¿Cuánto cuesta un rector del CNE?

“Al que no sabe cualquiera lo engaña.
Al que no tiene cualquiera lo compra”
Simón Rodríguez
Como dicen por ahí: cada ser humano tiene su precio. Valdría agregar: bajo el dominio del capital, y parafraseando una frase de la Revolución Mexicana, pocas conciencias aguantan un millón de dólares enviado con un cañonazo. El régimen capitalista ha transformado a los hombres en víctimas del dinero, o el encantamiento de su poder los obnubila y desvanece. Los transforma en piltrafas humanas. Son vulnerables. Sirenas susurrándole bondades y privilegios. Entre poder y dinero transcurre nuestro cotidiano transitar.
El capital domina todos nuestros sentidos. Nuestras relaciones humanas se establecen sobre la base del quien puede y quien tiene. Aquél teje sus propias redes y la sociedad cae en ellas sin darse cuenta. Para suplir nuestras necesidades básicas --y sobre todo las ficticias--, hacen faltan recursos económicos. Para poseerlos somos capaces de pasar hasta por encima de nuestra familia. La ansiada “prosperidad” puede corromper al más bondadoso corazón.
Los gobiernos actuales, salvo raras excepciones, sucumben irremediablemente en el perverso juego del capital. Éste establece leyes, programas y planes. El gobernante común aparta su discurso pre-campaña y acaba embruteciéndose cuando asume el mando. Los gobernados cumplen sin derecho a réplica. El dominio del capital establece las relaciones de convivencia ciudadana. Abre y profundiza brechas. Impone patrones de conducta. Crea mecanismos de control y dominación. Los ricos someten todo a su coveniencia. Los pobres soportan sus miserias sin reclamar. Se acostumbran a ellas.
Si los más necesitados intentan despertar del obligado letargo, la represión (militar o económica) calma sus ánimos. Unos cuantos disparos y unos cuantos muertos no interesan. Mientras más pobres existan, tampoco. El capital los necesita para sobrevivir.
Venezuela no podía estar exenta, aún en gobiernos presuntamente democráticos. Siempre hemos formado parte de una sociedad rentista. Pretendemos vivir del gobierno. Somos manipuladores y manipulables. Tenemos un precio. Tarde o temprano nos compran. Si nos hacemos difíciles, el sistema nos excluye y nos hace imposible nuestra existencia.
Para perpetuarse en el poder, los llamados partidos tradicionales venezolanos (en patética extinción) repartieron dinero sin prudencia alguna. Entre robos, sobornos, malversaciones y fraudes lograron “gobernar” durante varias décadas. Crecimos en medio de corruptelas permanentes. Fuimos cómplices silenciosos. Nos pintaron falsas realidades. Vivimos de apariencias. Cuando la repartición desmedida no alcanzó, despertamos. Quizá demasiado tarde. El daño ha sido enorme. Y debemos cargar con esa pesada herencia. Si reconociéramos cuánto representa, no estaríamos desafiándonos entre venezolanos.
En nuestro país, la perversión del poder y los privilegios del dinero establecieron su imperio. Llegar al gobierno siempre fue sinónimo de enriquecimiento ilícito. Muchos funcionarios de alto rango dispusieron los dineros públicos a su antojo. Entraron con poco y salieron con mucho. Y no hubo ley contra ellos. Quien más robara, era el más querido. Quien no lo hiciera, era el más pendejo. Y esa conducta se volvió patrón de comportamiento. Solíamos, en plena campaña electoral, colocarnos una gorra verde, blanca o roja, y gritar consignas contra la corrupción. Y triunfar con ellas. Una vez en el gobierno, olvidamos y reproducimos lo que habíamos atacado.
Presidentes, ministros y generales acababan inmersos en el lodo de la riqueza fácil. Jueces, fiscales y los demás poderes callaban porque en el charco caían todos. La corrupción también utiliza el fraude para perpetuarse. Así como un militar o un magistrado poseen valor monetario, un rector de cualquier organismo electoral también tiene su precio. Esa es la regla establecida.
El fraude electoral esta a la orden del día. Pretender, actualmente, el desconocimiento de las normas que rigen los referendos, vale unos millones de dólares. Y hay muchos en circulación. ¿Cuánto cuesta la conciencia de un rector del Consejo Nacional Electoral si en nuestro país cada quien sabe su precio? ¿Podrán, los rectores plenamente identificados con la oposición, aguantar el cañonazo? Amanecerá y veremos.



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Giandomenico Puliti

Nació en Mérida el 10 de abril de 1961. Hijo de inmigrantes italianos, de 43 años de edad para el momento de su deceso. Casado y con dos hijos. Al cumplir un año, su familia se traslada a Tovar. Su padre, Arnaldo Puliti, junto a Giustino Sciamanna y Cósimo Salvemini, funda el ?Taller Roma?; empresa metalúrgica familiar de reconocida trayectoria en el Valle del Mocotíes. Cursó todos sus estudios en Tovar. En el Ciclo Diversificado José Nucete Sardi obtuvo el título de Bachiller en Ciencias. Formó parte de la Selección Nacional Juvenil en Campeonatos Panamericanos y Mundiales de Ciclismo. Estuvo compitiendo en Italia, Colombia, República Dominicana, Uruguay y Norteamérica. En la Universidad de Los Andes obtuvo el título de Licenciado en Letras. Cursó estudios de postgrado en Literatura Iberoamericana.


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