Vivir mirando hacia afuera, lejos, añorando un mundo que no existe, aprendido en series de televisión, con sus departamentos de maquillaje, utilería y efectos especiales. Series en las que hasta los policías corruptos no son tan malos, porque nadie tan catire, tan bello, tan con los ojitos azules puede ser maluco. El maluco es el latino, siempre, y eso les consta a mis amigos que viven mirando hacia afuera, porque desde allá, por Twitter, les dijeron que somos mala materia prima y ellos lo retuitearon convencidos. Y para que no quede duda de que ellos no son de aquí, aunque allá no los dejen entrar sin visa de turista, mandan desde sus iphones, junto a una foto abrazados a Mickey, un mensajito al Facebook que dice: De vuelta en Caracas, por desgracia.
Y por desgracia sus hijos nacieron en este país, por más que hicieron maromas para parirlos afuera, allá donde el futuro se dice future y viene con espejismo de american dream. Pobres niñitos que a falta de ciudadanía prestada, a falta de Benjamin Franklin Elementary School, van al Jefferson, Madison, al Henry Clay, pero nunca al Andrés Bello, -líbralos Señor-. Y ahí aprenden el ai bi cí, el Halloween y St. Valentine’s, mientras olvidan fechas patrias y sus protagonistas con nombres tan “latinos”, tan fastidiosos, tan poco originales... tan fácil que sería llamarse Brad Pitt.
Dicen estar criando ciudadanos del mundo, lo que no es más que una manera elegante de negar su procedencia y gentilicio. Es así como enseñan a sus pequeños a buscar águilas calvas en un cielo lleno de turpiales y loros, a esperar un otoño que nunca llega, a despreciarse un poquito cada día por no ser de allá afuera, lejos, so far away...
“Yo amo a mi país”, dicen, pero separan de inmediato el país que aman del país que somos. Detestan la posibilidad de que seamos nosotros mismos, que alcancemos nuestras propias metas por nuestros propios medios; y se quejan, estorban, imploran al rayo violeta de Adriana Azzi que nos revuelque el fracaso para tener una razón que nunca han tenido, pobrecitos, siempre mirando afuera, siempre apostando a cualquiera que no sea nosotros mismos... ellos mismos....
Embrutecidos de soberbia se tragan eufemismos que pretenden en vano disimular atrocidades: la “Odisea del amanecer”, los “daños colaterales”, los “incidentes desafortunados” en los que inocentes son descuartizados, perdón, salvados por bombas inteligentes. Y aplauden al gringo que nos ofende sin que los ofenda, que nos amenaza sin que los amenace, porque ellos no son nosotros, son ciudadanos del mundo y el mundo, definitivamente, está muy lejos de este pedazo de tierra de gracia donde les tocó nacer... por desgracia.
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