El renacimiento del Socialismo como alternativa revolucionaria




Durante algún largo tiempo el socialismo representó la alternativa revolucionaria para acabar con el capitalismo. En aras de que esto fuera imposible en un futuro no determinado las elites gobernantes hicieron algunas concesiones políticas, económicas y sociales, lo cual convenció a las direcciones de partidos políticos y sindicatos obreros de izquierda de que se podrían obtener mejoras sin salirse del marco capitalista, dando paso al reformismo. Tal corriente vino a dominar la conducta y la lucha de la dirigencia tradicional izquierdista, avenida a pactos y manejos por arriba con la clase gobernante, lo que causó una enorme desmoralización entre el proletariado y masas populares en la medida que se diluían las posibilidades de una opción verdaderamente revolucionaria.

Ello vino a incrementarse una vez que los regímenes stalinistas del Este europeo eclosionaron a finales del siglo pasado. Tal hecho fue explotado por la burguesía como la prueba fehaciente de que el socialismo era inviable, siendo su derrota el fin de la historia, ya que el capitalismo regiría en lo adelante todos los pueblos del planeta. Así, el socialismo como alternativa frente al capitalismo era una mera ilusión de idealistas a contracorriente. Sin embargo, el “triunfo” capitalista pronto se vio empañado por la irrupción espontánea y descoordinada de movimientos sociales enfrentados a las imposiciones draconianas de entes financieros multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que pretenden salvar las economías dependientes de las naciones subdesarrolladas sacrificando la vida de sus habitantes empobrecidos. A esta política de imposición de recetarios ortodoxos, enmarcados en la globalización económica neoliberal liderada por Estados Unidos, se sumó la propuesta de Tratados de Libre Comercio que lesionan en distintos aspectos la soberanía de nuestras naciones, lo que generó ese creciente malestar colectivo que ha derribado gobiernos entreguistas en Argentina, Ecuador y Bolivia.

No obstante, durante este tiempo, no hubo un impulso decidido capaz de ganarse la adherencia popular hacia el socialismo y esto se explica, sencillamente, por el reformismo presente en las organizaciones tradicionales de izquierda, ajenas a las necesidades objetivas e históricas de la clase social con la buscaban tomar al poder y hacer la revolución. Otro factor que pudo influir en esta situación mutilante fue la pérdida del poder por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, gracias al intervensionismo descarado del gobierno estadounidense de Ronald Reagan. Fuera de Cuba, no existía otra referencia cercana que pudiera estimular la lucha por el socialismo en nuestra América. La izquierda –tan activa en décadas anteriores - se encerró en sí misma, aturdida por los acontecimientos que daban cuenta de sus derrotas consecutivas, incluida la época de la guerra de guerrillas. Hasta que llegó Hugo Chávez, con su boina roja de paracaidista, reivindicando el legado bolivariano.

La convocatoria de Chávez por que se debata y se construya el socialismo del siglo XXI impone no pocas interrogantes. Especialmente cuando se considera el cúmulo de contradicciones que presenta este proceso revolucionario. De todas maneras, su invitación suena como algo lógico, habida cuenta que el sistema capitalista posee una naturaleza esencialmente depredadora, capaz de arrasar con todos los recursos naturales del planeta, y ha sido generador de las deficiencias e injusticias sociales que todos combatimos, incluidas aquellas que no le son atribuidas de modo directo. Hace falta todavía que esta propuesta se enserie y se profundice en todos los niveles posibles, sin olvidar los precedentes históricos ni la dinámica real de la lucha de clases en la actualidad. No es creer que los giros que den algunas organizaciones políticas o sociales hacia la izquierda acarrearán ineludiblemente una política genuinamente revolucionaria y, menos, que el socialismo podrá construirse de la noche a la mañana, de manera pacífica o por decreto presidencial.-



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Homar Garcés


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