Nuevas infamias de Mario Vargas Llosa

Hay muchas maneras de responder a una infamia, sobre todo si es una infamia pública; en este caso una que tiene que ver con la gestión de gobierno de un país. Una infamia puede ser calumnia o injuria, todas estas formas de una mentira hecha pública a través de un poderoso medio de comunicación impreso. En este caso, de un novelista prestigiado por ser premio Nobel de literatura, quien viene haciendo un trabajo periodístico en el terreno de la opinión política que, a fuerza de ser machacado y redicho bajo las formas más insólitas, se ha vuelto sospechoso en este personaje al que uno no sabe qué calificativo endosar. El personaje en cuestión se piensa adalid civil y defensor de la libertad, oficio que ejerce tejiendo infamias acerca de cualquier gobierno de signo socialista o progresista que surja en América Latina, (para él sólo signos de militarismo o autoritarismo), escudado tras la máscara del librepensador, defensor de los derechos democráticos, civiles e individuales de las personas por encima cualquier cosa, como si éstos derechos hubiesen surgido en la sociedad por generación espontánea, como si no tuvieran que ver con las formas de organización que cada nación ha legitimado a través de sus luchas, sobre todo en nuestros países de América, donde tantas batallas hemos tenido que librar para defendernos de las distintas formas de dominación económica del neocolonialismo que han empleado con nosotros los países poderosos.

Digo que todo esto es sospechoso en él porque quizá se deba a aquel colegio militar de Lima donde educaron a Vargas Llosa y donde deben haberle lastimado mucho, junto a los desprecios de un padre que odiaba la literatura y determinó, por reacción contraria, la futura vocación literaria del joven cadete, que vivió un buen tiempo en una ciudad de perros o cachorros militares, o “jefes” que lo obligaban a hacer cosas insospechadas, como se infiere de la lectura de sus primeras obras; también pudiera ser que estas secretas humillaciones cuartelarías definieran en él un anhelo de poder que luego mutaría en su candidatura a la presidencia del Perú, donde perdió aparatosamente frente a Alberto Fujimori, quien junto al siniestro criminal Montesinos sumió al Perú en una crisis sin precedentes; luego, a su pupilo Toledo, en quien Vargas tenía puestas tantas esperanzas, terminó siendo el gran fraude político peruano (sin contar los nefastos mandatos de Allan García, quien autorizó, entre otras lindezas, el asesinato de indígenas en la tierra inca) terminaron por dibujar un panorama nada esperanzador para ese país hermano. Lo que sí ha hecho este falsificador profesional, oculto tras la fachada de gran narrador (oficio donde está muy lejos de haber alcanzado un universo narrativo propio, del rango de otros escritores de América; existe, entiendo yo, un mundo galleguiano, borgiano, garciamarquiano, onettiano, cortaziano, lezamiano, rulfiano o garmendiano, pero no veo por ningún lado un mundo vargasllosiano; en su tendencia al cambio permanente de personajes entresacados de documentos, no hay aliento lírico creador en esa prosa acartonada, puramente artesanal, carente de imaginación); sin embargo, Vargas adula circunstancialmente a Ollanta Humala para lograr convenios con Universidades del Perú, que habrán de hacerle honores casi póstumos al peruano nacionalizado español, sembrado para siempre en la madre patria, en el seno civilizado del primer mundo que le llena de tantos honores.

En verdad, Vargas parece ya un personaje de telenovela, el protagonista de un espectáculo mediático que, a fuerza de proclamar tantos disparates políticos y de revelar tanta ignorancia en teoría social y en historia de Latinoamérica, --donde destacan sus sistemáticos ataques a la Revolución Cubana, desde los años 60, cuando hizo el ridículo en Casa de las Américas, intentando descalificar a Haydee Santamaría-- y luego al proceso venezolano hasta el punto de celebrar la muerte del comandante Chávez, dándose antes el tupé de venir a Venezuela a “retar” a nuestro presidente a un debate mediático para lograr más publicidad, lo cual no hace sino constatar su obsesión por estar siempre en la cresta de ola, en el centro de un narcisismo permanente como defensor de la “libertad”, la “democracia” y otros clisés vacíos del neoliberalismo capitalista (actitud que Luis Buñuel bautizó con el nombre de “morcillismo” y que le permitió en su momento compararse con Pablo Neruda), ahora, digo, después de la desaparición física de Chávez, no es extraño que el apátrida peruano venga a arremeter contra el gobierno legítimo de Nicolás Maduro en su reciente panfleto (La lenta muerte del chavismo, “El País”, Madrid, 5 de mayo de 2013), donde no hace sino corroborar su inclinación a difamar y descalificar gobiernos que no estén en el terreno de sus intereses personales, esta vez no sólo ignorando los logros del proceso venezolano en todos los órdenes (educativo, cultural, social, médico, económico y tecnológico, en vivienda y organización comunitaria) sino emitiendo una serie de informaciones falsas en cuanto hace la reseña de lo acaecido en la Asamblea Nacional el día 30 de abril de este año, cuando un grupo de parlamentarios de la bancada opositora provocaron a los del proceso, y éstos, al defenderse, causaron heridas en algunos de sus provocadores, quienes de inmediato se dirigieron al Canal de TV Globovisión a montar el respectivo espectáculo de victimas, buscando atraer la atención nacional e internacional. Pero Vargas lo ve de otro modo: “Nicolás Maduro, perdió cerca de 800 mil votos y probablemente sólo pudo superar a duras penas a Henrique Capriles mediante un gigantesco fraude electoral. (La oposición ha documentado más de 3,500 irregularidades en perjuicio suyo durante la votación y el conteo de los votos). Tal falsificación de la realidad sólo es superada por la mala intención del novelista. Primero, la documentación que ha llevado la oposición al Tribunal Supremo de Justicia carece de pruebas contundentes, se trata de fotografías forjadas tomadas en otros eventos y en montajes flagrantes, que fueron desmontados públicamente uno a uno por Tibisay Lucena, rectora del CNE; luego, lo de “gigantesco fraude electoral” es la apoteosis de la mentira, por decir algo, pues se trata de una aseveración sin base, ofrecida como un hecho; con ella, Vargas se convierte en cómplice incondicional de quienes han operado con plena conciencia de instigadores profesionales de la violencia, pagados por organizaciones no gubernamentales e institutos internacionales de cooperación, buscando minar los proyectos de integración en América Latina a través de organizaciones como el CELAC, UNASUR, Banco del Sur, ALBA o Petrocaribe.

También obvia Vargas algo importante en su delirante panfleto: que el candidato Capriles y otros miembros del Partido Primero Justicia, después de conocerse el resultado de unas elecciones que no les favorecían, instigaron a la población a hechos violentos y delictivos que causaron la muerte a diez personas, numerosos heridos, quemas de autos, allanamientos de hogares y destrucción de centros de salud. Ellos mismos habían propiciado, antes de las elecciones, un desabastecimiento alimentario, vociferaron a rabiar que no aceptarían el resultado adverso de los comicios, pasara lo que pasara, es decir ya tenían trazado un plan desestabilizador, a través del cual deseaban provocar una intervención militar de Estados Unidos. No es casual que luego Barack Obama haya iniciado en estos días una gira por Latinoamérica donde no pierde ocasión de arremeter contra el gobierno de Venezuela.

Ignora el presidente de EE.UU. que ese mismo sistema electoral automatizado le dio la victoria a Capriles como gobernador del estado Miranda y al opositor Henri Falcón como gobernador del estado Lara, es el mismo que ellos ahora están desconociendo. Un sistema que impide cualquier error de conteo, está blindado, arroja una prueba impresa que se coteja con el voto digital y no permite margen de error. Proceso a la vez efectuado con auditorías previas, durante y posteriores al proceso electoral, realizada ante más de veinte observadores internacionales. Acaba de empezar la auditoría solicitada por la oposición que pretende impugnar las elecciones, y no han comparecido a ésta los representantes opositores ante el CNE.

Todo el artículo de Vargas está plagado de infundios, insultos, frases hechas manipuladas similares a las que esgrimen aquí los personajes de la derecha. Debo decir que no se trata de simples políticos de una oposición parlamentaria, sino de unos representantes de la más rancia ultraderecha racista o neofascista, dispuestos a negociar con quien sea para atacar o desprestigiar por cualquier medio a los movimientos liberadores de la izquierda latinoamericana, lo cual está en perfecta sintonía con la ideología de Vargas, y le permite decir de manera tajante cosas como estas: “Cuando los opositores protestaron, levantando una bandera que denunciaba un “Golpe al Parlamento”, los diputados oficialistas y sus guardaespaldas se abalanzaron a golpearlos, con manoplas y patadas que dejaron a varios de ellos, como Julio Borges y María Corina Machado, con heridas y lesiones de bulto. Dos semanas antes, yo había oído a María Corina hablar sobre su país, en la Fundación Libertad, de Rosario, Argentina. Es uno de los discursos políticos más inteligentes y conmovedores que me ha tocado escuchar. Sin asomo de demagogia, con argumentos sólidos y una desenvoltura admirable, describió las condiciones heroicas en que la oposición venezolana se enfrentaba en esa campaña electoral al elefantiásico oficialismo”.

Aquí llegamos a la parte divertida. Hacer tamaño elogio de una persona que ha demostrado no saber datos elementales de la vida de Bolívar; que nos hizo reír hasta las lágrimas cuando durante su campaña como candidata de la oposición nos habló de su famoso concepto de “capitalismo popular”; que en sus raptos de cursilería patética nos recuerda a sobreactuaciones de telenovela al estilo de Lupita Ferrer; que acude a programas de TV a mostrar su gestualidad teatral hasta provocarnos la risa; en fin, que este personaje sea considerado por Vargas un paradigma de la inteligencia es de verdad algo que se adapta perfectamente a la tragicomedia teatral-verbal que ambos acaban de montar.

A todas luces, este show montado en el parlamento sobre la base de la provocación tiene todas las características de participar en un plan dirigido: las falsas fracturas de nariz de M. C. Machado, quien aparece primero sin lesiones severas y luego se somete a una cirugía plástica en la nariz; los moretones y la sangre de Borges en un solo lado de la cara; el casco de motorizado de Marquina; el maletín lleno de rociadores y pitos manipulado por García y por Borges; un hombre fuera de control que lanza sillas; otra diputada haciendo sonar un pito y presionando un rociador; los insultos furibundos de Dávila, nada de eso fue espontáneo.

Luego apela el panfletista a citar figuras literarias venezolanas para contrastarlas a las de hoy; acude a cualquier subterfugio verbal, giro retórico, a todo, menos a algo que se parezca a la verdad. Veamos: “Da tristeza el nivel intelectual de ese Gobierno, cuyo jefe de Estado silba, ruge o insulta porque no sabe hablar, cuando uno piensa que se trata del mismo país que dio a un Rómulo Gallegos, a un Arturo Uslar Pietri, a un Vicente Gerbasi y a un Juan Liscano, y, en el campo político, a un Carlos Rangel o un Rómulo Betancourt, un Presidente que propuso a sus colegas latinoamericanos comprometerse a romper las relaciones diplomáticas y comerciales en el acto con cualquier país que fuera víctima de un golpe de Estado (ninguno quiso secundarlo, naturalmente). Supongo que querrá el novelista de marras que regresemos a los viejos tiempos de Betancourt, Carlos Andrés Pérez, Lusinchi, Caldera o Carlos Rangel, éste último un derechista enfermizo que murió dando la razón en todo al gobierno de los Estados Unidos.

La verdad, Venezuela ha vivido en estos trece años uno de los procesos de transformación social más vigorosos y positivos de la América Latina y el mundo, logros reconocidos no sólo por un pueblo que ha votado y apostado mayoritariamente por tales cambios con una gran conciencia de lucha, sino también por numerosas organizaciones mundiales de salud, cultura y educación que reconocen nuestros avances participativos y comunitarios.

Broche de oro de Vargas: “Los exabruptos y el nerviosismo que en los últimos días ha llevado a los herederos de Chávez a mostrar la verdadera cara del régimen: su intolerancia, su vocación antidemocrática y sus inclinaciones matonescas y delincuenciales.

Llamar intolerantes, antidemocráticos, delincuentes o matones a quienes votaron por Nicolás Maduro es verdaderamente una calumnia política. Un país donde se ha permitido la libre expresión de la prensa escrita o digital en todas sus formas, la circulación abusiva de las llamadas “redes sociales”, (twitter, facebook), se han usado para todo tipo de injurias soeces y sabotajes; y los delincuentes son precisamente aquellos que reciben jugosas sumas de dinero para seguir con su trabajo de descalificar al gobierno.

Comprobando tal cúmulo de inexactitudes, infundios malintencionados y desconocimiento de las estadísticas, constatamos exactamente lo contrario: a una mayoría venezolana dueña de su propio destino político, avanzando para superar el ineficaz modelo económico neoliberal, en pos de una sociedad más justa, humana y socialista. Yo le recomendaría a este personaje narcisista en plena decadencia que se dedique a impartir clases a los seguidores de su cátedra epónima en Madrid, o quizá a intentar regentar alguna diputación española o, en último caso, a seguir buscando argumentos para esas novelas que escribe como se las demanda la industria editorial cada cierto tiempo.

Con estos artículos que falsean permanentemente realidades sociales --Vargas no ha sido nunca testigo directo ni palpado de cerca lo que ocurre en Venezuela ni en casi ninguna otra parte—ya no convence a nadie que posea una mínima capacidad de observación de la realidad, ni surte efecto en los lectores serios; más bien confirman, una y otra vez, que ni los prestigios personales ni los galardones internaciones sirven de mucho en el momento de mirar hacia los nuevos horizontes de justicia y emancipación a que aspiran nuestros pueblos.

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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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