Bolívar, el más grande entre los grandes

Dedicado a Tania Díaz, quien habló, sabe dios con qué inconfensables propósitos, de la obra inconclusa del Libertador.

En una de sus campañas militares en Perú, Bolívar tuvo que hacer un largo recorrido por una zona infernalmente inhóspita y desértica, donde el sol era tan fuerte y reverberante que prácticamente hacía estallar las piedras. Y llegando a un pequeño pueblo llamado Pativilca, cerca del mar, fue víctima de una peligrosa insolación, o sea, del tabardillo. Como consecuencia de esto, el cerebro le empezó a hervir, y la fiebre le subió tanto, que comenzó a delirar y a hablar incoherencias. Tal era la gravedad del mal, que su compungido estado mayor llegó a la triste conclusión de que aquel sería el final de su querido y respetado jefe; que éste no tenía la menor posibilidad de salir con vida de aquella traicionera emboscada del destino. Sin embargo, pese a todos los malos augurios, y casi como por un milagro, si es que los milagros existen, la intensidad de la dolencia, con la esmerada atención de sus amigos, fue cediendo poco a poco hasta permitirle al héroe levantarse del suelo, donde se encontraba acostado, y sentarse, recostado en la pared de bahareque, en una desvencijada banqueta. En esta situación, y todavía tiritando de fiebre, lo encontró su viejo amigo, Don Joaquín Mosquera, que desde Chile se dirigía a Colombia y Venezuela.

Pero dejemos que sea este señor quien nos relate un pequeño pasaje de este memorable encuentro.

-¿Y qué piensa usted hacer ahora, general? -le pregunta Mosquera a Bolívar, casi sin poder contener las lágrimas-. Y este despojo humano, completamente abatido y con los huesos a flor de piel, avivando sus hundidos ojos, cuyos fulgores iluminaban un rostro teñido por una palidez mortal, contestó, “triunfar”.

Ante esta asombrosa e inesperada respuesta, el amigo, sin poder ocultar su incredulidad, le volvió a preguntar lleno de admiración:

-¡Triunfar, General!, ¿y cómo?

-Y el cadáver respondió: he dado ya las órdenes para levantar una caballería en el Departamento de Trujilllo; he ordenado también tomar todos los caballos buenos del país y embargar todas las existencias de alfalfa para mantenerlos gordos. Luego que recupere mis fuerzas, me iré a Trujillo. Si los españoles bajan de la cordillera a buscarme, infaliblemente los derrotaré con la caballería; pero si no bajan, dentro de tres meses tendré una fuerza suficiente para atacar. Subiré la cordillera –de los Andes- y los derrotaré”. Y aquí permítame el lector un pequeño paréntesis para decir lo siguiente:

Parece mentira que aquel hombre, en el último grado de postración física y con un pie casi en el sepulcro, pudiera hablar de atravesar una gigantesca montaña de hielo y derrotar un ejercito de más de l7 mil hombres bien armados y entrenados y, para colmo, dirigidos por generales que se habían enfrentado a las tropas de Napoleón y las había derrotado; un ejercito, además, al que se le había sumado el de San Martín.

Afortunadamente Bolívar se fue recuperando lentamente, y no lo había hecho del todo cuando le planteó a su Estado Mayor la necesidad de atravesar los Andes para caerle por detrás al enemigo. Aseguró, con su infalible visión de estratega, que ésta era la única vía que existía para derrotar a un ejército que ya había vencido en par de ocasiones al de San Martín. Discutieron acaloradamente por espacio de varias horas esta intrépida maniobra, pues Sucre y otros generales la consideraban poco menos que un suicidio. Finalmente, los argumentos de Bolívar, expuestos con su acostumbrada elocuencia y poder de persuasión, prevalecieron y de inmediato emprendieron la marcha. Fue ésta una marcha, como se esperaba, plagada de toda clase de contratiempos y dificultades, pues además del intenso frío que les entumecían los músculos del cuerpo, tuvieron que sortear el difícil paso por estrechos desfiladeros, donde un paso en falso podía significar la muerte. Y así, venciendo toda clase de contratiempos, llegaron a un pueblito donde sus habitantes los recibieron con grandes demostraciones de júbilo y alegría. En esta localidad, permanecieron como dos o tres días, tiempo que aprovecharon para reequiparse, descansar y obtener información acerca del enemigo. Obtenida esta información y reabastecida la logística, continuaron su camino hasta llegar a Junín, donde bajo el mando directo de Bolívar, se libró la batalla del mismo nombre y, en virtud de la cual, los patriotas le infligieron a los españoles una costosa derrota.

Pero sigamos con el amigo de Bolívar, quien continuó diciendo: “en medio de la perplejidad que me produjo aquella inesperada respuesta, recordé las palabras que Bolívar le había dicho a Sucre en Lima: “usted, general, es el hombre de la guerra y yo el de las dificultades”. Y siguió diciendo: “ya me encontraba sobre mi caballo, dispuesto a continuar el viaje, cuando El Libertador, con voz desfallecida, me encareció: diga usted allá, a nuestros compatriotas, cómo me deja usted moribundo en estas playa inhóspitas, teniendo que pelear a brazo partido para conquistar la libertad del Perú y la seguridad de la Gran Colombia”. .

. Son por los ideales de Bolívar por los que pelea el pueblo venezolano en estos momentos. Porque los venezolanos de hoy sólo tenemos dos opciones: ser libres y dignos o ser uno mugrosos y despreciables esclavos.

Por último, a mí no me convence ni siquiera el propio Bolívar en el sentido de que él haya sido un fracasado. ¿Por qué? Veamos lo siguiente. Nos cuenta Indalecio Liévano Aguirre, que “el 17 de junio 1825, Bolívar y su ejército se acercó a Pucará -un pueblito del Perú-. Sus pobladores, acompañados del Párroco –Choquehuanca-, salieron a su encuentro, y rodeados por una gran multitud, pintorescamente vestida, entró en la población, donde le rindieron toda clase de emocionados honores y homenajes. Fue algo verdaderamente impresionante por la devoción con la que aquella humilde gente trató a nuestro Libertador y a quienes lo acompañaban. Los llevaron hasta la plaza del lugar donde tenían preparado un una tarima y allí el párroco –indígena como sus feligreses- pronunció las palabras que la historia ha conservado por su valiosa significación”:

“Quizo Dios –dijo- formar de salvajes un imperio, y creó a Manco Capac. Pecó su raza y lanzó a Pizarro. Después de tres siglos de expiación tuvo piedad de América y os ha creado a vos. Sois, pues, el hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho antes se parece a lo que habéis hecho, y para que alguien pudiera imitaros, sería preciso que quedara un mundo sin liberar. Habéis fundado tres repúblicas que, en el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevarán vuestra estatua adonde ninguna otra ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”.

Cuando el poeta hilvanó estas palabras, Bolívar no había liberado todavía al Perú ni creado a Bolivia, eso lo hizo poco después, por eso habla de tres repúblicas. Ahora, pregunto ¿puede considerarse fracasado nuestro gran Libertador después de haber realizado esta prometeica hazaña? Es que haber creado, no tres, sino cinco naciones, es cualquier cosa

Eso sólo pudieron pensarlo las inescrupulosas oligarquías de Colombia y, muy particularmente la de Perú, que a través de plumíferos a sueldo tipo Guillermo Morón, Manuel Caballero, Germán Arciniegas y otros descastadodos más, inventaron la canallesca especie de que Bolívar entregó Miranda a los españole-.

Presidente Maduro, con haberle respondido al follón del Capriles Radonski sus pretendidos insultos y ofensas contra Chávez y su familia, corrió un gran riesgo. El mismo consistía en que pudo caer en un ambiente fuertemente impregnado de vicios tan asqueantes como son los de contranatura.


alfredoschmilinsky@hotmail.com


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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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