Los palangristas

Los Palangristas

La noticia venía como botellazo de meretriz, y como tal fue tratada por los palangristas, a brincos de saltaperico y trompicones; con torpeza y escándalo; pues entre sus actividades ordinarias, estaba la de montar ollas a diario, con cualquier material que llegase a la redacción. Y aun cuando de buenas a primera, les pareció un refrito demasiado débil, creado por algún creativo volado, para animar a la delicaida oposición, que por aquellos tiempos andaba sumida en la mas amarga de las depresiones (su palabra a flor de jeta era “mierdero”, y su frase mejor elaborada era “¡Chavistas, malditos asesinos, comunistas! ¡Púdranse!”), por el personaje involucrado, había que sacarle el sumo: “Marcel, secuestrado en Bolívar”.

Recordó, lo grueso de aquel teletipo, lo ocurrido con un periodista colombiano que a la sazón de su nocturnal hastío, rebotó hacia las agencias internacionales, la perla de la muerte del Presidente Neogranadino. En cuestión de minutos estaba totalmente despierto y tras las rejas. Por supuesto, aquí no iría nadie preso, ni mucho menos; al contrario, podría ser objeto de la nominación para algún premio internacional y ganárselo de paso, o mejor aun, ser llamado por las victimas de sus falacias, a los espacios del poder popular, para ser impuesto de los galardones que el pueblo le otorga a sus luchadores; con la grosera ventaja del palangre, que mientras embadurnan de inmundicia a cuanto revolucionario se les cruza en el camino, desestabilizan y conspiran en contra del gobierno que sencillamente les quitó los privilegios y la costumbre de cagarse en la madre de los pobres.

Lo cierto es que la noticia estaba allí y tenían que empezar a manipularla, hasta que se le desgastaran sus cortas patas, lo cual sucedía tan pronto la olla se les revertía. Por lo general, esto sucedía al segundo o tercer día, a la salida al paso de algún ministro, con los pelos de la burra en la mano.

El segundo titular fue realmente escatológico, como si el apremio del tiempo, destapara las excretas represadas en los centros de información de los medios privados: “Marcel en poder de las hordas chavistas”

Pero poco a poco, en menos de lo que se pensó, fue aflorando la verdad, a través de las declaraciones de los personeros oficiales involucrados en el tema. El señor Marcel realmente se encontraba “…atrapado en una mina de oro al sur del Estado Bolívar”.

“En la gira --decía una nota de la prensa alternativa-- realizada por el magnate, a la Sierra Pacarima, en los alrededores del Roraima, cayó en un aluvión en medio de un sector minero”. Había mucha ambigüedad acerca del sitio exacto de los sucesos y de lo que había acontecido realmente. Los primeros reportes de los medios privados de comunicación, lo que habían hecho era aguachinar la noticia, enlodar cuanta pista pudiera arrojar claridad sobre el asunto, con el rastrero propósito de asesinar mediáticamente al líder de la empresa opositora, y exacerbar los sentimientos racistas y asesinos de los locos de la extrema derecha. Y por poco lo logran, todo aquel entramado de intrigas y odios alrededor de la noticia más explosiva en los últimos tiempos, demoró de forma peligrosa, la ayuda que el empresario necesitaba para salvar su vida. La infamia les estalló en la cara, y cuando por fin reaccionaron, no tuvieron más remedio que trasmitir las imágenes de Marcel con el agua al cuello, desmintiendo la ridícula especie de su secuestro, y menos aun, llevado a cabo por gente relacionada al gobierno: “…ellos están aquí desde un primer momento cumpliendo con su deber, lo cual agradezco”.

Se encadenaron como otrora lo hicieran con una sola voz, el barullo periodístico que a la postre terminó en un golpe de estado. Veinticuatro horas con la imagen de Marcel en pantalla, hablando solo unos tres minutos sobre cómo habían sucedido las cosas. Aquello se convirtió en el eterno ritornelo de una larga y triste pesadilla televisada, con una escalofriante música de fondo, apenas interrumpida por algún comercial o algún avance informativo, que por lo general, era referido al mismo caso.

Marcel, encuadrado en un acercamiento sin desperdicios y esmeradamente maquillado, declaraba cada hora, y sus palabras parecían escogidas hasta en sus inflexiones, por un equipo que ya plenaba el escenario cual producción de exteriores. Las emisoras públicas y las comunitarias, fueron las que mostraron el verdadero drama que el otro show se negaba a revelar. El señor Marcel estaba inmovilizado del tórax hacia abajo por una apretada masa de arcilla, sedimentada al fondo de un gran charco, afluente de las corrientes que iban aguas abajo. El nivel del agua, a las tempranas horas en que sucedió el accidente, le mediaba la manzana de adán, pero a estas horas de la tarde, bordeaba el labio inferior, y esto era lo que constituía la verdadera bomba de tiempo.

Pero el Señor Marcel no estaba solo. Con él se encontraban dos hombres, los cuales habían caído al agua, en el mismo pueril accidente, cuando la orilla, socavada por la presión del agua, cedió y el terreno se desgajó en un lento desmoronamiento que llevó a los tres, a introducirse casi voluntariamente en las aguas calizas, hasta caer en cuenta de la gravedad del asunto, de la plasticidad que rápidamente los succionó.

Uno de ellos era Joel Cardona, 43 años, natural de Ureña, caletero, que se enroló en la excursión en Guaina con la idea de ganar el dinero que lo devolvería a Ciudad Bolívar. El otro era Jean Luc Delaire, haitiano, del que poco se supo por su incipiente español. Lo cierto es que Jean Luc revelaba con su estampa, la precariedad de su situación, y sus vivos ojos denunciaban la indeferencia hacia la diáspora haitiana. Sin embargo, era quien mantenía la mayor parte de su cuerpo fuera del agua y el que estaba más próximo a la orilla. De Marcel, todos conocíamos algo de su historia, por lo menos la pública, y que en estas circunstancias habían dispuesto trasmitir su biografía, como parte del mensaje institucional de la cadena. Así todos terminamos viendo a Marcel, hasta en nuestras mas intimas imágenes.

Las empresas privadas de televisión, ni mención hacían de estos dos caballeros, como tampoco de las niñas, niños, hombres y mujeres, ancianos e indigenas, perros monos y gatos, gallinas y hasta conquistadores con armadura y todo, que pululaban aquellos oníricos escenarios. Los invisivilisaron haciéndolos parte del paisaje, como corotos inservibles al fondo del set. Y aunque cada vez, aparecían con mayor fuerza en la ventana mediática, Marcel seguía ocupando la estelaridad.

Mientras tanto, el mundo mediático se pronunció; desde periodistas, hasta utileros, pasando por actores, actrices, modelos, empresarios, gremialistas, sindicalistas, comentaristas, especialistas, publicistas, políticos, internacionalistas, diplomáticos, músicos, analistas, payasos, cantantes, deportistas y toda la fauna que merodea los estudios de televisión, buscando las prebendas que en otras épocas se negociaban en las cortes del rey. Todos se solidarizaron con el atollado, y alrededor de su tragedia se especuló de cuanto tema su pudo echar mano, desde la hipotermia y la hidrofobia, hasta la gangrena gaseosa y el síndrome de Armero.

El pequeño Orlando Urdaneta, habló desde Miami, y rememoró sus experiencias en tiempos de la tragedia que desató el Nevado del Ruiz, cuando en aquella oportunidad comentó acerca de lo paradójico que resultaba el mundo y su descomunal avance tecnológico, capaz de llegar a la luna, pero totalmente inútil para llevar una moto bomba al sitio donde agonizaba y posteriormente muriera la heroica niña, Omayra Sánchez. Pero esta vez en un acto de absoluto desprendimiento, juró mover cielo y tierra para poner en suelos del Roraima, la maquinaria necesaria que le salvara la vida al jefe. En tal empeño organizó un puente aéreo: Miami-Caracas-Ciudad Bolívar; y otro Franckfur-Caracas, por donde trasportaría la topa mecánica más grande del mundo si fuere necesario.

Todo esto alimentó de forma espectacular la dinámica televisiva. Mientras se hacían las entrevistas entre compinches y se proyectaba toda la organización de la ayuda local y mundial, y los puentes aéreos, donde llevaban y traían equipos, materiales y humanos; por los cintillos en el extremo inferior de las pantallas, se invitaba a participar en las encuestas. Una de ellas llegó al extremo de preguntar: ¿A quien cree usted que rescataran de primero, los equipos de salvación? Opción: a) Marcel, Opción: b) Otra persona. Obteniendo la opción a un estrambótico porcentaje de aprobación. O como lo dijo un iracundo analista por otro canal: “¡Por quién creen ustedes que se está acopiando tanta tecnología en Roraima, sino nos es por Marcel, luego es justo que a él se dediquen todos los mejores esfuerzos!”

Resulta que para esta vorágine mediática, el tiempo era un factor determinante, lo empezaron a manejar así, y crearon una angustia generalizada de tales proporciones que en todas y cada una de las localidades de trabajo, montaron sus asociaciones, fundaciones y Ong, todas acompañadas de enormes relojes electrónicos, sincronizados a una sola cuenta regresiva.

Marcel debía ser sacado de primero, por muchas razones, entre otras, por la importancia que el personaje representaba para la vida nacional, y si ello no sucedía así responsabilizarían al gobierno de cualquier desenlace negativo. Por lo tanto, ese razonamiento debía ser incubado en la mente de la masa, no solo para lograr la supremacía de Marcel por encima de cualquier otro individuo y con ello la supremacía de una casta que se las estaba jugando todas, sino para tener, según ellos, esos ejércitos de desarrapados rabiosos y dispuestos a todo.

Pero la naturaleza de la realidad a veces toma caminos inverosímiles o como dirían: “Extraños son los caminos que conducen a Dios”. Antes de que oscureciera, los tres hombres fueron rescatados sin mayores espavientos. Jean Luc Delaire fue hospitalizado y un mes mas tarde entraba a Puerto Príncipe, encabezando el movimiento revolucionario mas autentico que haya estremecido las fibras de la primera patria de hombres y mujeres libres de Latinoamérica en doscientos años. Por su lado, Joel Cardona dirige un programa de televisión en la clandestinidad, por donde desmonta toda la basura mediática de la reacción colombiana, emulando al primero de ellos en Venezuela, La Hojilla. Es un autentico terrorista de la comunicación, invade frecuencias, no respeta horarios, prácticamente es dueño del espectro radioeléctrico. Sus incursiones van mas allá de las fronteras colombianas, ha llegado a hasta interrumpir las emisiones de la CNN. Nadie ha logrado saber como lo hace.

Mientras que Marcel, fue ahogado literalmente por la parafernalia de la televisión. Una gran bola de cables, luces, cámaras y sonido, lo arrastró hasta desaparecerlo por completo. Un año después reapareció en un periódico de circulación nacional con una foto suya a cuyo pie, se leía: “Soy mudo, dijo”.

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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