Sentir Bolivariano

Relatos

Esta semana quiero compartir con mis lectores dos relatos de mi autoría, escritos en diferentes épocas de mi vida. El primero, titulado Agujeros, lo escribí en mis años de estudiante en la ciudad de Mérida. El segundo, denominado Lecturas, es mas reciente. Data de 1996 y fue escrito para participar en el concurso anual de Literatura  que organizaba la Universidad  Nacional Experimental Ezequiel Zamora (UNELLEZ). Espero los disfruten.

AGUJEROS

A través de la neblina que trata desesperadamente de cubrir para siempre mis ojos, alcanzo a distinguir rostros que me observan con expresiones diferentes. Están mi padre y mi madre,  me miran con cariño y tristeza. Mi madre llora, con esa manera propia de llorar suya, que siempre me ha causado una sensación extraña: como la vez que caí de la rama del ciruelo, como cuando la desesperaban mis travesuras, como cuando me rompí el brazo al caer de la bicicleta que me regaló papá el día de mi séptimo cumpleaños, o como cuando vine a esta ciudad a continuar mis estudios. Mi padre tiene la expresión que siempre le he visto en momentos de confusión y dolor. También está mi querida abuela; siento deseos de refugiarme en su regazo, de sentir sus mimos, como cuando era niño. En mis hermanos presiento el dolor y la comprensión, igualmente en todos mis grandes amigos, en mi compañera; rostros de facciones diferentes, pero con la misma mirada de aceptación, comprensión y camaradería.  

Que rara sensación. Por momentos siento que estoy unos cuantos centímetros suspendido del suelo, luego que me hundo lentamente en él para volver a levitar como si pudiera jugar a mi antojo con la fuerza gravitatoria de la tierra y el estado de su materia. 

Siento deseos de levantar mis manos y acariciar uno a uno los rostros amados, deseo poder abrazarlos a todos, hablar para decirles un hasta siempre, pero mis órganos motores parecen no tener la más mínima intención de obedecer los mandatos de mi cerebro. 

Veo otros rostros más lejanos y confusos. Algunos son ubicados de inmediato, otros no. Tienen expresiones de aprobación, unos; de indiferencia o desprecio, otros.  Algunos semejan aves de rapiña en acecho ante la carroña. Estos se desvanecen rápidamente, no así los más queridos. Siento algo pastoso y caliente que empapa mi espalda. Mi vida empapa mi espalda. Siento como brota, deben ser inmensos los agujeros.  

¿Podría alguien taponarlos? Es imposible amigo. Ahora también se desvanecen, uno a uno, los rostros amados. Quiero retenerlos más no puedo. Ya no existe nada, ningún ruido, nada que pueda tocar, nada que me toque. Mi propia vida ha empapado todo mi cuerpo. Mi propia vida me hace resbalar hacia un agujero negro y profundo miles de veces más grande que los que permitieron que se escapara. 

LECTURAS

I

Palabras cálidas, frases emotivas. Lectura dulce, fresca y limpia. Identidad total. Espada en alto protegiendo sentimientos, propiciando libertades. Húmedo surco mostrando orgulloso el producto de la complaciente siembra. Sentir pleno, producción corporal plasmada hermosamente a través de las letras; tacto sensorial, excreción placentera.  Poros abiertos ansían la penetración necesaria. Tiempo alargado, dependiente sólo de un coeficiente de elasticidad infinito. 

Música afianzadora, ventanas abiertas, sol lujurioso. Trinar de pájaros acariciando los tímpanos. El dulce néctar de la flor milenaria; flor perpetua, vigilante de la especia amada. Oh, flor!, origen, continuidad, placer y razón de ser,  motivo eterno del sentir. Flor espiritual que abre sus pétalos al cálido falo del amor perpetuo. Hermosa especie, la intensidad del Universo hace invariante la importancia de su existencia.

II

Esta mañana sembramos al abuelo. Una suave llovizna de Abril se precipitó  sobre nosotros. Ahora cuando ya muere la tarde, siento con mayor fuerza la nostalgia que me invade.  Esta habitación, por donde apenas se puede caminar, me parece en este momento tan vacía. La vieja hamaca de moriche, donde el abuelo pasó tantas horas de su vida: leyendo, durmiendo, pensando; crujió bajo mi peso. De la toalla que durante años colgó de las amarras, surgió el olor característico del viejo; ese agradable olor que tengo grabado desde que siendo muy pequeño, me dormía entre sus brazos. 

Miro descuidadamente hacia el pequeño escritorio que forma parte del mobiliario que  mantenía el abuelo en su habitación. Veo el libro que estuvo revisando los últimos días de su existencia.  Me había manifestado que esa lectura le traía gratos recuerdos de sus vivencias académicas y personales de épocas ya lejanas. Tomo el texto y leo el título: Historia del Tiempo. 

En sus largas e interesantes charlas me habló de la teoría del big bang: el origen del Universo, la gran explosión originaria; del genio de un físico que se llamó Albert Einstein, creador de la Teoría de la relatividad; de los grandes misterios del espacio celeste, de los desconcertantes huecos negros. 

Hojeo el libro y observo muchos párrafos resaltados de diferentes maneras, con diferentes trazos; imagino que en diferentes épocas. Hay algunas notas en los márgenes de las páginas. Recuerdo que me decía: muchacho, una de mis grandes pasiones es el estudio de la naturaleza. Cuando le preguntaba sobre sus otras pasiones, sus pequeños y negros ojos brillaban de emoción, sonreía con nostalgia, pero no decía nada. 

De pronto, un  amarillento papel saltó de entre las páginas del libro. Reconozco la inconfundible letra del abuelo. Veo la fecha al final del escrito. Data de varios años antes que yo naciera. Leo repetidas veces el contenido, me siento plenamente identificado con el pensamiento del abuelo y no puedo evitar que las lágrimas fluyan a raudales de mis ojos. 


sentirbolivarianobarinas@gmail.com



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Adán Chávez Frías


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