Fue ya muy tarde en mi vida cuando leí las primeras prosas del poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre. Por el lado materno, descendía del gran Mariscal Antonio José de Sucre: este último matemático, ingeniero militar y trabajador incansable.
La introducción me la dio mi gran amigo Sinforiano Guerrero Lobo, luchador de toda la vida y lector como el que más. Con ese hablar de los campos de Mérida, con la mirada firme y la palabra fuerte pero justa. Lo vi y escuché enfrentar a varios detractores suyos y de su hermano, en escenarios importantes; incluso dándole la mano al tiempo que decía sus verdades a su atacante: cómo me hubiese gustado poseer esa firmeza en el pulso. Un hermano de Sinforiano fue aquel funcionario legendario de la PTJ llamado Juan de Mata Guerrero quien participó en el esclarecimiento del caso sonado del Monstruo de Guarenas y también en la caza del Macho Machera en Mérida (con Sinforiano fui una tarde a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional en busca de viejos periódicos de aquellos años 1970 y 1980 para un trabajo que prepara Sinforiano).
Trabajó Sinforiano en la Librería Historia (por la década de los 1970) que era dirigida por los hermanos Castellanos frente al Capitolio en Caracas. Los medio días almorzaba en la famosa Casa de los Espaguettis en el Centro. Conoció Sinforiano en la Librería Historia a grandes escritores y lectores como Argenis Rodríguez y Ramón J. Velazquez, a artistas plásticos como Cruz Diez y Jesús Soto. A inicios del año pasado (2012), como en un viaje al pasado visitamos Sinforiano y quien escribe lo que queda de la vieja Librería Historia. Nos recibe Jonás Castellanos, librero. Fue esa misma tarde que Sinforiano me cuenta su último encuentro con Argenis Rodríguez: en una cervecería de La Candelaria. Iba Argenis a la Librería Historia en busca de sus amados libros y en busca de uno que otro trago para sobrevivir una tarde más, una noche más. Y fue en esos meses (de 2012) cuando comencé a leer a Ramos Sucre y a quemar mis últimas tontas esperanzas en su narrativa. Luego de leer al poeta y luego de leer El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, ya nada fue igual. O mejor dicho, me he quedado con lo esencial: la ponzoña en el alma de la cual nos hablaba Argenis en algunos de sus escritos. La misma de la cual nos habla Sant Roz [1]:
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Dos novelas han marcado mi vida “El corazón de la tinieblas” de Joseph Conrad y “Los engranajes” de Ryunosuke Akutagawa. Los leí siendo estudiante de matemáticas en el Pedagógico de Caracas. Libros estremecedores que todos los días recuerdo mientras paseo, mientras converso, mientras miro desde la ventana la larga noche de la existencia. Uno no puede ser el mismo después de leer estas dos esenciales obras paridas por un genio de occidente y otro de oriente. Y a partir de esa lectura, digo, cuando lo hagas, entonces se crecerá tu carga, crecerá tu dolor y ya no estarás por aquí como un maniquí al que batuquean por todas partes. Te ubicarás en un punto superior desde el que verás mejor todos los oleajes de las ilusiones. Desde allí hablarás, dirás tus verdades y te maldecirán, y serás odiado y perseguido hasta la muerte.
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El propio Argenis Rodríguez escribió sobre nuestro personaje Ramos Sucre lo siguiente [2]:
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Venezuela es un país de sorpresas. Aún andamos descubriendo su destino. Cuando Jorge Luis Borges era el prototipo de escritor universal de nuestra América, resulta que entre nosotros ya había existido uno semejante, que por desgracia se suicidó. Su obra, tres libros en prosa, nos habla de todo el universo. Arranca con los detalles de un héroe comoBermúdez y luego desemboca en la Europa renacentista. Este creador, llamado José Antonio Ramos Sucre, venía de la provincia. Era un solitario, un profesor y un diplomático. Las nuevas generaciones lo han llevado a España y a Méjico. En las letras Ramos Sucre es tan universal como Miranda. Sin embargo ahora es cuando Venezuela emprende su conocimiento.
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Del resumen "Ramos Sucre: La Pasión por los Orígenes" de Guillermo Sucre [3], leemos:
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Más allá de cualquier otra valoración estética, hay que decir que Ramos Sucre no escribió prosa sino poemas en prosa. Lo que no es lo mismo. Es verdad que sus textos admiten muchas variantes, que no todos son homogéneos en su estructura o en su concepción. Pero, ¿no es lo mismo que se advierte en un libro como Le Spleen de Paris, de Baudelaire, que justamente ha sido considerado como modelo del poema en prosa? Es también verdad que algunos de esos textos, especialmente entre los primeros que escribió Ramos Sucre, se aproximan más al ensayo, la crónica, la reseña, y aun al discurso. Pero del mismo modo encierran una poética y una visión del mundo. Hay todavía signos más visibles, más reveladores.
Aun en sus textos discursivos o conceptuales, Ramos Sucre se apoya sobre todo en trazos relampagueantes de lenguaje: lo que cuenta no son sus ideas, sino el poder de una imaginación que logra iluminar antes que explicar. Imaginación que expone, no propone. Imaginación verbal: modular todo según un ritmo, una imagen, un símbolo. «Plática profana», escrito en 1912, es buen ejemplo de esto. Se trata de un discurso en exaltación del general Ezequiel Zamora; recordatorio convencional, hasta prédica moral (sobre el heroísmo y la patria), gracias al poder del lenguaje, ese discurso va adquiriendo una reverberación novelesca. La frase final, sobre todo, ¿no culmina en esa épica del destino, que es también destello verbal, y que luego hemos admirado en algunos textos de Borges? Habría que citarla: Anteriores días magníficos y no esos de nefasto nombre debieron componer la vida de Zamora: un escaso destino le permitió apenas la oportunidad de mirar con asombro infantil aquella ráfaga ardiente de batalla, pregonera de Venezuela Heroica por el ámbito de la América del Sur.
Ramos Sucre como simplemente prosista: sólo estamos ante uno de los tantos equívocos de que ha sido objeto su obra, y no de los mayores. Hay otros tal vez más sorprendentes. En su propia época sufrió el peor de todos: ni se la rechazó completamente, ni se la reconoció en su justo valor. La reticencia apenas disimulada y el elogio con frecuencia externo se combinaron para de algún modo mantenerla en una suerte de limbo estético: una obra rara, pero sin mayor trascendencia. Se la calificó, alternativa o simultáneamente, de romántica, pamasiana, simbolista, casi como si se tratara tan sólo de la obra de un esmerado, tardío epígono; otro modo de soslayar su radical singularidad. En efecto, ¿cómo podría pasar inadvertido el que esa obra fuese el resultado de un trabajo continuo sobre el lenguaje; el que su rigor formal encarnara, por sí mismo, una ética y una visión del mundo? Si, se habló de Ramos Sucre como el autor de piezas perfectas (de «esmero nimio», decían los autosuficientes), se destacó la corrección de su estilo, se aludió a su manía lingüística (manía, en griego, quiere decir delirio, y Platón hablaba de la divina manía del poeta): todo ello como si se tratase de algo prescindible o no esencial (no «humano») en la poesía; el don muy peculiar de un señor avezado en gramática y en idiomas clásicos y modernos.
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Un breve extracto del escrito biográfico de Isabel Cecilia Ramos González [3]:
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José Antonio Ramos Sucre, uno de los más notables poetas venezolanos, nace en Cumaná el 9 de junio de 1890 y muere en Ginebra el 13 de junio de 1930. Hijo de Don Jerónimo Ramos Martínez y Doña Rita Sucre Mora, sobrina nieta del Gran Mariscal de Ayacucho, aprende sus primeras letras en Cumaná. Más tarde en Carúpano, bajo la tutela del tío, Presbítero Dr. José Antonio Ramos Martínez, culto y políglota, se inicia en los estudios del latín. De regreso en Cumaná estudia en el Colegio Nacional de Don José Silverio González Varela donde se gradúa de bachiller, trasladándose luego a Caracas para iniciar en la Universidad Central sus estudios de Derecho y Literatura y continuar aprendiendo idiomas (griego antiguo y moderno, sánscrito).
En el segundo año de su carrera de leyes, clausurada la Universidad, comienza Ramos Sucre a estudiar danés, idioma que domina en sólo cuatro meses; estudia también inglés, francés, alemán e italiano y las asignaturas correspondientes a los diversos años de la carrera, y es así como, en 1916, al establecerse los estudios libres, rinde en sólo tres meses los exámenes correspondientes a los cuatro años de derecho, alcanzando en 1917 el título de Doctor de Ciencias Políticas. Ya graduado, continúa con el estudio del sueco y del holandés («estudiar para mí es un morbo», diría en una ocasión a la madre) y trabaja como traductor e intérprete en la Cancillería, en la cual permanece hasta finales de 1929 cuando viaja a Europa, como Cónsul en Ginebra, donde muere en 1930. Simultáneamente Ramos Sucre desempeña las cátedras de Historia y Geografía Universales, Historia y Geografía de Venezuela y de Latín y de Griego, cátedras que gana brillantemente por concurso («no hay jurado para él», comentan los opositores, muchos de los cuales se retiran al saberlo concursante). Sólo temporalmente ejerce la carrera de abogado cuando es nombrado juez accidental de primera instancia en lo civil. Jurisconsulto preclaro y literato de eximia erudición, más partidario de las normas morales que del concepto rígido del derecho, produce una sentencia memorable en el campo del Derecho Internacional Privado, al disolver el vínculo matrimonial de cónyuges extranjeros, apartándose de la clásica obediencia al estatuto personal: «El juez suscrito, sentenciará, no puede acatar el estatuto personal extranjero cuando impone sobre la persona humana el yugo de una situación insostenible...».
La obra literaria de José Antonio Ramos Sucre está condensada en las siguientes publicaciones: Trizas de papel en 1921; Sobre las huellas de Humboldt, en 1923; La torre de Timón, en 1925; El cielo de esmalte y Las formas del fuego, en 1929.
En 1956 el Ministerio de Educación edita sus obras en la colección Biblioteca Popular Venezolana, pero será hacia los años sesenta cuando llegue el reconocimiento y las nuevas generaciones lo convirtieran en una de sus referencias más válidas. Para Juan Liscano, Ramos Sucre «es un refinado, un aristócrata del lenguaje, un hombre nutrido de una cultura clásica y romántica cuya escritura asume en tono trascendente y suscita sentimientos nobles de desespero, soledad y elevación». Para Francisco Pérez Perdomo «es el más admirado por las últimas promociones poéticas del país, es el poeta del dolor, un poeta que siente una hipnótica fascinación por lo oscuro y los abismos, un poeta alucinado que sufre en su soledad». Ángel Rama considera que en el proceso fabulador de Ramos Sucre, «el hijo dilecto de los equívocos», se establece una suerte de extraña corriente y reciprocidad entre lo real y lo imaginario... y su adjetivación es suntuosa, solemne y muy precisa dentro de la intemporalidad e impersonalidad buscadas en sus textos».
La obra de Ramos Sucre ha sido publicada por Monte Ávila Editores en 1969 y 1985; por la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela en 1979; por la Biblioteca Ayacucho en 1980. Pero será en 1988 cuando Ramos Sucre llegue finalmente a Madrid. En una edición a cargo de Katyna Henríquez Consalvi, con prólogo de Salvador Garmendia, la prestigiosa Editorial Siruela publica su obra bajo el título de Las formas del fuego, «una de las obras más interesantes que se pueden encontrar en las letras hispanoamericanas del siglo», según comentario de José García Nieto de la Real Academia Española; en el suplemento de libros de El País, de Madrid, Almudena Guzmán, crítica española, considera que Ramos Sucre es poseedor de «una prosa poética impecable, ejemplo de musicalidad y elegancia, llena de construcciones tan insólitamente bellas...». Después de la edición en España, donde impactó ese perfecto dominio del lenguaje y su mundo melancólico y desolado, su obra es traducida al portugués por el reconocido hispanista José Bento, y publicada en 1992 bajo el título As formas do fogo, con prólogo de Eugenio Montejo.
En 1999, el Fondo de Cultura Económica de México publica el libro Obra Poética con prólogo de Guillermo Sucre y compilación de Katyna Henríquez Consalvi. La Colección Archivo de la UNESCO prepara actualmente la edición de su obra completa.
En homenaje a su memoria la Universidad de Salamanca creó la cátedra de literatura venezolana José Antonio Ramos Sucre.
Ramos Sucre, superficialmente juzgado por los críticos de su época, estaba consciente de la trascendencia de su obra poética, y el reconocimiento actual viene a confirmar la certeza de su pensamiento, cuando en carta a su hermano Lorenzo el 25 de octubre de 1929, afirma: «Creo en la potencia de mi facultad lírica. Sé muy bien que he creado una obra inmortal y que siquiera el triste consuelo de la gloria me recompensará de tantos dolores». Y así, Ramos Sucre ya no podrá, como escribiera en su poema «El maldito», escapar de los hombres hasta después de muerto.
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Referencias
[1] Sant Roz, José – “Tener conciencia centuplica por mil el horror de la existencia" - 2010.
[2] Sant Roz, José – “Argenis Rodríguez, Desesperación Calificada” – 2000.
[3] Sucre, Guillermo – “Ramos Sucre: La Pasión por los Orígenes” - en José Antonio Ramos Sucre, Poética, compilación Katyna Henríquez Consalvi, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 9-38
[4] Ramos González, Isabel Cecilia – Apunte Bio-bibliográfico – en http://www.cervantesvirtual.
Lectura complementaria
Biblioteca Ayacucho"José Antonio Ramos Sucre - Obra Completa":
http://www.google.co.ve/url?