Escribir sobre la impunidad en Venezuela, y ahora en el mundo, es una pérdida de tiempo. En el fondo todos queremos ser impunes, la impunidad es a los adultos, lo que un súper poder es a los niños. Lo grave de todo esto es la gravedad de la impunidad que se desea, que la hay de varios tipos, después de todo no podemos ir comparando a la señora que se roba la señal del cable, con los efectivos de la policía metropolitana que ajusticiaron gentes en las barriadas populares de Caracas, los días 12, 13 y 14 de abril de 2002, o con Nicolás Rivero, Henry Atencio, Richard Peñalver y Rafael Cabrices, recién liberados en la Corte de Apelaciones de Aragua, luego que esta considerara que no existen elementos de convicción para que sean juzgados por el delito de homicidio calificado en grado de frustración. Al final terminarán siendo responsables de porte ilícito de armas. Tampoco podemos comparar al denunciante de la señora que se roba el cable, con Mohamed Merhi, padre de una de las victimas del 11 de Abril de 2002. La señora de nuestro ejemplo acaricia ser impune de robarse la señal, los efectivos de la metropolitana y los cuatros de Llaguno, desean ser impunes de matar gentes. Si los jueces fueran invidentes, que lo son, dirían: lo de la señora es un anaglíptico, esto es, una impresión en relieve (muy sutil, el relieve) usada por los sin vista para leer. Y en cuanto a los machacantes de cartuchos (con y sin uniforme), balas y capuchas, dirían (los jueces invidentes que son invidentes): ¡Coño este es el Everest!
Pero no se crean, en un anaquel de Dios, aquel anaquel, el extraviado hasta el día del juicio final, que está muy lejos pero ya vendrá, reposan los expedientes de los autores y sus impunidades. Un libro bastante gordo y de varios tomos, todos queremos ser impunes por aquí.
El cambio de un gobierno por otro no supone el fin de la impunidad, prefigura el encumbramiento de otros impunes, y así... Luego, un liderazgo ético (amén de eficiente) no asoma narices, los que están con el gobierno, bien gracias, están con el gobierno, los de la oposición, mal gracias, pero con la esperanza de ser gobierno, para hacer lo mismo. Aun no tocamos fondo. No mientras nos conduzcamos como afiebrados.
Ah, la impunidad! Escribía yo que muchos políticos no atendían lo de la guerra, por que para cadáveres nuestros fines de semana, que más que parte de guerra, es una partitura de incompetencia en materia delictiva, cuando prendo Globovisión (que realmente no la prendí, ya lo estaba) y veo como entrevistado a Carlos Fermín (antiguo Secretario de Seguridad del Estado Carabobo), hablando, con propiedad claro, de cómo debe combatirse la criminalidad en Venezuela. Digo, bueno genio ¿por qué no lo hiciste en Carabobo? Pero si como entrevistadora tienes a Macki Arenas, que le preguntaba, en tono circunspecto: ¿Cuánto me dijiste que da dos más dos?, estamos burlados. Todo esto me lleva a la subespecie más promiscua de todas en cuanto a la impunidad se refiere, la impunidad oral. Esa que un día nos hace doctos deslenguados de cualquier doctrina, y al siguiente Yo no dije eso! Se me hace que una buena analogía, tan prolija al menos, es ser embustero. La impunidad bucal maúlla en variados cornetines, la de los políticos es la más corriente y, paradójicamente, la que más talento procura, después de todo esto de ofrecer hacer durante años, para luego no hacer, durante años también, implica un gran compromiso. Que Cesar Pérez Vivas y Antonio Ledezma hablen de impunidad, es un acto de impunidad.
De la impunidad internacional puedo escribir con propiedad: No se si Bin Laden, Saddam y Bush, paguen algún día por sus crímenes, o si la ONU seguirá teniendo alguna vigencia, si los negocios de la guerra dejarán dormir en paz a los que no los hicimos, pero tampoco dijimos nada, cosa que es como hacerlos. Tampoco se si los falsos pacifistas y los auténticos guerreristas amortizaran alguna vez sus culpas, no todas las veces, una sola vez.
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