanos está patas arriba… Entonces, la cosa es muy simple aunque sumamente compleja: o se cambia el status quo actual por el sistema socialista, o seguiremos fritos. No sólo en ése sino en todos los demás frentes que la sociedad humana nos plantee.

¿Una solución definitiva al problema de la inseguridad? Sólo cuando nos deslastremos del capitalismo.


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Omar Fuentes

Abogado del diablo, periodista de largos y dolorosos períodos y escribidor a ratos, amén de opinador compulsivo. Aunque parezca mentira, actualmente es estudiante de la Universidad de los Andes en la Escuela de Medios Audiovisuales. Autor de los libracos: 'Relatos en blanco y negro' y 'Nubarrones a ras de la tierra' (cuentos) y 'El diablo se mudó al mediodía' (novela).

 omarfuentes60@hotmail.com

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