NNUU, ¿Para qué sirven? (I)

Si algo estuvo siempre fuera de discusión para quienes entienden de la historia del nuevo orden mundial capitalista surgido después de la II guerra mundial (y que ya se insinuaba desde los inicios de la primera), es que la institucionalidad creada para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, llamada Organización de las Naciones Unidades, no era sino el aparato destinado a garantizar la pujante hegemonía norteamericana sobre el mundo.

Cuando en 1918 el ex-presidente Wilson en su discurso de “Los 14 puntos” sugirió la idea de la “sociedad de naciones” para preservar la paz, y luego en 1919 los europeos la ratificaran, los republicanos que controlaban el congreso opuesto a Wilson, se negaron a que su país lo suscribiera. Era obvio, que la llamada “sociedad” no satisfacía los intereses de los “halcones” de la industria militar norteamericana de ese entonces. Querían una organización que les permitiera el control absoluto del mundo para sus fines. Esta fue precisamente la Organización de las Naciones Unidas surgida en Bretton Woods.

La “Carta” que oficializó su nacimiento fue firmada el 26 de junio de 1945 en San Francisco- EEUU. Esta Carta le otorgó al Consejo de Seguridad “la responsabilidad en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional”. No obstante, y desde entonces, lo único que ha hecho es propiciar y alentar todos los conflictos bélicos y los más terribles genocidios habidos en los pueblos del mundo durante sus más de 60 años de existencia. Los más cercanos a nuestra memoria: Viet-Nam, Ruanda, Darfur, Kosovo, Irak, Afganistán, Pakistán, y ahora Libia.

Su otra “responsabilidad” ha sido auspiciar a través de sus “operaciones de paz” y de sus instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el perverso genocidio de millones de seres en el África, América Latina, el Caribe y Europa a través del hambre, las migraciones forzadas y la desocupación.

Todo esto bastaría para que los países miembros, “responsables de la paz”, sepultaran de una vez por todas a este aparato que contrariamente a su finalidad sólo ha diseminado destrucción y muerte en el mundo; pero, a la luz de los hechos recientes, su verdadera vocación parece haber encontrado caminos más expeditos para seguir haciendo más de lo mismo con un costo mayor de vidas inocentes.

En efecto, cuando el señor Kofi Annan, llegó a ocupar el cargo de Secretario General, en 1997, siendo un funcionario de carrera en la diplomacia de las Naciones Unidas, ya venía acumulando méritos con una serie de medidas orientadas a incrementar el poder bélico de la Organización, desde su cargo de Secretario Adjunto en la gestión de su predecesor, entre 1993-95.

Algunos de esos méritos fueron el incremento en más de 70,000 efectivos de las “fuerzas de paz” en 1995, y el consiguiente gasto en equipos, armas y municiones favorable a la industria bélica; el manejo de las Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas (UNPROFOR) en el exterminio étnico en Bosnia-Herzegovina; y la aplicación del acuerdo de paz impuesto por la OTAN.

Estas medidas no eran ajenas a los dictados del Club de Bilderberg1, al que pertenece el señor Annan y del que llegó ser su Presidente, antes de ser Secretario General de las NNUU. Su pertenencia al Club, no obedece sin embargo, a esas medidas sino a su relación marital con Nane Lagergren, heredera de la fortuna y los méritos de su abuelo Raoul Wallenberg, protector de judíos durante la segunda guerra, e ícono de la paz en los EEUU, Canadá, Israel y toda Europa.

Ya en 1997, Annan como Secretario General, propuso la necesidad de llevar a cabo profundas “reformas” en la Organización para hacerla más expeditiva y ágil. La argumentación para estas reformas se encuentra en el “Informe Brahimi” (2000), que abrió paso a la nueva ONU, esta vez de la mano con la empresa privada y las ONG o “compañías” de exterminio masivo que constituyen hoy la llamada Asociación Internacional para Operaciones de Estabilidad (ISOA).

Estas “compañías” son actualmente las encargadas de la guerra sucia en cuanto territorio o país se halla en conflicto, de la “reconstrucción” en aquellos que han sufrido desastres naturales como Haití y Japón, y de fomentar la subversión, el boicot y el terrorismo en aquellos considerados “no socios” de los EEUU o peligrosos para sus intereses.

El Informe Brahimi, sustentaba los cambios con el argumento de que era necesario “remediar un problema grave en materia de dirección estratégica, adopción de decisiones, despliegue rápido, planificación y apoyo operacional y empleo de la tecnología de acuerdo con los “nuevos desafíos” que tenía la ONU.

Dentro de esta perspectiva, “muchas tareas no deberían encomendarse a las fuerzas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas y tampoco deberían ir a todos los lugares”. El caso de Libia, es ilustrativo al respecto. “Cuando tengan que hacerlo, (esas fuerzas) deben estar preparadas para enfrentarse a las fuerzas de la guerra y la violencia que aún persistan con la capacidad y la determinación necesarias para vencerlas”. Afganistán, Pakistán, Irak, lo ilustran bien.

Annan, fue igualmente, mentor principal de los “Objetivos del Milenio”. Ese otro monumento a la perversidad con que la ONU ha pretendido manejar la alimentación, la salud, la educación y la paz. Pues no existe posibilidad alguna de alcanzar metas en estos órdenes de la vida, mientras se siembra destrucción, terror y muerte en cada rincón del mundo. Que lo digan los niños que aún sobreviven en Gaza, en Libia, en Irak, los árabes, los musulmanes, los pueblos originarios de Chile, Perú, Colombia, Guatemala, El Salvador...

(*) Sociólogo y educador peruano.

ruby_7872@yahoo.es


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Rubén Ramos

Sociólogo y educador peruano, postdoctorado en Filosofía, Política e Historia de las Ideas en América latina por la universidad del Zulia-Venezuela

 ruby_7872@yahoo.es

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