De la clase media como olvido político

Esto de dividir a la gente en clases es un acto humano de toda la vida, siendo desde un mismo principio, antes, que humano, una práctica divina. El pueblo hebreo, de acuerdo con las Escrituras, tuvo el visto bueno de Jehová, desde el principio mismo de la especie. Fue su pueblo, la clase de gente por Él amada, el pueblo de los pactos, de cuyo seno saltarían al mundo promesas de vida eterna y Mesías, para unos ya llegados y para otros todavía en espera. El pueblo predilecto que, al tener preferencia divina, tendría prerrogativas sobre los demás.

Y al paso del tiempo, los hombres parecieron aprender la lección. Le tomaron el pulsos a la enseñanza y se lanzaron a dividir a los mortales entre reyes elegidos por la providencia (costumbre que parece fenecer en la época moderna o sobreviven bajo otros formatos) y seres destinados a servir a la "voz de Dios", el rey, el papa, el caudillo o lo que fuere propicio o propio a la circunstancia política del momento. Los romanos durante su gran imperio enriquecieron la jerga con sus césares, sus patricios y plebeyos. Y así, a su modo específico, cada pueblo y cultura hizo lo suyo. Cortesanos, caballeros de corte, delfines, samurais, un poco más abajo del iluminado jefe; pueblo, esclavo, criado, elector, pata en el suelo, miserable, mucho más abajo en la escala vertical. Universalmente la escala se variopintó.

Muchísimo tiempo después, cuando los filósofos proclaman la muerte de Dios y no se ven síntomas de que el Creador siga protegiendo a sus elegidos, las clasificaciones siguen a la orden del día, lo que índica que el hábito clasificatorio de sociedades adquirido por los hombres fue más eterno que el dios mismo creador de los cielos. La gente vive, cual animales en Arca de Noe, confinada a su respectiva celda de clase y hasta de especie, si congeniamos con los EEUU cuando proponen que los presidiarios de Guantánamo no son humanos, o cuando de ellos mismos, de Bush, de varias familias Europeas y de la reina Isabel de Inglaterra, dicen que son una especie de reptiles cuyo propósito es, sin escrúpulo alguno humanitario, apoderarse del mundo.

La misma ciencia no hace más que ejercitarse en el manejo de las clases humanas en interacción, en sus cifras, en sus reacciones, en su comportamiento en general. El prurito científico de apartar, de clasificar, de medir y proyectar el hecho humano en sus respectivas divisiones en clases, es ya un un ejercicio paradigmático. Las clases humanas son, en fin, las clases sociales, desde el mismo momento en que algunos biólogos connotados han tratado de demostrar que un pobre miserable muestra desde su configuración genética una respectiva correlación entre naturaleza y condición social. Hace poco Watson, el famoso biólogo celular premio Nóbel, amplió el espectro de la discusión proclamando que los negros eran inferiores a los blancos intelectualmente, moviéndonos del tema de las clases sociales al de la raza. Muchos otros postulan que determinada raza o color tiene su correlativo tipo social o clase. Hay de todo en este abigarrado mundo.

En el ámbito político, ni hablar. En los esquemas de los informes de los diferentes organismos internacionales veedores de la naturaleza social del mundo, ni hablar: allí aparece la clase baja, la clase media, la clase alta, la clase pudiente o plutócrata. O pobres, clase media y ricos. O estrato A, B, C, D, E, F, acopiando la F de feo a la mayor cantidad de humanos miserables del mundo, a los pobres de la tierra, los sin techo, sin agua, sin alimentos, casi sin vida para soportar el cartelito de su tipo alfabético. El éxito de gestiones política, más que todo en los países subdesarrollados (lo ven: otra clase), se mide por la mayor o menor aniquilación de las categorías, refiriéndonos más que todo a las categoría bajas. Un buen gobierno eliminará de su diccionario la letra F, a los pobres o a la clase baja, y no la eliminará en su acepción física, como hacen muchos regímenes, sino en su condición social.

Algunos sistemas políticos y económicos mal entienden este asunto de los esquemas y se dedican a pervertir o a sobredimensionar las enseñanzas de la historia. Por ejemplo, si es comunista, así en términos ramplones, habría que empezar por eliminar todo aquello que huela a riqueza personal, es decir, las primeras categorías, proponiendo que los de las escalas bajas se apoderen del tesoro y si es posible impongan una dictadura de los desarrapados. Y si el sistema político económico es el capitalista, el ideal es quitarle a las clases bajas hasta lo que no tengan para engrosar la ya imposible mayor riqueza de las clases altas. Usted escoja o decida su clase, si puede hacerlo. Naturalmente, lo dicho son extremos. La mayoría de las gestiones de gobierno del mundo progresista procuran en lo posible mantener los esquemas, a sabiendas que lo de arriba existe porque hay una idea de lo de abajo: su trabajo consistirá en no volcar bruscamente los conceptos, sino en irlos trasvasando lentamente, de categoría en categoría, si es que se considera un gobierno progresista y toma como meta la mejora humana. De pobre a clase media, de clase media a rico. Y a la final, un mundo de clases ricas, globalizado, donde todos sean elegidos por la Providencia.

Pero no puede el mundo estar lleno de clases ricas. Es un imposible utópico, porque inmediatamente empezarían a existir ricos ricos, ricos, ricos pobres y pobres ricos. De hecho, bajo el modelo capitalista, esa imposibilidad es la práctica. Unos cuantos ricos poseen casi toda la riqueza del mundo. Por contrapartida, tampoco un mundo podría estar lleno de clases pobres, por las mismas razones que la de los ricos. Pobres pobres, pobres, pobres ricos y ricos pobres. Un pobre se molestaría porque otro pobre es menos pobre que él. La vida es un absurdo que, si se piensa, no soporta el examen de la razón correctora.

Cuando un gobierno (formal o informal) desde su ejercicio intentar realizar volcados de categorías de modo brusco, se dice que es una revolución. Tanto si intenta suprimir de una sociedad las clases bajas como las altas. Entiéndase comunismo, socialismo o dictadura del proletariado, para escoger unos términos de la ortodoxia y para moletar a muchos. Inmediatamente la gestión de ese gobierno será visto como enemigo de las clases humanas, para no decir género. Pero si ese mismo gobierno intenta con la misma brusquedad consolidar las categorías, especialmente los extremos (los ricos más ricos y los pobres más pobres), tal será un gobierno providencial, digno de alabanzas y hasta de elegías por el "sacrificio" de su cabecilla, como en los viejos y sagrados tiempos. Entiéndase modelo capitalista, EEUU, España, Colombia y casi todo el resto del mundo.

En Venezuela la gestión de gobierno –bolivariana, para concretarnos- ha intentado solventar el problema clasista optando por una vía que le coloca coto al desmedido afán de las primeras letras, regulándolas sin impedirlas, y atendiendo a las clases últimas, dándole herramientas para un cambio de categoría. Al intentar la mudanza, se procuraría la supresión de la pobreza extrema o moderada, en la cifra que exista. Tal sistema, que consagra la participación activa del Estado en relación a los medios de producción, fiscalización y operatividad interventora en circunstancias de extremado desequilibrio, en aras de racionalizar o humanizar una ecuación político-económica cuyo resultado es una depauperación generalizada en el extremo inferior de las clases sociales, ha venido a denominarse socialismo del siglo XXI, con todo lo achachosa que pueda resultar este esbozo definitorio. Naturalmente, Socialismo del Siglo XXI en el contexto de una fuente ideológica socializante histórica que se adecua al presente y se compadece con las particulares condiciones del ambiente físico y cultural del contexto.

El gobierno de Hugo Chávez, sin suprimir la propiedad privada, promueve la propiedad colectiva y da protagonismo y participación en el aparato de producción nacional a las grandes masas secularmente apartadas. Se le enseña a la gente a organizarse, a conformarse en consejos comunales, a integrarse en cooperativas, se les imparte una educación que consagra valores nacionalistas y se les inculta valores patrios de defensa soberana. Se les enseña a fiscalizar y a controlar, inculcándosele responsabilidad por su propio destino. Por el otro extremo, para contener a los elegidos divinos, ricos dueños de las fortunas del país, el gobierno ha creado leyes que aplaquen su ferocidad mercantilista depredante, obligándolos a la moderación, al pago, a la indemnización y al respecto por las masas trabajadoras, "normalmente" ubicada en los estratos inferiores de la clasista vida humana. Sin suprimir, pues, a las clases altas y dando herramientas a las bajas para que suban en la escala digamos evolutiva, la gestión de Hugo Chávez ha venido a ser denominada revolucionaria.

Y ha venido a entrar en el aro conceptual de lo revolucionario a pesar de no accionar de modo tajante, como lo es la idea y estilo de los cambios revolucionarios que han sido en el mundo, en los que corre la sangre de clases contra clases y ocurre un vuelco violento del estatus de los afortunados del país. Es, para decirlo a como de lugar, no una revolución suave, como cabe pensar, sino una propuesta humanista de cambio de sociedad, según hasta hoy se mueve sobre un piso y acción ideológicos sui generis que procura conciliar el formato de ejercicio de la derecha política con la esencia redentora social de la izquierda.

Pero como toda propuesta, más aun cuanto más inédita o simbiótica en su naturaleza, tendrá siempre en su implementación sobre la realidad algunos defectillos de concepción, como ha sido la enseñanza histórica del originario dogma cuando ha intentado regir sociedades. Históricamente, cuando no ha pecado por autoritarismo y violencia, lo ha hecho por contraparte, por omisión y blandura, perdiéndose siempre el proyecto. Ejemplos sobran: URSS, China, Chile, etc. Ello coloca sobre el tapete que el dogma no habrá de rebasar jamás su naturaleza de lineamiento humanístico espléndido y habrá de tener siempre la disposición anímica de acomodarse al momento y circunstancia histórico para adecuarse, autoconstruirse o fortalecerse en su naturaleza iniciática, como ha sido la prédica del presidente de la república en su propuesta de Socialismo del Siglo XXI, lo cual ha puesto en práctica en temas paradigmáticos como propiedad privada, medios de producción, clases pudiente, Estado, trabajadores o proletariados, educación, etc.

Sin embargo, hay que acotar un punto obviado o no atendido por la gestión bolivariana, descuidado en el noble afán de enfrascarse con los menos afortunados, a quienes precisamente se le alimenta la idea y meta de lo obviado: la clase media, que de clases sociales hablamos como conceptos definidores de revolución. Clase media, el punto medio de la tabla vertical que esquematiza las clases sociales de la sociedad venezolana, por extensión, de las sociedades del mundo. El discurso presidencial, claramente, ha dado protagonismo a los dos extremos de la balanza, sea ya uno rebatido, como ha ocurrido con las desmedidas apetencias de la clase rica, y otro apoyado, como ha ocurrido con las clases depauperadas del país. A los unos se les ha llamada a conciencia en cuanto no mostrar desmedida voracidad y a tener conciencia respecto del capital y su beneficio para todos; a otros, se les ha proporcionados herramientas financieras y de organización para que abandonen una condición de ciudadano vergonzosa. Rebajándoles a unos y sumándoles a otros, se ha centrado el discurso bolivariano en prometerle al país una "grande y poderosa clase media", pero al mismo tiempo se ha cometido la omisión de ni hablar ni atender, significativamente, a la clase media como tal, como clase per se, como figura social existente de antemano, con miedos y necesidades, sueños o lo que sea que la hace no perder su conciencia de clase y que mira, con criterio espantado, como las otrora clases desposeídas son colmadas de atenciones, empujan en la escala hacia arriba, consiguen el pote de leche y los alimentos con más facilidad y temen por una suerte de extinción de su propia especie, respirándose en el ambiente el revanchismo clasista y la aversión política. Es una clase perdida para efectos de peso político que no sea el desaprobatorio.

Es un problema político, sin duda, que no deja buenos dividendos. La clase media, con todo y lo escasa que pueda resultar en comparación numérica con las clases bajas, es decir, desde el punto de vista del dividendo electoral, es la dueña del gran y verdadero poder de un país, el que realmente determina el enfoque de patria, la visión de mundo de una nación, las debilidades o fortalezas de las matrices de opinión mediática (provengan de donde provengan), la real posibilidad de que algo se satanice o no con facilidad en medio de un contexto político, lo que anima o no a votar, lo que sinceramente celebra o condena en el país: el conocimiento. Y el conocimiento, a la postre, es el oro del mundo.

Descuidarla no rinde frutos. Constituye el filtro de conciencia colocado exactamente en medio de las tendencias antagónicas de una sociedad que procura prosperar, o en medio de una entelequia ideológica. Como se quiera ver. Es la conciencia de país, con todo y lo alienada que pueda aparentemente lucir, pero siempre con la capacidad de reflexión librepensadora. En el colmo de su poder, cuando pulsa una tecla y compra o cuando aporta ideas cuando escribe o habla, pueden determinar los mercados para los unos y los consumidores para los otros. Ocupan los puestos medios de la sociedad (trabajo y vida) y en la gran generalidad, al ser el único punto de contacto de las grandes masas desposeídas, suelen de suyo ser sus modelos a emular en la escala de las aspiraciones humanas y sociales. Son jefes, caporales, maestros, profesores. Demasiado poderosos, segundos padres como en el caso de los maestros. Encarnan el prestigio a la mano, el no imposible que un representante de las clases baja puede alcanzar. Su criterio, siempre, tendrá mucho peso sobre el pensamiento de cientos patas en el suelo que puedan moverse en su entorno.

Razón tuvo Fidel Castro cuando afirmó en Chile, 1972, en una concentración de masas, "que quien conquista la clase media gana la confrontación [entre la derecha y la izquierda]"



Resta, pues, actuar y compensar, más cuando se vive un momento político de autorreflexión.

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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