La muralla fue levantada el 13 de agosto de 1961 y duró hasta el 9 de noviembre de 1989

A 29 años de la​ caída del Muro de Berlín, Andrés Salcedo nos cuenta cómo lo vivió

El venezolano Andrés Salcedo, cerca del punto de control "Checkpoint Charlie", en Friedrichstraße. Alemania fue reunificada en octubre de 1990, a casi un año de la caída del Muro de Berlín

El venezolano Andrés Salcedo, cerca del punto de control "Checkpoint Charlie", en Friedrichstraße. Alemania fue reunificada en octubre de 1990, a casi un año de la caída del Muro de Berlín

Credito: Cortesía Andrés Salcedo

11 de noviembre de 2018.-

A los 14 años de edad, Salcedo llegó a Berlín oriental y allí continuó el bachillerato. Entre lo vivido allá hasta 1990, recordó lo que se preguntaban sus compañeros: "¿por qué, si esto es tan bueno aquí, la gente no quiere venir para acá?"

A 29 años de la caída del Muro de Berlín, Andrés Salcedo recuerda su estancia en la República Democrática Alemana (RDA) –en alemán: Deutsche Demokratische Republik­ (DDR)–, entre los años 1987 y 1990.

Abogado, empresario y padre de familia, vive actualmente en Cali, Colombia. Nos conocimos siendo guías de sala del Complejo Cultural Teatro Teresa Carreño, durante nuestros estudios universitarios. Salcedo es hijo del historiador, politólogo, diplomático y escritor, Doctor en Ciencias Políticas por la UCV, José Luis Salcedo Bastardo, fallecido en el año 2005, y quien fue ministro de la Secretaría y de Ciencia y Tecnología en la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), embajador de Venezuela en Ecuador, Brasil, Francia, Reino Unido y la RDA, primer rector de la Universidad Santa María (1953-1956) y autor de numerosos libros, entre los cuales destacan títulos como Bolívar: un continente y un destino (1972) o Historia fundamental de Venezuela (1977).

Esta entrevista fue realizada hace unos meses y, a propósito del 9 de noviembre, día de la caída del Muro de Berlín, hace ya 29 años, la compartimos en Contrapunto para saber cómo este venezolano vivió justo aquel momento, y el antes y el después. Además, están las fotografías que el mismo Andrés Salcedo registró, de manera que fuese su propia mirada la que nos trajera un testimonio de aquel contexto.

Muro de Berlín, visto desde Berlín oriental

"Nosotros nos fuimos a Alemania en el año 1987. Mi papá era embajador de Venezuela en el Reino Unido y se terminaba su tiempo allá, ya que el periodo que le asignaban a los embajadores era de cuatro años. Entonces surgió la idea de trasladarlo a la Embajada de Venezuela en la RDA que estaba vacante. En esa época, por la división alemana, había dos embajadores de Venezuela en Alemania: uno en la RFA (República Federal de Alemania), o Alemania occidental, ubicado en Bonn, y otro en la RDA, ubicado en Berlín oriental. Nos fuimos entonces a vivir a Berlín oriental. Estuvimos entre 1987 y 1990",comenta Andrés.

—Vamos a conversar primero sobre el Dr. José Luis Salcedo Bastardo, ¿cuál era su concepción política y formación, y por qué decide irse como embajador de Venezuela en la RDA?

—A mi papá lo asignan para representar la embajada en la RDA durante la presidencia de Jaime Lusinchi (1984-1989). Él siempre fue cercano a AD (Acción Democrática), aunque no militó en el partido. En algunos gobiernos de COPEI (Comité de Organización Política Electoral Independiente o Partido Socialcristiano), también tuvo participación. Mi papá era una figura más respetada como intelectual que una ficha política. Sin embargo, en el primer gobierno de CAP, fue ministro de la Secretaría entre 1976 y 1977, y de Ciencia y Tecnología entre 1977 y 1979.

Mi papá estudió Derecho y luego Sociología en la UCV y, al reflexionar sobre su concepción política, yo podría decir que era un demócrata a carta cabal. Él estuvo preso unos seis meses durante el periodo de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), por haber estado muy involucrado en los intentos de salida de esa dictadura. Él luchó para restablecer la democracia. En ese momento, fue el primer rector de la Universidad Santa María (1953-1956), y siempre nos contaba que el hecho de ser docente en ese tiempo en la USM era muy mal visto por el régimen de aquella época. Un día, se apareció en la casa la Seguridad Nacional, y se lo llevaron.

—¿Cuántos años tenías cuando llegaste a la RDA? ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones?

—Tenía 14 años. La impresión fue muy grande. Berlín oriental era una ciudad gris, oscura y muy controlada. Se sentía un ambiente pesado. Aunque no había miseria ni colas en las tiendas, era todo muy austero. Recuerdo que los postes emitían una luz más tenue que los de Berlín occidental. Solo cruzar el muro era impactante. Mi entrada a un colegio alemán en Berlín fue muy contrastante, porque nosotros veníamos de Londres. Habíamos estado cuatro años viviendo en esa ciudad, donde la disciplina era muy férrea. Entonces venía de un colegio muy estricto solo de varones y llegué a Berlín oriental y sucedió todo lo contrario. En esa escuela, tú podías ir con la ropa que quisieras, y era menos rígida que la de Londres. Era como estudiar en una universidad. Yo nunca había vivido eso y me encantó. La acogida de los alemanes fue muy amigable.

En el colegio de Londres yo era uno más. En Berlín yo era como el extranjero, algo exótico. Es decir había un interés por parte de mis compañeros en saber sobre mí y el lugar de donde venía, porque éramos pocos extranjeros provenientes de países occidentales y muchos más por supuesto provenientes de los países que pertenecían a la Liga comunista.

—¿Qué recuerdas de tu vida cotidiana en Berlín oriental?

—En el mundo de los adultos se sentía mucho control. Había un policía en cada esquina. Cuando pasaban los carros de los miembros del partido comunista, veíamos unas limosinas negras y se trancaban las calles. Se sentía quién mandaba y quién no. En frente de nuestra casa, por ejemplo, en la residencia de la Embajada de Venezuela, había una caseta con un policía que decía que estaba allí para cuidarnos, aunque en el país no había crímenes.

El policía estaba todo el día escribiendo en un cuaderno. La señora que nos cuidaba le llevaba un café venezolano y caliente todos los días. Entonces, tanto ese policía como los otros que pasaban por esa caseta, se sentían felices por ese café y con mucha rapidez se hicieron nuestros amigos. Ella nos contaba la vida entera de los policías y no sabíamos cómo se enteraba porque no sabía alemán, por eso creo que ahí eran más fuertes las ganas de comunicarnos que tenemos los seres humanos. También se veían militares rusos por la calle y de los EEUU, Francia e Inglaterra, por el arreglo que había entre esas cuatro potencias. Ellos tenían derecho a cruzar a Berlín oriental y, cuando lo hacían, se dedicaban a comprar recuerdos y cosas. Los veías caminando uniformados por las calles. Eso daba la sensación, para aquel momento, de que Berlín oriental todavía era el epicentro de la Guerra Fría.

El popular "Trabant" o "Trabbi", un automóvil de bajo costo

Para Andrés la vida era sana y segura. Dice que andaban por todas partes en bicicleta y que eso les daba una libertad que no habían tenido en Londres. "También la ciudad se prestaba para que tuviéramos más independencia, íbamos a los lagos, a los parques, jugábamos...".

Pero también cuenta cómo lo marcó "el fuerte adoctrinamiento político que había en las escuelas. Había una materia parecida a la que veíamos en Venezuela, 'Cívica' –en alemán 'Staatsburgerkunde'–. Si no sacabas buenas notas en esa materia, no podías ir a la universidad y te fichaban. Los profesores de esa materia tenían un estatus superior al de los otros profesores, y trataban de carear a los alumnos y buscarles la lengua –como quien dice– para saber qué tipo de pensamiento tenían. Incluso, en cualquier otra materia, por ejemplo en Geografía, se hablaba de comunismo y capitalismo. También había que aprender ruso desde pequeños e inglés en bachillerato".

—¿A qué se dirigía la modelación? ¿Contra el individualismo?

—Sí, se trataba de adoctrinar a los alumnos con la filosofía marxista e infundirles rechazo a Occidente. Pero había cosas positivas, por ejemplo, cuando terminaba el año escolar, se tenía que restaurar el colegio. Eso me pareció muy bueno y pensaba que en todas partes debían hacerlo. Todas las semanas nos íbamos rotando para botar la basura. Había una orientación hacia lo colectivo y a tener consideración por la comunidad. Eso lo inculcaban mucho. También en deporte, a la persona que era más débil o que no podía hacer algo, se le ayudaba. Este tipo de cosas me agradaban.

Pero por otra parte había como una división entre los niños que eran más cercanos al partido comunista y los que no lo eran tanto. Por ejemplo, entre los que más cuestionaban a los profesores cuando hablaban mal de Inglaterra, de EEUU, o del capitalismo, siempre había uno que se paraba, discutía y les decía: 'Usted nunca ha ido a EEUU, ¿cómo puede hablar mal de EEUU?'. Ese tipo de cuestionamiento los había en el salón de clases y se iba creando una fricción entre los profesores y esos alumnos que eran considerados rebeldes.

—¿A esos jóvenes que cuestionaban los castigaban o les hacían algún tipo de censura?

—No había castigo pero sí había como una especie de censura. Ya esos alumnos sabían que no iban a poder ir a la universidad. Había estudiantes que eran muy buenos en química que se cuidaban mucho de no cuestionar porque ellos sabían que les podían negar los estudios universitarios. En el bachillerato había unos primeros años de estudios básicos para todos los alumnos. De esas personas, los que no llegaban a la universidad, se dedicaban a estudiar técnicas y hacer trabajos manuales. Uno de nuestros amigos se dedicó al trabajo de panadero porque sus notas no eran muy buenas, y nosotros nos sentíamos mal porque él no podía entrar en la universidad. Pero en las vueltas que da la vida, resultó ser un maestro pastelero que trabaja en cruceros y gana mucho más dinero que todos los que estudiamos en una universidad. Otro de nuestros compañeros se dedicó después a la repartición de carbón para el calentamiento de las casas.

En cuanto a los estudios básicos, todos teníamos los cupos asegurados para estudiar y se iba a la escuela que quedara más cerca de tu casa. Esto era muy diferente a Londres. Teníamos acceso a la educación, a la salud, era algo estándar. Aunque había hospitales solo para diplomáticos y para miembros del partido. Al hospital 'Charité' solo podían ir los diplomáticos, sus familiares y los miembros del partido. Pero en general toda la población tenía acceso a las escuelas y a los hospitales.

—¿Qué tipo de relación diplomática recuerdas entre Venezuela y la RDA, en el tiempo en que tu padre fue embajador?

—Recuerdo cosas más culturales que políticas. Por ejemplo la Feria del Libro de Leipzig, en aquel momento, y todavía, es una de las más importantes del mundo. Cuando mi papá se acercaba a esta feria, iba para acompañar a muchos editores venezolanos, y los libros venezolanos ganaban premios por su belleza, por lo bien editados o impresos que estaban. Había mucho intercambio en este sentido. De algo específicamente político no recuerdo nada en este momento que me llamara la atención o algo sobre lo cual mi papá nos haya hecho algún comentario. Yo veía una relación diplomática en su caso muy enfocada en lo cultural.

—¿De qué se quejaban tus compañeros y los que te rodeaban?

—Yo les sentía como la añoranza de conocer el mundo. Eran compañeros muy alegres, muy cultos, eso también me impresionó comparándolos con los compañeros de Londres. Los compañeros en Berlín leían más y sabían apreciar distintos tipos de música, sabían identificar los árboles por sus hojas. Yo sentía que había mucho más interés por conocer el mundo que en Londres. Los compañeros bromeaban de una manera muy sana, eso era muy bonito en ellos. Pero había un anhelo por poder viajar. Eso lo pude percibir. Me preguntaban mucho cómo eran las ciudades occidentales, cómo eran Londres, París, Venezuela, y cómo era Roraima. Ellos sabían que en Venezuela existía Roraima. Ese tipo de cosas me marcaban. Percibía también una carencia material. Yo podía cruzar con libertad entre Berlín oriental y occidental. Entonces ellos me pedían cosas y yo se las llevaba. Ellos compraban su dinero en el mercado negro y yo les traía zapatos de deporte, casetes vírgenes para grabar, instrumentos musicales… A un amigo le compré un saxofón, y recuerdo que una vez hasta me pidieron que les llevara comida de McDonald’s…

—¿Te preguntaste en ese momento por qué los sistemas comunistas cerraban sus fronteras?

—Sí, y a pesar de mi edad en aquel momento, yo estaba claro que era un régimen que reprimía. Mis compañeros se preguntaban: '¿por qué, si esto es tan bueno aquí, la gente no quiere venir para acá?', o se preguntaban: '¿por qué la gente se quería escapar a Alemania occidental y no al revés?'. Eso lo cuestionaban mucho los jóvenes. Esos sistemas cierran sus fronteras porque necesitan el control para aplastar cualquier tipo de disidencia. De hecho, eufemísticamente el Muro de Berlín se llamaba "Muro de Protección Antifascista", en alemán: 'Antifaschistischer Schutzwall'. En los salones, entre los compañeros se cuestionaba mucho el hecho de por qué no podían viajar y ver con sus propios ojos y decidir y formarse una opinión por ellos mismos.

"Además la gran mayoría tenía familiares en la parte occidental. Entonces ellos podían comparar los estilos de vida cuando los de la parte occidental iban a visitarlos. Recuerdo que había un canal norteamericano que se veía por TV y hasta los miembros más ortodoxos del partido iban a su casa en la noche a mirarlo. En esa época pasaban una serie hecha en EEUU que se llamaba Dallas, de unos millonarios en Texas, y eso les encantaba y al día siguiente comentaban esa serie. En el campo alimentario, por ejemplo, podías comer cambur solo si te lo recetaba un médico, para compensar el potasio. Había en los supermercados una buena dotación. No había hambre. No había miseria. No tenían la prohibición de comprar alcohol, por ejemplo. En Berlín oriental había discotecas y la gente iba a rumbear hasta la madrugada", relata.

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—¿Qué pasaba antes del 9 de noviembre de 1989? Antes de la caída del Muro de Berlín...

—Comenzó a generarse una sensación de incertidumbre. La gente se iba de pronto. Había muchos apartamentos vacíos. Pero lo primero que nos encendió las alarmas fue que de repente los profesores nos dijeron que estaba prohibido leer la revista de la juventud rusa del partido comunista, y comenzó a sentirse un cuestionamiento en contra de Rusia. Sentíamos un rechazo muy fuerte también contra Erich Honecker (Jefe de Estado de la RDA, entre 1976 y 1989).

Empezó a fallar el sistema de transporte porque un día tal chofer no se presentó, tanto así, que los choferes de los autobuses y de los tranvías eran soldados, militares, y eso también llegó a nuestra escuela. Otro día un profesor no aparecía y nombraban a un sustituto, mientras se corría la voz de que el profesor se había escapado. La gente comenzó a irse por las fronteras que se estaban abriendo, aunque por ejemplo en Austria, al principio, no dejaban seguir a muchos de esos alemanes, y eso fue bien doloroso.

El orden que había se empezó a perturbar, a desestructurar. También la visita de Mijaíl Gorbachov a Berlín para los cuarenta años de Alemania oriental, en 1989, causó conmoción, y cuando Gorbachov pasaba por las calles la gente le pedía libertad al presidente de la entonces Unión Soviética. Después vino el desfile militar que también fue una experiencia surrealista, porque podías ver cuál era la frontera con Berlín occidental por todos los helicópteros militares que había de norteamericanos, ingleses, franceses, observando y grabando el desfile militar.

—¿Se producían protestas?

—Sí, a partir de ese momento comenzaron a haber muchas protestas en Berlín oriental. El gobierno se inventó, para bajar la presión, una especie de elecciones locales en las que cualquiera podía participar. Se crearon unos partidos que no eran comunistas y, es más, creo que ni siquiera eran partidos sino iniciativas de independientes. El gobierno ganó entre comillas todas esas elecciones. Luego, estas personas se declararon como en rebeldía y se refugiaron en la iglesia de San Nicolás porque el gobierno las quería meter presas. El gobierno sin embargo no se atrevía a entrar en las iglesias y ahí se formaron como núcleos de resistencia. Se respiraba un ambiente de rebeldía como para retar al gobierno. Uno veía una cantidad de gente de la Stasi (órgano de inteligencia de la RDA), y era muy fácil reconocerlos porque se vestían muy parecido: con unos jeans y una chaqueta.

Lo que empezó a suceder era que en la noche la gente que estaba de acuerdo con ese movimiento ponía unas velitas en las ventanas de las casas y cada noche había más velas. Empezó a crecer el movimiento. Al principio eran protestas como de setenta personas hasta un día llegar a ver en Alexanderplatz una congregación de un millón de personas aproximadamente. Eso por supuesto fue reprimido de manera brutal. Hubo incluso el rumor de que la policía no se daba abasto, entonces emplearon batallones del Ejército para reprimir. La manera como se dieron cuenta es que estas personas sabían artes marciales, porque reprimían y atacaban las manifestaciones de una forma muy distinta a las de la policía. Ellos, los militares, hacían unas llaves de karate que hacía que la gente se diera cuenta de que no eran policías normales.

Andrés señala que con el tiempo, "la presión popular fue creciendo y las manifestaciones se hicieron incontrolables. Hubo una manifestación grandísima en Leipzig y fue como en una estación de tren y un camarógrafo captó a una señora mayor pegándole con la cartera a un soldado, o a un policía. Entonces recuerdo clarito cuando mi papá vio eso, y nos dijo: 'Esto se acabó, este régimen cayó, se acabó el miedo', y eso fue unos días antes de que cayera el muro".

—¿Cómo fue el día exacto de la caída del muro?

—El gobierno estaba en sesión todo el tiempo por la crisis que había. La gente estaba protestando y se estaban estudiando varias medidas para bajar la presión. Había marchas y concentraciones, sobre todo en Alexanderplatz. Se hacían discursos sobre todo por parte de intelectuales y artistas que hablaban sobre la libertad, sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal, a un riesgo muy grande. Había el miedo de que pasara lo mismo que en China, en una protesta donde mataron a miles de estudiantes en la plaza de Tiananmén (incidente del 4 de junio de 1989).

También se hacían ruedas de prensa todos los días y el vocero era Günter Schabowski. A él le pasaron un papelito en vivo y él lo leyó, y en esa lectura él repitió que todas las personas que quisieran pasar a Occidente, lo podían hacer. Más o menos lo que decía era que las personas que quisieran dejar la RDA para siempre, lo podían hacer. Cosa que ya de por sí era incierta porque las personas no podían cruzar a Alemania occidental. Una de las periodistas le preguntó que a partir de cuándo y él sin darle mucha importancia dijo: 'A partir de ahora –ab sofort–, de inmediato'.

En ese momento, en Berlín, ese día de la caída, sucedió que la gente se fue a los sitios de paso como "Checkpoint Charlie", "Bornholmer Strasse", o al famoso "Glienicker Brücke" o "Puente de los Espías". Cuando salió esa noticia, estábamos en la casa y llamé a un amigo y me dijo que no sabía muy bien lo que estaba pasando, pero que él iba a Bornholmer Strasse…

—¿Era de noche?

—Sí, eran como las 9 de la noche del 9 de noviembre de 1989, y entonces él me dice que si él podía cruzar, iba a cruzar. Pero ya se sentía en la ciudad un ambiente de emoción. Llamé a otra amiga y me dijo: 'No, eso es para la gente que se quiere ir definitivamente', y como que se fue a dormir. En ese momento yo le pregunté a mi papá que si podíamos ir a ver qué era lo que estaba pasando, y me impactó que me respondiera con estas palabras: 'Vayan a vivir la historia'. A nosotros eso nos impactó. Mi papá creo que tuvo ahí un momento de gran claridad. Un primo estaba celebrando su luna de miel en Berlín y nosotros nos fuimos todos en el carro y a mi amigo le dije: 'Nos vemos en Ku'damm', en Berlín occidental.

Nosotros nos fuimos en carro y de verdad la gente en la calle estaba como en una carrera loca: iban en bicicletas, en carros o caminando, yendo a los puntos de cruce. El punto que nos quedaba más cerca era el de Bornholmer Strasse, donde había un puente sobre una línea de ferrocarril. Cuando llegamos a las cercanías de ese puente, había demasiada gente y no pudimos pasar. Ahí notamos que la gente estaba un poco violenta. De allí nos fuimos a Checkpoint Charlie que también era una locura porque era un lugar mucho más grande y emblemático. Cuando llegamos hasta allá, el ambiente era más de celebración. La gente estaba eufórica, y muchos ya estaban cruzando. Y algo que me impactó también fue el punto en sí, porque si tú revisas las fotos y la historia de ese punto, allí eran muchos más estrictos y revisaban con mucho cuidado. Pero no se veía a los guardias fronterizos y estaba fluyendo la gente. Nosotros cruzamos en el carro. La gente estaba muy alegre.

—¿Qué hicieron cuando lograron cruzar?

—Cuando logramos cruzar ya sí la fiesta era total en Berlín occidental. Tratamos de ir a la Puerta de Brandenburgo pero ahí la gente estaba violenta. Había como unos disturbios. La gente le estaba tirando cosas a la policía del lado occidental al lado oriental. En esa parte el muro era más bajo para no dañar la estética de la Puerta de Brandenburgo, entonces era muy fácil montarse en el muro. Ahí la policía estaba reprimiendo con chorros de agua. El ambiente en ese punto no era de mucha festividad. Había gente que simbólicamente le daba golpes con martillos al muro.

Entonces nos fuimos a Ku'damm y era algo que yo nunca había vivido: era como el año nuevo pero multiplicado por cien. La gente de los bares regalaba cervezas. La gente estaba eufórica. Había trabants circulando por la calle y la gente aplaudía a los de Berlín oriental, y se abrazaban. También había taxistas de Berlín occidental que lograron cruzar a Berlín oriental. Los policías de ambos lados en los puntos conversaban y se intercambiaban las gorras. ¡Era una celebración que tú no te puedes imaginar!

En esa época en que no había celulares me conseguí a mi amigo en Berlín occidental. Ahí nos abrazamos y empezamos a caminar y era la primera vez que él estaba en un territorio occidental. Estaba muy sorprendido. La gente miraba las vidrieras de las tiendas, los concesionarios con carros nuevos. Más adelante nos paramos en un camión de periódicos y estaban sacando una edición especial de lo que estaba sucediendo en Berlín. Nos acercamos y había tanta gente que no lograban vender el periódico sino que lo repartían. Alex y yo nos acercamos y tomamos uno de esos ejemplares. El titular era: "Die Mauer ist weg!, Berlin ist wieder Berlin!" (¡Cayó el muro!, ¡Berlín es otra vez Berlín!). Había fuegos artificiales, reencuentros de familiares y celebraciones. Pero también había un ambiente como de miedo o de inseguridad por la reacción que posteriormente pudiera tomar el gobierno de Berlín oriental…

—Pero ya se había desbordado... ¿Qué pasó después de esa noche?

—Nosotros pasamos bastante tiempo en la calle y regresamos a la casa como a las 3:00 de la madrugada. Para sorpresa de todo el mundo, en la mañana, la situación seguía igual. Fui al colegio y no podíamos concentrarnos y muchos de los que no habían cruzado la noche anterior planeaban cruzar la frontera ese día. Todo lo que había ocurrido era muy impactante. Yo me atrevería a decir que para los alemanes la Segunda Guerra Mundial terminó el 9 de noviembre de 1989, por el sufrimiento de tanta gente separada y la presencia de las fuerzas militares de ocupación, espías, gente presa, y de gente que murió intentando cruzar el muro. Todo eso terminó, todo eso se acabó.

—¿Hasta cuándo se quedaron ustedes en Berlín oriental?

—La orden que hubo fue desmontar la Embajada de Venezuela en Berlín oriental y que quedara un solo embajador en Bonn y después ese embajador se iría a Berlín cuando se instalara una Embajada de Venezuela en Berlín ante una Alemania reunificada. Pero nosotros nos regresamos unos 8 o 9 meses después a Venezuela. Mi papá sí se quedó un par de años más. La reunificación no fue inmediata pero ya se hablaba de que Alemania iba a ser otra vez una sola y eso fue lo que sucedió. Mi papá no se fue a Bonn sino que se quedó en Berlín haciendo todos los trámites para cerrar la Embajada.

—Y en esos últimos meses que estuviste allá, ¿qué cambios recuerdas?

—Todo era nuevo. En ese momento se concentraron mucho en volver a abrir las vías que estaban cerradas. Había muchas calles que el muro cerró, que el muro bloqueó. Entonces en cada vecindario se presentaban las grúas y los trabajadores con sus taladros para romper el muro. La gente se aglomeraba allí y, cuando por fin había paso, los que habían sido vecinos cuarenta años atrás se reencontraban y se daban la mano, o se reconocían y se abrazaban. Eso era muy conmovedor.

Hubo también cambio monetario y la gente recibía por parte del gobierno alemán un dinero para hacer compras o para trasladarse en Berlín occidental, creo que eran como 50 marcos. Hubo gente que compró lavadoras, neveras o sus familiares se las compraban y se las daban. Era un momento de mucho cambio. La gente también intentó comprarse un carro occidental.

Andrés relata que sus compañeros no se imaginaban lo que iban a vivir,"porque ellos ya estaban resignados a que esa iba a ser su vida para siempre", y expresa que "no paraban de maravillarse".

Otro de los hechos que sucedió, explica, es que "la gente allanó la Stasi y quemaron edificios de la Stasi. Cuando eso, también la RFA le obligó a la Stasi enseñarle sus expedientes a todos los alemanes que los tuvieran. Entonces la Stasi estuvo obligada a notificarle a cada alemán que tenía un expediente y que lo podían ir a revisar, y eso fue un shock para muchas personas, el hecho de saber que estaban siendo investigadas. De hecho varios compañeros de clase se enteraron que estaban siendo investigados porque eran amigos míos. Pero todo comenzó a ser más flexible. Era interesante ver cómo la policía se empezó a vestir con uniformes occidentales o cómo se empezaban a colocar vallas publicitarias por la ciudad… y pensábamos en la gente que murió cruzando el muro, y eso me impactó, ver cómo después se abrían esos lugares… El muro como tal lo empezaron a desmontar porque eran unas piezas desmontables", concluye.

—¿Qué hicieron los que tenían privilegios?

—Una reflexión en ese momento fue saber por otro lado que se trató también de gente que estaba intentando conservar sus privilegios. Después de que cayó el muro se descubrió que la gente del partido vivía en zonas con supermercados, con una seguridad impresionante y en unas casas gigantescas y unos lujos que se reñían totalmente con lo que ellos pregonaban. Imagínate que en esas zonas donde ellos vivían, hasta tenían un coto de caza, un bosque donde iban a cazar venados, ¿algo más burgués?".

Mucha gente fue presa, y mucha gente pagó cárcel. Y todo eso se derrumbó, pero la gente cayó en cuenta de la cantidad de lujos que tenían esas personas. En sus casas tenían televisores de últimas generación. Ellos vivían como en Occidente…

—¿Cómo pregonar una forma de vida que tú mismo no tienes ni quieres?

—Definitivamente eso es cierto. La experiencia en Berlín oriental fue muy contrastante, aunque nada es blanco o negro. Lo que sí, a pesar de los beneficios o de esos rasgos positivos que uno pudo experimentar en un lugar como Berlín oriental, se sentía mucho ese anhelo del que te hablé: esa añoranza de poder salir o entrar libremente, de tomar las propias decisiones, todos esos rasgos que tienen que ver con la libertad, que nos son intrínsecos.



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La fuente original de este documento es:
Contrapunto.com (http://contrapunto.com/noticia/andres-salcedo-testimonio-de-un-venezolano-que-vivio-la-caida-del-muro-de-berlin-232463/?fbclid=IwAR2VeM7Z2LMYD-1_Nsd_TPtQ5gi8GL_rhKDkSCW8AU97crMWMBznzg5HrsQ)



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