Nominados al Oscar




En mi pueblo, Altagracia de Orituco, suelen trancar una calle para
hacer una fiesta y a eso le llamamos bulevar. Recuerdo que la primera
vez que vine a Caracas pensé que en Sabana Grande había una fiesta
perenne. Para mí fue un shock descubrir que no se bailaba en ese
bulevar.

Lo de la plaza Altamira, sin embargo, me ha puesto nostálgica. No
porque en Altagracia se haya insubordinado gorila alguno, sino porque
me recuerda las penurias a las que se enfrentaban los vecinos
gracitanos, cuando el bulevar se armaba al frente de su casa. Las
autoridades municipales lo que hacían, todavía lo hacen cuando hay
fiestas patronales que duran días, es que cambiaban el bulevar de
calle. Es decir, en lugar de atormentar a un solo grupo de vecinos, la
tortura se "democratizaba" y así vimos, y vemos, a todo el mundo
contento.

Claro, esta realidad provinciana no tiene nada que ver con lo que
acontece en Altamira. Recientemente pudimos comprobar que allí funciona
un estudio de filmación, decisión atinada, porque los "actores" de este
elenco no se merecen otro trato sino el de superestrellas. Tienen
extras. Empleados fijos y empleados ocasionales. Todas la televisoras
comerciales tienen su stand o su camioncito. Luces, cámara y acción es
lo que se ve por allí. Todos los periódicos tienen su kiosco con
anfitrionas y todo. Pusieron un reloj para marcar las horas, pero ya
hay gente asidua a la plaza y vecinos obstinados que tararean: "reloj
no marques las horas, porque voy a enloquecer" en una extraña unión
fraterna. A los fans de los militares el relojito les produce angustia,
porque pasan las horas y Chávez de pie. Y a los vecinos obstinados les
produce también angustia ver como pasan las horas y sus sueños,
literalmente, se desvanecen.

Fíjense que lo de las horas tiene locos también a los periodistas. Ya
no saben contar. Ayer la colega Marisol Decarli, de El Universal
(31/10/02, página 4-1) escribió, para describir lo que sucede en la
plaza, "cosas así":

"Un ejemplo de este vaporón es La Arepería de Altamira, negocio al que
le ha caído del cielo esta manifestación que lleva ya nueve noches con
sus días. David Romero, supervisor del establecimiento, cuenta que
antes del 22 vendían unas 300 arepas diarias y ahora venden cinco mil.
Los 18 trabajadores se han distribuido en tres turnos. Julio y Henry,
ayudantes del encargado, afirman que en manifestaciones anteriores
vendían de 1.600 a 2.800 unidades".

Bueno si son 18 trabajadores, distribuidos en tres turnos, eso da 6
trabajadores por turno. Pero los seis trabajadores no pueden estar
todos haciendo arepas, porque ¿quién las rellena, quién les saca la
masita?. Entonces de los seis dos, mínimo, deben hacer este trabajo.
Eso significa que de los 18, quedan 12 haciendo arepas como locos,
repartidos en tres turnos. Si dividimos 5.000 entre 12 eso da 416
arepas por cabeza, diarias, que deben hacer en 7 horas mas o menos. Eso
nos da: 59 arepas. Es decir una arepita por minuto. Ustedes dirán, pero
si da la cuenta. Claro que da. Da, pero muy exacta. Esos hacedores de
arepas no van al baño, no se toman un cafecito, no hablan, son unos
robots pues. Y no se lo pierdan: cada rellenador le saca la masita a
833 arepas, más de cien por hora. Verdaderas máquinas. Ya vienen por
ahí los del libro de Guinness a comprobar aquello.

Como vemos las ganas de hacer ver que en Altamira hay "centenares de
miles" de venezolanos apoyando a los militares insurrectos pone a
patinar a más de uno. Escribirle un happy end a esta película
resultaría una hazaña que puede llevar al Oscar al guionista. Ellos
dicen que ese es el sueño de todo trabajador de la gran pantalla. Y que
van a hacer todo lo posible por lograr la estatuilla.

*Periodista





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Mercedes Chacín*


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