Lo primero que hay que dejar totalmente claro es que de ningún modo pueden avalarse daños patrimoniales como los ejecutados en las instalaciones de nuestra escuela. No es admisible, desde ningún punto de vista, desde ninguna ideología o tendencia política, que una minoría lesione una infraestructura pública, una que cuesta mucho más que los irrisorios 900 bolívares que nos cobran por inscribirnos cada semestre y que, además, es una pieza dentro del magnífico rompecabezas que es la Universidad Central de Venezuela, haciéndose por lo tanto propiedad de todos: no de todos los estudiantes, ni siquiera de todos los venezolanos, sino de toda la Humanidad.
Una vez aclarado eso es importante pasar a otras consideraciones: las pintas en las paredes de nuestra escuela han escandalizado a todos los estudiantes. Sin embargo, llevamos meses enteros viendo el edificio revestido de pancartas en apoyo a un sector político… no se niega que haya habido excepciones pero, en honor a la verdad, debemos reconocer que el peso de los manifiestos, afiches y demás ha desequilibrado la balanza favoreciendo matrices de opinión distantes de la Verdad, alienantes y disociadoras en pos de la desestabilización de nuestro hilo constitucional.
Así, los rayones “quita y pon” jamás nos inmutaron –o por lo menos jamás nos desesperaron- pero los indelebles nos han quitado el sueño, nos han dejado en shock sin que nos atrevamos a profundizar en el problema, en el verdadero problema: no se trata de la pared coloreada –si a eso vamos, pegar pancartas con cinta adhesiva también deteriora la pintura- sino del hecho mismo de hacer que un edificio que pertenece a gente de diferentes corrientes ideológicas y que, de paso, debería ser icono de la pluralidad, tenga que lucir consignas a favor de uno u otro grupo político y, lo que es peor, que la preponderancia de unos sobre otros obligue a los desventajados a adueñarse del espacio mediante lo que podría interpretarse como una demostración de fuerza.
El director de nuestra escuela, en compañía de un grupo de estudiantes, ha fijado a través de los medios de comunicación privados una posición generalizadora, hablando por la institución y no de forma personal, dando a entender a la opinión pública que todos los estudiantes, docentes y trabajadores de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela estamos en desacuerdo con el actual gobierno, que a todos nos causa prurito aceptar disposiciones perfectamente válidas según el marco jurídico vigente en nuestro país, que todos llevamos un guarimbero por dentro. Aunque, y es imprescindible hacer hincapié en esto, no pueden avalarse acciones vulnerantes de nuestras instalaciones, como el rayado de las paredes –ni siquiera la colocación de pancartas-, hay que tomar consciencia: Hemos pasado los días hurgando con ganas de encontrar a quién señalar como autor de las pintas en nuestros muros, pero, ¿acaso no tenemos responsables de ese hecho dentro de la escuela y más allá de aquellos que fueron –aerógrafos en mano- a rayar las paredes? ¿Vamos a hacernos los locos y mirar hacia un lado –al mejor estilo del antiguo gallo de Corn Flakes- para evitar reconocer que nuestro propio director conjuntamente con una facción política de nuestros compañeros estudiantes provocó de algún modo esa reacción desmesurada y reprobable? ¿Y de verdad fue una “reacción” o parte de un guión perfectamente estudiado? Y si, en efecto, fue una reacción, ¿cómo no dudar que los reaccionarios no hayan sido, como se textualiza en los graffitis, afectos al gobierno, sino parte del grupito que hubiesen actuado frustrados por la casi total indiferencia de medios como Globovisión y RCTV a su apoyo?
No es casualidad que las pintas en nuestras paredes hayan aparecido poco después de que la sede de nuestra escuela sirvió de punto de partida a una marcha escuálida –no tanto en sentido político como literal, ya que eran poquísimos los asistentes- que terminó trancando la Francisco Fajardo para apoyar a RCTV.
Tampoco es casualidad –y genera aún muchísima más suspicacia aunque no sea la intención emitir insinuaciones- que los rayones hayan aparecido horas después de la movilización, justo cuando sus mentores –vale repetir, unos poquísimos estudiantes con la bendición del director- notaron que, entre otras cosas, la minúscula movida no había tenido relevancia alguna en los medios de comunicación con los que estaban siendo solidarios, mientras que las pataletas de las universidades privadas eran transmitidas y gratificadas incansablemente en los dos canales que –según ellos, y sólo según ellos, se han erigido defensores de la libertad de expresión.
Así, tenemos dos tareas de suma importancia en este momento: La primera es reflexionar sobre la realidad que tenemos ante nosotros: “el que tenga ojos, que vea” o bien, “paren la oreja”, la frase que más les agrade. La Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela no es un partido político y mal hacen aquellos que como autoridades, como trabajadores, o como alumnos, intentan convertirla justamente en eso emitiendo comunicados mal llamados “oficiales”, revistiéndola de panfletos afectos a sectores específicos de la política nacional, avalando actividades a favor de partidos sea cual sea su tendencia, o usándola como punto de partida para manifestaciones de causa dudosa.
La segunda es devolverle la pulcritud a nuestras instalaciones: es problema nuestro –de todos los que hacemos vida en ella- repintar las paredes y evitar a toda costa disfrazar nuestro edificio con pancartas apoyando a aquellos que ni siquiera han pensado en apoyarnos a nosotros, y quién no lo crea así sólo fíjese en lo evidente: Pintaron la fachada de Globovisión para repararla por lo que exageradamente llamaron “asalto” y ni por error –ni con el pataleo del director en ese canal- los insignes defendidos en la marchita asomaron la posibilidad de arreglar el “asalto” que por razones similares sufrió nuestra sede. Cualquiera podría imaginar que después de tanta solidaridad y lloradera, en alguna reunión ultrasecreta, al tocar el tema de los graffitis, Ravell le dijo a Herrera: “Agarra tu gallo muerto, Adolfo”.
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