Respuesta rápida a Graziano Gasparini, sobre el uso del color en los edificios recuperados

Contra las escolásticas razones de una “autoridad”

Se van turnando en los ataques desmedidos a todo lo que hagamos.  Ahora le tocó a Graziano Gasparini que salió a insultarnos a través de una entrevista en El Universal. Es así. Suelen venir uno detrás de otro.   

Me pregunto: ¿Qué los mueve? ¿Será la soberbia? Desde luego hay un odio allí, un resentimiento por el hecho de que otras personas lleguen, de que nuevas visiones surjan y se democraticen los espacios durante largo tiempo secuestrados.   

Pero ¿justifica eso tal intensidad en las descalificaciones? Entre otras gracias, Gasparini nos llama incompetentes e ignorantes con poder.   

Le dice al entrevistador: “la ignorancia de esta gente es digna de un Nóbel”.   

¿Esta gente? ¿A qué gente se refiere? Normalmente el uso de esa frase siempre oculta una arrogancia infinita, cuando no una auto diferenciación de clase.   

Pero en este caso, ¿Se refiere a quién? ¿A los arquitectos bolivarianos? ¿A los bolivarianos en general? ¿A quién? ¡Qué cosa! ¡Ah Gasparini, que personaje! No voy a responder a sus insultos y desprecios. En verdad no me vale la pena descender a los niveles de este polémico arquitecto, que ha tenido que ver con tanta gente pero que, en el fondo, no ha logrado que nadie lo quiera.   

En fin... que no vale la pena responder a sus injurias.   

Sin embargo, no puedo dejar pasar la oportunidad de hacer algunas anotaciones sobre uno de los aspectos donde él hace gala de una posición a todas luces fundamentalista: el tratamiento del color en la restauración.   

He ahí un punto que no puedo profesionalmente evadir.   

En relación a ese tema del color, desde hace años Gasparini ha querido convertir en ciencia lo que no es más que su opinión que, por cierto, es una opinión extremadamente dogmática.   

El quiere desde su “autoridad” imponerle criterios a los demás profesionales.   

Pero hasta aquí llegó la escolástica que lo inspira. Su anacrónico discurso no afectará nuestro trabajo. Y no por bolivarianos, que lo somos, sino por que somos serios y nos reconocemos hijos de este tiempo.   

Pues para el uso del color no puede haber cartillas, ni catecismos, ni manuales, ni recetas de ningún tipo, ni de Gasparini ni de nadie.   

¿Por qué? Porque en la naturaleza del color está la libertad de ser, como la primera de sus cualidades. No es sólo un adjetivo encadenado como lo quisiera Gasparini.   

Es todo un sustantivo.   

Cualquiera puede comprender que en las edificaciones, sean de la época que sean, el color que viene dado por la pintura es una piel, pero una piel cambiante y  autoafirmativa. Como una tela, como una ropa, como un maquillaje. Una piel que explora distintos juegos y variaciones a lo largo de su existencia.   

Eso es, amigos, lo que nos dice la realidad.   

Es una lección de historia. El color no se está quieto. Se transforma de contínuo.   

El color, de esa manera, responde a la estética, no del punto de origen, sino del tiempo de su aplicación. De cada tiempo y circunstancia. De cada voluntad. Para eso existe. Para eso es.   

El color, asumido en libertad, se relaciona con el momento en que es aplicado, con las estéticas de ese momento. Es una flor pasajera, una apuesta estética individualizada, que no acepta rutinas impositivas.   

Cuando un especialista en restauración hace su trabajo científicamente y devela las distintas capas de pintura que cubren, por ejemplo, el pilar de una iglesia del siglo XIX, hasta llegar a la capa original, no tiene ninguna obligación moral o estética de reproducir el color de esa primera capa. ¡Óigase bien! Ninguna obligación de hacerlo.   

 Es una opción, ciertamente, pero no es la única opción. ¿A partir de qué código se impondría? ¿Quién escribiría ese código y con cuales premisas? ¿Gasparini? ¿Con base a cual totalitaria autoridad? ¡No me hagan reir!  Si en la restauración de esa hipotética iglesia se quiere hacer un trabajo didáctico que nos hable de cómo era ella en el momento de su construcción (pues pueden existir, ciertamente, motivos para ello, motivos culturales), entonces el restaurador tendrá la opción de reproducir el color y las tonalidades originales. Pero, repito, es una opción que puede responder a intenciones de la restauración. No es una ley.   

En otros casos, la pertinencia de lo que llaman “valor coral” o del conjunto, puede prevalecer sobre la pieza individual. Y generalmente cuando es así, hay ordenanzas urbanas que consideraron ese valor, que establecieron unas reglas obligatorias y que hay que respetar. En ese caso la libertad del color se subordina a la coherencia del sector a partir de un criterio superior que nos viene dado. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que acatar el criterio convertido en norma. Pero sólo entonces.   

En todos los demás casos, la libertad del uso del color por parte de los arquitectos responsables está o debe estar garantizada.

Esto se refiere, por ejemplo, a las de los edificios que se están recuperando en el Centro de Caracas, a los cuáles, por cierto, les hacen todas las investigaciones científicas pertinentes. Pero ellas no son, o no deben ser, una camisa de fuerza para nadie.   

Que a Gasparini no le guste la propuesta de los arquitectos es otra cosa. Pero Gasparini no es un hombre que haya destacado precisamente por su buen gusto.


farrucosestogmail.com

Este artículo apareció originalmente en la edición 376 del semanario Todos Adentro.
http://todosadentro.aporrea.org/index.php?numero=376#13

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Farruco Sesto

Arquitecto, poeta y ensayista. Ex-Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas. Ex-Ministro de Cultura.

 @confarruco

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