Lubio Cardozo, buen poeta, gran poeta

El poeta Lubio Cardozo Soto nació en Caracas el 26 de mayo de 1938, y se nos marchó al Olimpo el pasado 22 de noviembre de 2021; a tres años de su luz este 2024. Sus vivencias infantiles más caras y trascendente las tuvo siempre en las riberas de Choroní, estado Aragua, donde salía atraer hasta su alma el recuerdo de su amada madre, Crucita Soto, porque de aquel paisaje y encanto le advino amor materno y de tierra, de nostalgia e identidad interior. Sus palabras para ese ámbito denotaban gratitud y belleza, desde que la mocedad pespunteaba sueños y utopías, hasta que la madurez encaminó el alma hacia infinitas búsquedas creativas en la Mérida de sus últimas horas, de la finitud existencial.

Fue la escritura del poeta Lubio ejercicio muy cuidada, mesurada, inteligente. Inmensa —cuanto no pródiga— su capacidad investigativa del proceso literario hispanoamericano, de autor y obra, de movimientos y corrientes creativas, de rebeldías espontáneas o de conciliábulos de época; fuera el siglo diecinueve o del veinte, fuera el siglo de oro o la colonia; fuera la Europa antigua o la moderna; fuera lengua inglesa o castellana, fuera el París surrealista o la Madrid de Rufino Blanco Fombona; fuera la Capitanía General de Venezuela, o la Primera, Segunda o Tercera Repúblicas de la historia patria; fueran sus hijos nativos o los allegados, la Gran Colombia o la Tierra de Gracia; fueran los pasos de Humboldt o los de Henry Pittier; fuera la cultura del petróleo o la cultura de las penurias y el hambre, la del venezolano mayamero o de este otro país resignado que le tocó avistar, no sin tristeza, sus últimos días de vida; acechado por el Covid-19 y la esperanza de una nueva nación, por ahora clavada a la cruz de su martirio histórico.

No le gustaba al Amigo, al Maestro, al Poeta Lubio que yo perdiera tiempo y talento escribiendo artículos de opinión contra la pared embarrada de caca de la política sucia y bribona de mi país. Eso lo discutimos muchas veces, de muchas maneras. Le argumentaba que me era impensable callar ante la injustica y la canalla de tanto funcionario corrupto, de la Cuarta y de la Quinta Repúblicas. Y sólo fue cuestión de tiempo. Se develaron las cortinas de la complicidad, y fueron apareciendo nombres y acusaciones, en solitario y en grupos, de estos bandidos que desde los cargos de ministros, viceministros, magistrados, presidencias de organismos y entes públicos, direcciones de instituciones, gobernaciones y alcaldías han hecho de las suyas como los peores traidores de la patria, los manos sucias de la dignidad nacional, y la fe del pueblo; en fin, las alimañas rastreras del poder, de la desvergüenza y del encono.

¿Cómo callarse ante la canalla, Poeta del alma?

Te conocí en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes a comienzos de 1986. Transitabas entonces la edad de 47 años. Consolidado ya como un eminente investigador y estudioso de la literatura venezolana, ejercicio este que no abandonaste nunca, hasta tus 83 años del adiós. Eran muy leídos y coleccionados tus profusos ensayos aparecidos semana a semana en el Suplemento Cultural del Diario Últimas Noticias. Al conocerte me revelé, no sin timidez, como un muchacho medio oriental, medio llanero y medio guayanés, nacido en la Mesa de Guanipa; y resulta que mis predios naturales eran tan tuyos como míos, lugares de tus andanzas y afectos, de tu nombre y de tus huellas de trabajo. Todos los poetas de este lado del mundo te conocían, te leían y abrigaban amistad solidaria contigo. Eso selló nuestra sencilla y literaria complicidad hasta el último de tus días. Por todo ello, cómo no he de extrañarte, hermano mayor.

Fue un honor servirte de asistente en el aula de clases, en la cátedra tuya sobre literatura venezolana, para cargar los textos de apoyo, y pegar en la larga y verdosa pizarra de cemento, las cartulinas graficadas y arañadas de flechas, líneas, círculos y fechas que te permitían ordenar la información, y facilitar la toma de notas, mediante una estrategia pedagógica de escuela, si vale el término, como no lo hacía nadie más en universidad.

Tus alumnos de entonces, Yeslando González, Yajaira Pineda, Roberto Guerrero, Hildebrando González, Gregorio Sulbarán y Belford Moré, entre otros tantos, nos maravillábamos con aquella pedagogía y aquel orden.

Tú trato afable, cariñoso, respetuoso y solidario con cada uno de tus alumnos y alumnas; presto a oír y aclarar, a orientar y señalar pistas para facilitar nuestro trabajo posterior, fue algo que no sólo nos agradaba, sino que nos sorprendía. Otros profesores vaciaban el torrente de cosas sobre nuestras narices, y se marchaban sin más artilugios que dar por sentado su rol de sabios, de eminentes, de sobrados. Estaba en boga el llamado "estructuralismo ruso", al que no eras muy afecto, a pesar de que anduviste en paseo de estudios y formación en la Unión Soviética, en la década del setenta. Pero más allá de eso, todos fueron útiles para nuestra formación, y a todos ellos debemos gratitud y respeto. La mayoría ya no están en este mundo. Vaya una dosis de paz a sus almas.

Después de aquella cátedra corta y bien aprovechada, compartí con el Poeta Lubio las tertulias literarias no etílicas que solía tener los días jueves en el sótano de un edificio, para conversar sobre libros y autores; en un clima de absoluta armonía, hasta en las discusiones fuertes que se daban. Me sentía apenado. Yo no tenía argumentos ni formación para discutir nada, pero el Maestro tenía fe en mí, y me animaba a seguir en el grupo.

Vaya si fue incómodo, y cuanto agradezco aquella oportunidad.

Después de graduado, y ya como profesor de la Universidad de Oriente en la isla de Margarita, aceptó escribir el prólogo de mi primer libro, titulado Jardín del tiempo, publicado en Mérida en 1991; contentivo de doce cuentos peregrinos, escritos por allá y por acá, no sin crítica social, y quejas utópicas de por medio.

Sus primeras líneas de ese prólogo titulado "Los anticuentos de José Pérez" dan cuenta de su observancia y su impecable carisma de observador acucioso: "José Pérez introduce al lector en un mundo extraño, no tan habitual en los espacios de la literatura de nuestro tiempo. Mediante los recursos de la hipérbole, del absurdo, del disparate, del desorden de los registros memoriales del sueño, construye unos relatos verdaderamente sorprendentes, espeluznantes, cuyos hilos fabularios no andan por los caminos del miedo sino de la repugnancia, la náusea, el rostro de la locura. Tal vez sus únicos contactos con la realidad, valga decir con la lógica, esté en el cronotopos, del espacio y del tiempo, elementos vinculantes con la superestructura de la Venezuela de estos tiempos, y al través de ellos la crítica mordaz, sarcástica, incandescente de su país y de su época, o en otras palabras, de los años conscientes de la aventura del narrador por ese territorio conocido".

Pero la crítica antiestablisment en literatura tiene su costo.

Lo ha tenido antes y lo tiene ahora, en este presente llamado Siglo Veintiuno, socialismo mediante. Por ello, recuerdo una agradable conversa con el poeta Ramón Palomares en la isla de Margarita, paseando por aquellos paisajes tan entrañables para su causa poética, cuando me espetó que mi obra literaria era absolutamente desconocida, y que en Venezuela ningún crítico literario, ningún estudioso, se había ocupado de valorar, estudiar y pergeñar mis cuentos o mi poesía.

Por alguna razón no gratuita, no casual, he sido, pues, un escritor pintado en la pared.

Presto para los saludos y los abrazos, para las notas ajenas y los estudios de otros, pero sin merecimiento de la valoración propia, bien porque mis cuentos no atraen a los antólogos, toda vez que mi narrativa no anduvo en la moda del minicuento, del tema urbano, la moda del bolero ni nada de eso, donde otros autores sí brillaron; o sencillamente porque no parecen trascendentes dentro del esquema de la literatura verdaderamente "importante" de Venezuela.

En honor a la verdad, eso me tiene sin cuidado.

La literatura, tanto como la escritura de opinión, de crítica social, es liberación; y sé que una es pecado de la otra; y en mi país se cobra porque se cobra, la osadía, la rebeldía, el compromiso con los humildes de causa y de condición. Más allá del uso que se hace del Chino Valera Mora y del cantor Ali Primera como banderas de las rebeldías, las demás rebeldías están execradas por el sistema. No hay que caerse a engaños. Más cuando la "cultura" es instrumento del poder.

Y debo decirlo así, abiertamente, una vez, como si hablara con mi Maestro Lubio Cardozo, oyéndolo hasta la hora final de su enfermedad; cuando se negó a consumir alimentos, e intentamos sus hijos y amigos más cercanos, a reanimarlo con lecturas de poemas, audios de voz y videos que le enviamos desde varios países y rincones de Venezuela. De su libro de odas titulado Ocassus (2013), seleccioné un poema premonitorio, que estoy seguro, quiso oírlo y sentirlo, en su definitiva voluntad final; y que ahora amplío un poco más para abarcar, a plenitud, el sentido del mismo: "En la vida dos reinos encontrarás, / el sacrificio o el infierno./ En la muerte uno,/ el rabioso silencio./// Lloraré sobre mi cadáver la despedida/ de ese otro loco, mi cuerpo/ con quine crucé el azar del relámpago,/ fragor poético del acaso/ la isla instantánea".

Hay notas valorativas sobre la obra y la causa académica, del Poeta Lubio Cardozo, escritos por Rafael Rattia, Pablo Mora, Arturo Mora Morales, algún otro amigo y mi persona, pero aún estamos en deuda con un estudio profundo y justiciero de todo su legado bibliográfico; tanto documental como crítico-analítico, poético y clasicista, bellista y pre independentista, sobre humanismo y teoría literarias; conocedor como era de la bibliografía venezolana presente en Madrid, París y Londres; y conocedor como era del legado indígena venezolano y americano en toda su amplitud. Por todo ello y más, bien vale una tesis de doctorado a la obra y al pensamiento de nuestro grande Amigo, Maestro y Poeta Lubio Cardozo.

Las zonas tórridas de Andrés Bello deben tener en sus cumbres su alma, a esta hora.

Virgilio y Esquilo deben acompañarlo al buen vino, invitados por Eurípides y Sófocles; acaso al lado de Hesíodo, Safo y Anacreonte. Pero Ovidio y Homero no deben faltar al encuentro, quizás con Petrarca, Bello, Simón Rodríguez y el mismo General Bolívar de las batallas de América.

Por acá nos quedamos hojeando y leyendo ese gran libro tuyo de notas, Poeta, titulado Paseo por el bosque de la palabra encantada (1997) —abrigados a un buen café; estos café criollos que tomabas a toda hora, que catabas como un buen vino, del que eras ducho conocedor y defensor—. Obra esta en la que das cuenta de una singular valoración sobre poetas venezolanos contemporáneos durante el período 1940-1980. Este tipo de estudios ya no se ven, no aparecen, no hay quien los escriba. Al menos no con esa profundidad en el saber y la revelación del objeto de estudio y su época.

Vaya, Maestro, por la eternidad, con mi abrazo y mi cariño. Con mi admiración y sentimiento. Por acá comparto tus cuitas con Ibrahim, tu hijo médico, sabio y noble; también con Alejandro, el historiador de las mil inquietudes; y con Lenin, el ingeniero de soles y tempestades en la remota Canadá, pero también más allá y más acá.

De tarde escucho tu voz recitando esos versos que nos dejaste grabados en dos CD, con el acompañamiento musical de tu hijo. Y nos queda esta obra poética rica en sugerencias y propuestas, que dicen mucho de ti, por siempre, por los tiempos de los tiempos. Si de aquel lado de la eternidad hay salud, que haya eterna salud para ti, caro hermano, Poeta Lubio Cardozo.



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

 elpoetajotape@gmail.com

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