Opinión, Historia, Arte i Medicina

El rostro del Libertador i las causas de su muerte

“Una cosa es morir y que otros queden

      para maldecirnos o llorarnos”

               Mario Benedetti

“Morir a tiempo, es vivir

 en la eternidad”

  Séneca

      El Libertador Simón Bolívar  es el más perfecto ejemplo que lo que significa,  con su grandeza i gloria indiscutible, el más conspicuo o genuino blanco de las envidias, las traiciones i las injusticias de sus contemporáneos; no solamente de aquellos que tuvieron la oportunidad en el tiempo de conocerle i verlo realizar la magna obra que juró realizar, desde una colina romana, teniendo por principal testigo a su maestro Simón Rodríguez, enemigos implacables que lo llevaron como él mismo dijo, hasta la puertas del sepulcro, sino los de generaciones venideras que durante decenios i siglos, han irrespetado su memoria o se han valido de ella para figurar, alardear, calumniar o hasta negociar. El estudio de sus padecimientos que fueron realmente varios, i los síntomas signos de la enfermedad que le llevó a la muerte, parece haberse mezclado con las no objetividades históricas, o con la política que es ajena a su tiempo i a su vida terrenal.

     En el anterior artículo (VI) vimos las condiciones en las cuales el Libertador entró a Bogotá el 15 de enero de 1830, según narra Posada Gutiérrez en sus Memorias. Además las decisiones que ya traía tomadas como lo que escribe a Fernández Madrid el 6 de marzo de ese año: “No volveré a tomar más el mando, porque ya me es insoportable bajo todos los respectos”(sic) i dos días después, el 8 de marzo le escribe al Gral. José María Obando: “Yo he muerto políticamente y para siempre”, todo lo cual confirma cuando el 27 de ese mismo mes, había presentado la renuncia a la Presidencia de la República, de manera irrevocable, ante  el Soberano Congreso. “Ya tendremos nuevos mandatarios” dijo. I en mayo de ese año, el congreso eligió presidente a Don Joaquín de Mosquera i  vicepresidente al Gral. Caicedo. Fueron días incómodos, pues no estuvo de acuerdo con Mosquera; había muchas intrigas, i sentimientos adversos que venían de Venezuela, hasta de su Caracas natal. De Bogotá se fue a Cartagena, pero estuvo en varios pueblos cercanos, acompañado de su sobrino Don Fernando Bolívar, hasta que partió de Sabanilla, después de pasar por Barranquilla. De Sabanilla a Santa Marta fue la ruta por mar, en el velero o bergantín Manuel, propiedad de Don Joaquín de Mier; informaba entonces el sobrino, que la salud de su tío se agravó en esos lugares malsanos, i como le recomendaron la vía marítima para que mareara, vomitara, vaciara emuntorios, etc., a fin de expulsar los males biliares negros que lo acosaban, aunque Fernando desde Guadas le escribió a Manuela como palabras de Simón: “Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación”. Mientras al general Pedro Briceño Méndez le decía: “Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado. Yo no pido por recompensa más que el reposo y la conservación de mi honor: por desgracia es lo que no consigo”. ¿Alguien quiere más pruebas que las palabras del propio Libertador, sobre su estado de salud física i espiritual o mental? Más todavía: desde que llegó a Cartagena, en carta que hace a su más fiel soldado de la Independencia el General Rafael Urdaneta –se conocían desde San Cayetano, pueblito a orillas del río Zulia, antes de llegar a Cúcuta e iniciar la Campaña Admirable−  de fecha  2 de octubre de 1830 desde Turbaco,  le expone: “Yo he venido aquí de Cartagena un poco malo, atacado de nervios, de la bilis y del reumatismo. No es creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Está casi agotada y no me queda esperanza de restablecerme enteramente en ninguna parte y de ningún modo”. Pregunto de nuevo ¿Quieren más pruebas de su salud gravemente deteriorada por la enfermedad, con síntomas referido por el propio paciente? Tan era grave su enfermedad que, en aquellos tiempos donde solamente las comunicaciones eran a caballo i por cartas, a una de las primeras mujeres bellas que fascinó el Libertador, en la Campaña del Magdalena, Anita Lenoit, se enteró de su gravedad i salió en búsqueda del amado inolvidable, sólo que cuando llegó a Santa Marta, el Libertador había muerto.

     Ahora bien, en estos pasaje de los últimos años de esta vida i esta muerte que no se repetirá jamás como dijo Gabriel García Márquez, la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina i la Academia Nacional de la Historia, olvidándonos del prejuicio de que estaban en los tiempos de la IV República, se efectuaron dos eventos sobre Enfermedad y Muerte del Libertador, el primero un Coloquio Médico Histórico sobre la enfermedad i muerte del Libertador, el 18 de diciembre de 1962, i una Mesa Redonda sobre el mismo tema médico-histórico, llevado a cabo los días 25 i 26 de junio de 1963, que en una segunda edición publicada, se recogieron las ponencias de los dos acontecimientos históricos. El Dr. Ricardo Archila i el Dr. Franz Conde Jahn, fueron los promotores. Participaron una mayoría de distinguidos médicos  con credenciales de historiadores, i notables historiadores venezolanos. Para mí, destacan sobre todo, las ponencias de Oscar Beaujon (quien publicó aparte su obra EL LIBERTADOR ENFERMO) las ponencias de Ricardo Archila, (2) autor de una gran obra sobre la Historia de la Medicina en Venezuela, i la de José Ignacio Baldó, tisiólogo, quien se ocupa bien de la sintomatología.

      Las conclusiones a la cuales se llega en estos dos eventos, mui completos, donde se investiga bien el tratamiento aplicado por Reverend, etc. son de que el diagnóstico que no deja lugar a dudas es el dado por el médico francés en Santa Marta: tisis pulmonar, como se lo comunicó al Gral. Montilla i de acuerdo a signos i síntomas, obviamente obtenidos por referencias e historia clínica, es que padecía de una tuberculosis pulmonar, con presencia de lesiones (en la necropsia) con cavernas i nódulos exudativos, propios de reinfección tuberculosa del adulto (con antecedentes desde  la infancia) con  cavernas fibroulcerosas, i diseminación broncógena, i hasta una posible laringitis o laringo-traqueitis tuberculosa. En los huesos solamente deja huellas el llamado Mal de Pott o tuberculosis ósea, que el enfermo no tuvo. También se obtuvo en la autopsia o mejor, necropsia, un nódulo calcificado en el pulmón izquierdo que fue extraído i se conserva en el Museo Bolivariano. I en cuanto al tratamiento, se estimó que estuvo adecuado para los conocimientos de la época. Se sabe que el criterio del Dr. Reverend, que si poseía credenciales de médico i conocimientos de aquellos tiempos, fue compartido por el médico norteamericano Dr. George Mac Night, pero que mi colega el Dr. Orlando Arrieta, profesor de Historia de la Medicina de LUZ, dice que el apellido es Knight, porque así esta registrados en los Archivos en Washington; este señor era médico asimilado u oficial asimilado a la marina de los Estados Unidos, i estaba en Santa Marta en la goleta Granpus (sic), cuando llegó el Libertador. Otro de la “provincia de Maracaibo” que se ha ocupado de los padecimientos nerviosos o mentales del Libertador, es el Dr. Humberto Gutiérrez, eminente neurólogo, fallecido, el Dr. José Rafael Fortique, i los abogados Manuel Matos Romero, Gastón Montiel Villasmil i Barboza de la Torre.

     De los síntomas en lo que insiste el tisiólogo Dr. José Baldó, está la tos, la expectoración amarillo-verdosa, la respiración corta i la disfonía; agregado a ello, el enflaquecimiento, la fiebre i el cansancio.  Tos i esputo, era frecuente desde hacía años. El Libertador dijo en una ocasión que padecía también de dolores de cabeza que no lo abandonaban ni de día ni de noche, i hasta donde tengo conocimiento i he podido estudiar, una histoplasmosis a veces pasa casi desapercibida i los síntomas aunque sean de infección o lesiones pulmonares, no son tan acentuados, ni la cronicidad puede venir desde décadas atrás.

     Hai un autor, de nombre  José E. Molinares, que en un libro titulado EL POSTRER ALIENTO DEL LIBERTADOR, que ha publicados en varias i modificadas ediciones, tiene un capítulo o aparte donde titula: El Libertador no murió de tisis pulmonar, sencillamente porque se inclina a favor de la hipótesis del Dr. Ardila Gómez, médico colombiano, quien expuso que la causa de la muerte fue un absceso hepático amebiano que perforó la cúpula diafragmática i se abrió a los bronquios, cosa que no pudo probar o sostener, pero lo alarmante de Molinares es que su principal argumento es que el Libertador no pudo contraer i desarrollar en apenas 17 días, una tuberculosis pulmonar que lo llevara a la muerte. Por eso, ambas hipótesis o hipótesis i argumento si base alguna, no merecen ocuparme de ello. Entonces, ante un diagnóstico de histoplamosis, me gustaría ver la historia clínica, la valoración de los signos i síntomas, i otros argumentos a favor, por parte de los colegas que ahora asoman esa posibilidad. Cuando se abordan estos temas del pasado, importa mucho los pequeños detalles para saber o imaginar cómo sucedieron las cosas. Por ejemplo, se dice que el Libertador, en el escaso tiempo que dedicó al obispo de Santa Marta, no se pudo confesar ni recibir sacramentos, más cuando el prelado salió disgustado de allí, i luego de la muerte ni asistió a las exequias; por eso el cuadro de Herrera Toro, uno de los clásicos venezolanos el artista erró al pintar a un sacerdote echándole la bendición. Igualmente muchas ilustraciones de la escena final, pintan a un Dr.Alejandro  Próspero Reverend, como un viejo con barba, mui parecido al médico que pintó Michelena en El Niño Enfermo, cuando en realidad era un médico de unos 34 años, joven i fuerte, que cargaba al Libertador como a un niño, de la cama a la hamaca i de la hamaca a la cama. Por eso, cuando en la Historia se especula en vez de investigar, i se comercia en vez de buscar firmes testimonios, se cae en novelería barata, como sucede con esos libros del autor de LA CARTA (creo que con patrocinio de PDVSA) i aquí insisto en que se debía aclarar la impertinencia i el irrespeto, no solamente al Libertador, sino al Gobierno, a los científicos que hicieron estudio, i al pueblo venezolano, en insistir que, pese a las pruebas de ADN i muchos otros datos fundamentales sobre la autenticidad de los restos en el Panteón Nacional, este autor, señor historiador computarizado, alegue que esos restos se dicen, son de Bolívar. De manera que Venezuela está protagonizando uno de los más grandes o monumentales fraudes de la Historia.

(Continuará)


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Roberto Jiménez Maggiolo


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