Apremios

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Tenía tiempo buscando una explicación sensata. Pero nada. Por más que le daba vueltas al acertijo, no lograba explicarme racionalmente por qué después de la pifia gigantesca de abril de 2002, nuestras elites esclarecidas y sus entusiastas seguidores continuaron transitando el camino del inmediatismo, del atajo, la desobediencia, el golpe de mano y el “porque-me-da-la-ganismo”, elevado al Olimpo en un diciembre-enero del cual no quisiera acordarme, como si la experiencia no les hubiera servido de nada.

“El hecho es que demostramos lo fácil que era tumbar al tipo. Y lo que nos sale ahora es corregir los errores que impidieron consolidar el objetivo. O sea, el decreto, la Casa Militar, tú sabes... Conquistamos unas colinas y no vamos a dejárselas al enemigo”, explicaba off the record un político audaz, con tono de estratega militar, allá en mayo de 2002. Pero qué va. Ni que lo jurara el propio Maquiavelo, o Sun Tzu, podía conformarme con esa explicación para entender por qué la estupidez, vestida de sabiduría y desprendimiento, se había apoderado durante tanto tiempo de toda una clase política, curtida en décadas de ejercicio político y asistida por una tecnocracia formada –petrodólares mediante- en las mejores universidades del orbe, licuadas ambas en una sola merengada de desatinos.

La respuesta vino de Europa. Se trata de un joven periodista venezolano que optó por ahorrarse la “don-francisquización” de por este lar y anda cursando un postgrado en el exterior. Hace poquito me reuní con él, aprovechando que vino unos días de vacaciones a Venezuela. Al término de la charla, le di las gracias por ayudarme a descifrar el misterio acerca del mosquito que le picó a tres generaciones de políticos enteras, por no hablar de los magnates y aspirantes a tales que los financian.

Antes de compartirlo con ustedes, he de aclararles que mi colega tiene de chavista lo que quien escribe de magallanero. Es decir, nada. Podríamos clasificarlo como antichavista light, aunque quién sabe si mi amigo tendría esa misma actitud reflexiva y ponderada si, en lugar de una capital extranjera, hubiese pasado los últimos 20 meses en Caracas o cualquier otra ciudad bañada por las hondas hertzianas criollas. Quién sabe. Lo cierto es que él acudió a una metáfora, tal vez demasiado machista y, por tanto, sólo comprensible a cabalidad para alguien del género masculino que haya pasado por trance similar.

“Hermano, a la oposición le pasó en abril lo que a uno cuando logra llevar a una hermosa mujer hasta la cama, pero de pronto algo pasa en su cabeza, que obviamente tú no estás en condiciones de imaginarte, se levanta muy decidida y te dice tajante: ‘No, esto no está bien. Mejor llévame para mi casa’”.

Y continúa mi amigo: “Claro, tú insistes, y ella también en su no, hasta que final la llevas para su casa. Un besito y chao. Pero tú quedas picado. Cachondo, pues. No puedes apartar de tu mente la imagen de la chama allí, a punto de acceder a tus demandas, y puff, nada: te ocurre un 13 de abril. Desde ese momento no dejas de pensar en qué fue lo que hiciste mal durante aquel frustrante ensayo, para no repetirlo en el próximo intento. ¡Porque de cajón que habrá próximo intento! ¿O acaso tú te rindes tan fácilmente? La razón puede decirte lo que sea, pero el animal que llevas por dentro te empuja a la insistencia. Es alto el riesgo de que por andar cachondo cometas las peores estupideces, y terminen diciéndote que busques otro telecajero, que ese está definitivamente fuera de servicio para un tipo tan torpe, pero lo seguro es que volverás a intentarlo. ¿O no?”.

No sé a ustedes, pero a mí esa explicación me pareció bastante ajustada a nuestra pequeña historia reciente. No eran apremios nacionalistas, ímpetus democratizantes, pasiones por el servicio público, repentinas sensibilidades sociales. Todo este tiempo nuestros viejos y nuevos líderes salvadores de la democracia han estado frenéticos, excitados, cachondos (por el poder, obvio, al que volvieron a tener ahí acostadito) y por eso su fijación enfermiza, sus torpezas recurrentes, su impaciencia adolescente. Claro que no estamos hablando de un atenuante, pero al menos puede uno acercarse mejor a la comprensión de su extraña conducta.

Esperemos que no sean los dolores asociados a las frustraciones horizontales los que hayan llevado a algunos que apenas un año atrás insistían en un anticipado “vamos a contarnos” a exigirle al CNE, incluso por vía judicial, que postergue las elecciones regionales previstas para el mes de julio. ¿O es que olvidamos también que hasta hace nada nos vendían las elecciones de gobernadores y alcaldes como las más importantes, por ser éstos los funcionarios más cercanos a los problemas más inmediatos de la gente? Pero, bueno, son paradojas de las que siempre estará salpicada la política. Ojalá que esas elecciones y/o los revocatorios (si es que hay firmas suficientes para convocarlos) sirvan para aliviar los apremios obsesivos que tan costosos nos han salido


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Ernesto Villegas Poljak

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

 @VillegasPoljakE

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