El salto adelante, la orden del día para los revolucionarios


Poco a poco se han ido definiendo algunos de los aspectos esenciales del proceso revolucionario bolivariano, lo que habla bien de su viabilidad y de lo correcto de sus postulados fundamentales; tanto así, que ya no es meramente un proceso circunscrito al ámbito venezolano, sino también a toda la América nuestra y el Caribe.

Sin embargo, este proceso adolece de algunos baches que no podemos ignorar ni esconder. Así, cuando el Presidente Chávez fustiga públicamente a sus colaboradores en las diferentes instituciones del Estado y les exige trabajar arduamente en función de los intereses populares y de la revolución bolivariana, está colocando el dedo sobre una de las llagas que entorpecen el avance seguro de este proyecto de transformación estructural. Y ello porque comprende que no existe una correspondencia entre las expectativas populares y lo que hace y cree la dirigencia chavista, aun la mejor intencionada. Un abismo que nadie desmiente, salvo la misma dirigencia cupular, en cuya composición se hallan presentes elementos abiertamente reformistas que abrigan la esperanza de que la revolución no se profundice de ninguna manera y más bien se mantenga como una simple abstracción; abocados como están a preservar los espacios de poder conquistados y que no quieren compartir, a despecho de lo dice el texto constitucional respecto a la democracia participativa y protagónica.

Ciertamente, vivimos un proceso revolucionario atípico, cuya naturaleza aún se mantiene inédita en muchos aspectos. El mismo ha roto con los paradigmas conocidos del pasado y, justamente por eso, se hace imprescindible que los revolucionarios iniciemos un serio debate de lo que es, ha sido y podría ser dicho proceso. De este hecho, el mismo Chávez ha estado pendiente. En infinidad de veces ha insistido en la necesidad de darle suficiente consistencia ideológica al proceso que estamos protagonizando, sin encontrar suficiente eco en sus millones de seguidores, sobre todo, en quienes cumplen responsabilidades de gobierno y autoridad partidista. De ahí que Chávez haya intentado vanamente conformar una vanguardia del proceso bolivariano, a través del comando político de la revolución, el MBR-200, el comando Ayacucho y, en el último año, el comando Maisanta; sin obviar, los Círculos Bolivarianos, las Unidades de Batalla Electoral y las Patrullas Electorales. Todo esto con el propósito de elevar el sentido de la organización política y social del pueblo, y se multiplique y consolide el liderazgo revolucionario.

No obstante, aún hay quienes insisten en colocarse de espaldas al clamor popular, repitiendo los mismos procederes del puntofijismo y luchando a muerte por impedir ser desplazados por una nueva cohorte generacional, más dada a impulsar los cambios estructurales necesarios para que el proyecto bolivariano no naufrague y sea absorbido por la reacción. Frente a ellos, debemos levantarnos en armas, proclamando la imperiosa necesidad de adelantar y concretar los diversos cambios insertos en el proyecto bolivariano, sean éstos de índole política, cultural, económica y/o social.

Por ello, el Presidente Chávez tomó la iniciativa del Salto Adelante, que no es otra cosa que la estrategia a la cual debe ceñirse todo revolucionario auténtico, de modo que el reformismo dé paso a la realidad revolucionaria por la cual luchamos. Con tal estrategia se asentará la plataforma que permita la debida fortaleza del proceso, haciendo factible la democracia directa y, con ella, la constitución de un nuevo Estado, más identificado con las demandas populares, radicalmente opuesto a las directrices que dominan el viejo modelo representativo al servicio de las cúpulas de siempre y verdaderamente revolucionario; construido desde abajo, con la participación real de las masas. Esto exigirá, por supuesto, una preparación política e ideológica que rompa definitivamente con los esquemas dominantes, iniciándose, en este sentido, una confrontación por el poder que debe decidirse a favor de la revolución.

Este salto adelante implica que todos los estamentos gubernamentales, lo mismo que la dirigencia revolucionaria, tendrán que despojarse de todos los atributos de autoridad tradicionales y convertirse en facilitadores de la nueva etapa de consolidación y avance del proyecto bolivariano, sin limitarse a cumplir con una buena gestión. No se podrá alegar, en consecuencia, que nuestro pueblo carece de la más elemental formación ideológica para comprender y asir el protagonismo del proceso bolivariano. Si esto fuera cierto, nunca hubiera vencido todos los aparatajes montados por la reacción. este es el momenbto más oportuno para que sea él quien comience esa cruzada a la que nos convocó el Presidente Chávez para combatir la corrupción, el reformismo y la burocracia. Ésta es la orden del día. Todo, a pesar de que persistan algunas notorias contradicciones que, a veces, se dejan colar en nuestro comportamiento y en nuestro discurso.

En medio de tal situación –reforzada luego de los triunfos del 15 de agosto y del 31 de octubre de 2004- las masas populares siguen esperando por su momento estelar. De ahí que todos los revolucionarios tengamos el deber ineludible de ir abonando el terreno para que esto sea posible. Abrirle espacios a la participación efectiva y constante del pueblo en la construcción del nuevo escenario político, económico y social, de manera que surja, sin inconvenientes, ese liderazgo revolucionario que hace falta, sin cuya influencia determinante jamás podrían sustituirse las viejas instituciones del Estado, haciéndolo menos burocrático y ajeno a las ilusiones, necesidades y esperanzas populares.-



*Miembro de la Dirección Ejecutiva Estadal del Movimiento por la Democracia Directa (MDD) en el Estado Portuguesa.



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Homar Garcés*


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