Siempre me ha costado hablarle a la muerte. O hablar de alguien que muere. Hay una suerte de silencio interior que me envuelve hasta muy profundo, porque el diálogo con quien se va es estremecedoramente íntimo. Ya no lo dijiste en su tiempo. No dijiste cuánto fue de grande ese contacto que duró años. Cuánto apreciaste los gestos de entereza, lealtad, sensibilidad, esos que uno entrevé fugazmente y a los que tal vez en su momento uno no le dio el valor que merecía.
Es difícil ahora hablar del amigo, de ese que se prodigaba en gestos y palabras acompañados de gestos a veces grandiosos, otros con humor medio llanero.. Ah! porque el flaco se sentía llanerazo en sus buenos momentos.
Las últimas (o penúltimas) frases que cruzamos se me quedaron atragantadas en la memoria. Con una sencillez que me asustó, me dijo: “Sabes que se me están olvidando mucho las cosas? Pero eso no importa, porque estoy escribiendo todas las cosas que he vivido y de las que me acuerdo muy bien".
El Flaco fue un compañero de muchas aventuras. Desde la Conferencia de la OLAS, a la que acudimos juntos, en Cuba en 1967, hasta cuando me tocó sacarlo del San Carlos, cuando la fuga de 1975, consiguiéndole un "smoking" que le quedó chiquito para vestirlo a su salida del túnel, fueron muchas "travesuras".
Ahí quedan las memorias. Ahí sigue Prada, el gran itinerante de toda una época que se caracterizó por aquello que ya hoy no existe: POBRES, PERO HONRADOS. Y HONROSOS.
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