El Mentidero

¡Venezuela!

Ahora que tengo su atención quiero contarles que, en Colombia, el dirigente indígena Alexánder Cuenca fue asesinado a balazos por un grupo de hombres encapuchados que abrieron fuego sin mediar palabra. Sucedió al norte del departamento de Cauca, donde 22 líderes nativos han perdido la vida en lo que va de año. En cifras globales, 472 representantes sociales han encontrado la muerte en el país latinoamericano desde la firma de los acuerdos de paz de 2016.

Berta Cáceres también era un referente para los pueblos indígenas. Este mes se han cumplido tres años del asesinato de la activista medioambiental hondureña, muerta a tiros por encabezar la resistencia contra la construcción de cuatro represas en el río Gualcarque, un proyecto auspiciado por el Fondo Monetario Internacional que pone en serio riesgo la supervivencia de los indígenas Lenca. Siete personas, pistoleros al servicio del mejor postor, fueron condenados por el crimen. Los verdaderos culpables, sin embargo, continúan impunes.

Otro triste aniversario es el del asesinato de Marielle Franco, feminista brasileña que fue víctima de las balas el 14 de marzo de 2018 en Río de Janeiro cuando regresaba de una conferencia sobre mujeres racializadas. Marielle era una de las mayores opositoras del gobierno golpista de Michelle Temer y también había alzado la voz contra Jair Bolsonaro, por entonces pujante candidato a la presidencia. Un año después, hace escasamente unos días, un juez ha ordenado la detención de Ronnie Lessa y Elcio Viera de Queiroz, dos exagentes de policías acusados de ser los autores materiales del crimen. Queiroz es un confeso seguidor de Bolsonaro y Lessa fue arrestado en su casa, una vivienda de lujo que fue residencia del actual presidente de Brasil hasta la fecha de jurar su cargo. Además, su hija mantuvo una relación sentimental con Jair Renan, el hijo mejor de Bolsonaro. Las coincidencias no terminan aquí; el tercer implicado en el homicidio, el miliciano Adriano Magalhães de Nóbrega, prófugo de la justicia desde el mes de enero, mantiene una estrecha relación con el senador Flávio Bolsonaro, otro de los vástagos del líder ultraderechista. La madre y la esposa de Magalhães fueron parte de su gabinete de asesores y el propio Magalhães recibió un caluroso homenaje organizado por Flavio durante un acto celebrado en la Asamblea Legislativa.

Giselle solo tenía 11 años cuando fue golpeada, violada y asesinada por un hombre de 51 en la ciudad mexicana de Chimalhuacán. México ha alcanzada en 2018 la cifra récord de feminicidios contra menores de edad, con 86 niñas asesinadas, un 32% más que el año anterior. La nación centroamericana tampoco ha sido noticia por el dudoso honor conquistado por Tijuana y Acapulco, señaladas por la ONG Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal como las dos urbes más peligrosas del planeta, con una tasa de homicidios de 138,26 por cada 100.000 habitantes.

En Irán, Nasrin Sotoudeh, abogada por los derechos de las mujeres y de la infancia, ha sido condenado a 38 años de cárcel y 148 latigazos. Se le imputan delitos como "incitación a la corrupción", "cometer actos pecaminosos" o "insultos al líder supremo", pero la realidad es que Sotoudeh va a pasar casi cuatro décadas entre rejas por defender a las feministas que han desafiado la obligatoriedad de llevar el hiyab. Es la mayor condena dictada en Irán contra una persona defensora de los derechos humanos.

En marzo, las mujeres detenidas en Arabia Saudí han cumplido 10 meses en prisión. Nadie es capaz de aseverar, a ciencia cierta, cuántas son, aunque las organizaciones de derechos humanos calculan que al menos una decena permanecen tras los barrotes de la cárcel de Dhahban. Están acusadas de conspirar contra los intereses del estado y de asociación con agentes extranjeros, una tapadera punitiva para ocultar los motivos de la condena; ser mujeres y defender su derecho a ser tratadas como seres humanos. En la tiranía wahabita, la misma que financia la construcción de mezquitas salafistas donde se adoctrinan a los futuros terroristas suicidas, la vida de una mujer vale menos que la de una rata. A pesar de que la represión es incesante, cada vez son más las activistas feministas que se atreven a desafiar el poder del príncipe Mohamed bin Salmán. Mujeres, y es importante repetir esta palabra una y otra vez; mujeres como Hatton al-Fassi, Iman al Nafian, Aziza Yusef, Nuf Abdelaziz, Maya al Zahrani, Nasema al Sadah, Amal al-Harbi y Samar Badawi. Ellas son, de nuevo, las mujeres cuyos huesos están siendo quebrados en una cárcel infecta de un régimen ignominioso. La organización Human Rights Watch ha podido constatar que están siendo torturadas y violadas durante los interrogatorios por "hombres enmascarados" y que al menos una de ellas ha intentado suicidarse en varias ocasiones. Sus nombres no ocupan grandes portadas porque el petróleo de Arabia Saudí sirve para limpiar cualquier charco de sangre. Además, una semana después de que se produjeran las detenciones, el país levantó el veto que prohibía a las mujeres conducir. La prensa ya tenía su zanahoria y fueron tras ella como conejos domesticados.

En Yemen llevan cuatro años sufriendo las consecuencias de ser un vecino de poco agrado para los saudíes. La coalición militar liderada por Riad y EE.UU. continúa masacrando a un país que ha sido devuelto al medievo. Naciones Unidas asegura que Yemen afronta la peor hambruna del último siglo, con 13 millones de personas en riesgo de inanición. El bloqueo impulsado por los agresores está dificultando la entrada de ayuda humanitaria, pero, hasta el momento, las estrellas que brillan en los firmamentos de Miami y Panamá no tienen previsto organizar un concierto solidario. Este mes tampoco ha sido noticia que una nueva plaga de cólera está consumiendo los ya de por si raquíticos cuerpos de los yemeníes. En Saná, la capital del país, se han registrado 100 casos y las autoridades sanitarias temen que se repita el escenario de 2017, cuando el colapso del servicio de alcantarillado estuvo a punto de provocar una pandemia. En aquella ocasión, 1.400 personas resultaron muertas, de los cuales una cuarta parte eran niños. Tampoco han merecido atención mediática las violaciones a infantes de 8 años en la ciudad de Taiz, perpetradas por miembros de las milicias islahistas, respaldadas por Arabia Saudí y EE.UU. Riad lo niega, pero los informes médicos que señalan desgarros anales en dos supervivientes son la prueba tangible de que la violencia sexual está siendo utilizada como arma de guerra en el conflicto.

Las violaciones también son frecuentes en Sudán del Sur. En 2016, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU denunció que los soldados habían sido autorizados a violar mujeres como método sustitutivo y ante los impagos de los sueldos que percibían por batallar contra los rebeldes. Como si se tratase de un complemento salarial, los militares podían agredir a las mujeres cada vez que se hicieran con el control de un territorio, con la garantía de que no sufrirían represalias por parte de sus superiores. La nación más joven del mundo, que logró su independencia en 2011, atraviesa por una cruenta guerra civil que se extiende a lo largo de nueve largos años. A pesar del acuerdo de paz firmado en 2018 entre el presidente Salva Kiir y su rival, el exvicepresidente Riek Machar, Naciones Unidas ha constatado, en un informe presentado el pasado 20 de febrero, un recrudecimiento de los ataques contra civiles. Sudán del Sur tiene el 85% de las reservas petroleras del país y en su independencia, que se dibujó como un proceso autogestionado por las autoridades locales, jugaron un papel transcendental las grandes potencias del mundo que hallaron en la perpetuación del conflicto el escenario perfecto para el pillaje de sus recursos naturales.

Nada de lo relatado en estas líneas ha sido objeto de sesudos debates en las tertulias políticas. No abren telediarios ni ocupan titulares a cuatros columnas en los grandes periódicos de la prensa internacional, porque el silencio es, en sí mismo, parte de la estrategia militar. El silencio y el ruido juegan un papel trascendental en el tablero de la geopolítica internacional y es en estos escenarios donde se puede juzgar a la prensa según sea su forma de actuar. De un lado, el periodista que mantiene una pequeña luz encendida en el último rincón de planeta. Del otro, el gigantesco foco mediático que ensombrece todo lo demás. El periodismo para contar lo que otros quieren ocultar o la propaganda de los que funcionan como un eslabón más de una cadena de intereses espurios. Venezuela atraviesa dificultades muy severas y ni el chavista más convencido podría negárselo a su propia honestidad, pero el país deslumbra tanto que, quizá, en lugar de prestar atención a todo lo que quieren enseñarnos, deberíamos preguntarnos qué nos pretenden ocultar.



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