La primera vez que voté fue el 4 de diciembre de 1983, año en que ganó el “Sí” de Jaime Lusinchi. Había encontrado mi camino académico: estudiaba periodismo en la escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Pero como soy de la “cuna del talento”, donde vivían y viven mi padre y mi madre, mi primer voto fue en el Grupo Escolar Orituco, en Altagracia de Orituco, estado Guárico. Tenía 19 añitos. No sume, ando en 41.
Ese gobierno fue famoso por varias razones. Pero la principal fue la dualidad de funciones de la secretaria privada del Presidente Lusinchi “la colombiana Blanca Ibáñez, la cual desplazó en la práctica como primera dama a Gladys Castillo (casada con Lusinchi en 1941 y madre de sus cinco vástagos) y a la que se adjudicó un afán de protagonismo desmedido y flagrantes injerencias en las decisiones políticas del Gobierno” (http://www.cidob.org). Sin comentarios. Información de “la red”.
Luego vino el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez (CAP), gobierno que pasó a la historia por asuntos menos pasionales que los del periodo anterior. Mi intención fue votar, como buena gracitana, en la “cuna del talento”. Pero voté en Caracas, gracias a la insistencia de mi hermano Pedro, que se empeñó en que “abriera” una mesa de votación. Fue un “período difícil”: El Caracazo y las dos intentonas golpistas del año 1992, acabaron con las ansias de figuración nacional y mundial del hombre de Rubio. El 20 de mayo de 1993 la Corte Suprema de Justicia declaró con lugar el antejuicio de mérito solicitado por su amigo (de CAP) Ramón Escovar Salom. Octavio Lepage asume la Presidencia de la República de Venezuela, a secas. “El gocho” fue condenado a tres años de prisión.
Más tarde aparece en escena Ramón J. Velásquez por quien no voté ni yo, ni nadie. Fue el Presidente de la transición entre CAP y Rafael Caldera. Ya ahí me había resignado a cambiarme de centro de votación y por casualidades de la vida, me tocó votar en Altagracia, parroquia del municipio Libertador, del Distrito Capital. Cosas del azar.
Luego vino el quinquenio de Rafael Caldera, el quinquenio de la “estabilización democrática”, el quinquenio de la debacle financiera, el quinquenio de la cura de sueño, que así llamaban los periodistas la actividad del Palacio de Miraflores de entonces. Voté por tercera vez.
Como ven, el país no era ninguna maravilla, ni el sistema electoral tampoco. El “acta mata voto” mandaba en el imaginario y en la realidad de los venezolanos. De Blanca Ibáñez en adelante, perdón, de Lusinchi en adelante, no hice si no cerciorarme de que se necesitaban cambios y por eso trabajé con mayor o menor intensidad, la mayoría de los años que tengo. Aun así sufragué, aun desconfiando, aun harta de la democracia representativa.
Mi última saga empezó en diciembre de 1998 y no he parado de participar. De ahí para aca no me he pelado ni una sola elección. Es decir, ni antes ni ahora fui abstencionista. Pregúntenme si votaré el próximo domingo.
Y es que hay múltiples razones por las cuales votar, pero la más importante es defender nuestra democracia. Votar contra Bush, contra Maria Corina, contra la Poleo, contra Ledezma, esos que están desesperados con tan sólo 6 añitos fuera del poder, con tan sólo seis añitos en la oposición, son razón suficiente. Los verdaderos demócratas son pacientes. Fuimos pacientes. Seremos pacientes. Y si otros no pueden serlo, agarren de una vez pa’ la montaña. Yo nunca me decidí por esa opción. Enhorabuena.
*Periodista
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