“…amigo generoso de los talentos y honrar a todos aquellos…que sobresalen”
Nicolás Maquiavelo
Un antiguo presidente de Venezuela refería íntimamente entre algunos de los suyos que la mejor manera para destruir a un candidato era proponerlo. Advertencia era ésta y signo lamentable de la baja condición que ha tenido nuestra política en la cual pareciera haber sido incompatible, en algunos momentos, el talento y el mérito con el ejercicio del poder. La astucia, la sagacidad, la oportunidad, la adulación incluso, han sido en ocasiones en la historia de América Latina los medios adecuados de alcanzar posiciones y encumbrarse, siguiendo aquel perverso concepto del Napoleón Bonaparte que indicaba que: “El fin justifica los medios”, con lo cual descartaba en la actividad política métodos y procedimientos éticamente sostenibles.
El poder debe ser ejercido no con la ceguedad de las pasiones, ni la soberbia de las ambiciones, sino con la voluntad de servir con abnegación y sacrificio a la causa del pueblo.
El mérito, el talento y la civilidad en nuestra política y en nuestra historia tiene un ejemplo admirable de magistratura como es la que desempeñara el doctor José María Vargas, paradigma de la dignidad republicana. Esta afirmación me hace recordar al ilustre maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien en cierta ocasión respondió en términos aleccionadores y certeros, que el mejor presidente que ha tenido Venezuela era Simón Bolívar.
Se hace necesario y cada vez más que aprendamos a valorar como individuos y como sociedad los méritos, que destaquemos los servicios distinguidos, que enaltezcamos el esfuerzo y el logro, que la envidia no obnubile la razón y que descubramos la verdadera significación de las personas y más cuando ellas puedan ser referencia de valores trascendentes, de ejemplos de ciudadanía, de virtudes y de obras puestas al servicio del país, en ámbitos diversos, independientemente de rangos y de condiciones.
Una de las virtudes admirables de la vida política venezolana, a diferencia de lo acontecido en otros países de América Latina, es que desde la independencia han logrado ascender a posiciones de significación gente de nuestro pueblo, unos que han sabido ser leales a su historia y a su origen, otros sin embargo que no. Los infames de siempre.
Nuestra sociedad registra con legítimo orgullo por sus ejecutorias el nombre de muchos venezolanos distinguidos hombres y mujeres en el arte, la ciencia, la literatura, el humanismo, la educación, la lucha social, la industria, la milicia, el trabajo y la organización popular y política, tanto en lo local como en lo regional y nacional.
Sin restringirnos a un solo ámbito y sin desconocer los méritos de otros, al analizar la historia reciente del siglo XX, no cabe duda el valor y de la significación política de aquella generación de los años 60 y 70 que contribuyó a la búsqueda de un país con un mayor sentido de democracia, de reivindicación social, de discusión y de debate, de lucha en una sociedad que intentaba, luego de las sombra de las dictaduras, establecer un país moderno, libre y progresista. Con sus aciertos y con sus errores, esa generación cumplió un rol importante y nos presentó la exigencia de alcanzar una sociedad verdaderamente democrática con mayores avances en términos de justicia, soberanía e igualdad. Recordemos los nombres de Jorge Rodríguez, de Livia Gouverner y de Nicolás Beltrán…
Existen revolucionarios destacados que son referencia por su trayectoria personal y profesional y que al citarnos no queremos establecer favoritismos y menos aún desconocimientos de otros, dignos también de reconocimiento nacional. Venezolanos como Juan Rafael Perdomo, insigne abogado, profesor universitario, defensor del trabajo y de la dignidad del hombre; combatientes como Fernando Soto Rojas, Gilberto Mora Muñoz (Aragua), Ricardo Castillo Travieso y Edgar Oliveros (Anzoátegui), de reconocidos aportes a la doctrina y a la práctica política, a la lucha social, al valor y al sacrificio, a la reivindicación de los otros y a la conducción revolucionaria; educadores e investigadores sociales como Jorge Díaz Piña (Aragua) de reconocida obra docente, ética y política; gremialistas y estudiosos sociales como Iván Espinoza (Caracas), mujeres como Mercedes “Chela” Vargas, Pura Soto, Carmen Castillo Travieso, que en los ámbitos del rescate de las instituciones democráticas, de la lucha revolucionaria, del ilustrado desempeño de la docencia, de la reivindicación social y del periodismo, han cumplido meritorias acciones; mujeres como Wanda Colmenares, inspiradoras y valientes; luchadores populares como Angel Salazar (Anzoátegui), poseedor como pocos de aquella vieja mística revolucionaria en la cual privaba el compromiso, el deber y el sacrificio, solo por referir algunos ejemplos de apego a los principios que les inspiraron los años juveniles y que hasta el presente no han sido traicionados.
Surge la apremiante necesidad de destacar y valorar el mérito no para la búsqueda de posiciones burocráticas, sino precisamente para evidenciar como se puede trascender más allá de una posición y alcanzar el respeto de otros.
* Abogado, escritor, biógrafo del Mariscal Sucre
diaz.bermudez@cantv.net
Esta nota ha sido leída aproximadamente 2181 veces.