Venezuela: El otro lado del río

Si vas navegando por el rió Orinoco, entre algodón, riberas, delfines bailando y pirañas saltando, encontrarás a Capuchino. Fundado hace un tiempo, nombrado por algún hombre de apellido “Capuchino” (y no el café con leche espumosa), este pequeño pueblo es la verdadera tierra olvidada. Casi cuatrocientos personas viven aquí, la mayoría nacidas y criadas en esta comunidad del río, sin carretera, sin calles, sin agua potable, solamente el amplio rió Orinoco que alimenta con su suculento pescado. La sombra de una escuela bolivariana – abandonada en construcción – se ve en la distancia del rió – algún contratista privada estafó al gobierno y nunca terminó el proyecto. La pequeña clínica médica esta cerrada con llave porque la enfermera – nunca hubo médico- se fue de vacaciones y nunca volvió. La luz se va y viene con el movimiento del rió y la única música se escucha de un equipo de sonido viejo, ochentoso, que utilizan para todas las celebraciones locales. Capuchino es la esencia de la miseria, la tierra de “los miserables” de Víctor Hugo.

Nosotros llegamos allí por casualidad. Tuve la fortuna de acompañar al Ministro de Agricultura y Tierras de Venezuela, Antonio Albarrán y su equipo, durante una inspección de la siembra de algodón y producción de pesca por el eje del rió Orinoco-Apure, donde los estados Bolívar, Guarico, Apure y Barinas se unen. Comenzamos en el pueblo pesquero de Cabruta, un punto estratégico que junta a los estados Bolívar y Guarico e inicia el camino de la “acuacultura” que domina la región. En Cabruta, descubrimos una planta de pesca abandonada desde hace siete años. Su desactivación se ha hecho difícil las vidas de los pescadores locales. Sin lugar local para procesar y congelar el pescado, los pescadores están forzados de vender sus productos en precios baratos o correr el riesgo de perder sus pescados al intenso calor del sol de Orinoco. Pero con el Ministro Albarrán, la revolución bolivariana llegó a Cabruta y el centro de producción pesquera, Alpesca, de pronto será reactivado por el gobierno, para ser manejado junto con las cooperativas locales, en los mejores intereses del pueblo. De pronto, Cabruta se convertirá de nuevo en una zona próspera del pescado, con precios justos y comercialización adecuada. Por lo menos así lo espera el pueblo.

Salimos de Cabruta en una pequeña lancha, operada por la Guardia Nacional, con la intención de inspeccionar las condiciones de la zona y fortalecer los rubros potenciales de algodón, ganadería y pesca en la región. Paramos espontáneamente en la orilla de una comunidad pequeña, apenas visible desde el brillante Orinoco. Las casas eran todas hechas de tierra, arena y barro. No había concreto, ni ladrillos, solamente barro, arena, agua y hombre. “Ranchos”, los llaman, algunos afortunados con techos de aluminio. En Capuchino, no hay colchones, solo hamacas, hechas con el sudor y labor de las mujeres del pueblo. Una niña chiquita, con el pelo descolorado por malnutrición, se escondió detrás de la puerta de un ranchito, y un hombre joven, José Orlando Blanco, nos miró detrás de una puerta metal cubierta con recortes de periódico, avergonzado de su cara que no nos quería mostrar. Su ojo derecho estaba inflamado, deformado desde nacimiento. Yo volví días después con el equipo, por orden del Ministro Albarrán, para transportar José Orlando a Caracas para recibir tratamiento médico dentro del marco de la Misión Milagro. De pronto, volverá a Capuchino con dos ojos perfectos en lugar de uno. Un gesto pequeño que cambiará la vida de ese muchacho para siempre. Esa es la esencia de la revolución de Chávez, la revolución bolivariana que ha captivado al mundo.

El rió Orinoco y sus pueblos nativos, como Capuchino, esta lleno de contradicciones. Continuamos navegando por este lado del rió al estado Apure, al pueblo pescadero de Arichuna, encontrando más almas olvidados, graves situaciones médicas, hospitales cerrados, escuelas en ruinas y ranchitos de barro podrido. Pero el espíritu de la gente de estos pueblos dignos se mantenía fuertes. “Estamos con Chávez”, la mayoría gritó, desde la profundidad de su miseria, “pero necesitamos ayuda, nos tienen olvidados.” Y es verdad. Lo vi con mis propios ojos. Estas tierras están siglos atrás. No hay agua potable, los sistemas de electrificación son inestables, no hay cobertura telecomunicacional, ni carreteras ni calles de asfalto – solamente el río que corre infinito.

El Ministro Albarrán me preguntó, después de tres días navegando por el río, parándonos en varios pueblos y comunidades, consultando la gente y viendo sus vidas miserables, “¿ahora que piensas?” Yo guardé mi derecho de responder en ese momento y mi respuesta vino días después.

Venezuela es un país de contradicciones. Una belleza inmensa abraza una miseria insoportable. Pescadores en extrema pobreza pescan pescado exótico que se exporta por todo el mundo como una delicia, saboreada por la elite, mientras los productores pobres y olvidados llenan los huecos de sus ranchitos con barro. “¿Qué piensas?” Creo que la revolución llegó tarde. “¿Qué piensas?” Pienso que la labor fuerte de este proceso de cambios nos toca ahora y hay que consolidar la revolución y llevarlo con profundidad. “¿Qué piensas?” Creo que los venezolanos son fuertes, determinados y duros, y me da un orgullo profundo tener su sangre corriendo dentro de mi, como el rió Orinoco. Pienso que mientras despertamos nuestra consciencia, nos abordaremos esta lancha que navega por el rió infinito, río de la esperanza, río de cambios, río que corre por el corazón de Venezuela, llevando la revolución a los olvidados, los miserables, los despreciables. Cuando volvemos de nuevo a tener la vista por los dos ojos, embarcaremos en la verdadera revolución que cambiará Venezuela, y el mundo, para siempre.

Eva Golinger es una abogada y escritora venezolana-estadounidense y la autora del libro “el Código Chávez: Descifrando la intervención de los Estados Unidos en Venezuela.”



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Eva Golinger


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