Ante los peligros nazifascistas del neoliberalismo y la globalización

Hacia una efectiva defensa de los Derechos Humanos

Los derechos humanos, de manera general, debemos entenderlos como innatos a todo ser humano e igualmente admitirlos, sin lugar a discusión alguna, como sagrados e inviolables, por lo que en todo tiempo y lugar debe ser una obligación militante de los pueblos impedir que se les mancille y se les degrade o que haya algún intento por hacerlo, así como auspiciar, exigir y vigilar que sean aplicadas las más severas penalidades a quien o quienes en ambos casos resulten ser sus promotores y ejecutores.

Es, precisamente, porque la mayoría de esos derechos, entre los cuales sobresale el derecho a la vida misma, han sido a través de la historia y lo siguen siendo aún en muchas latitudes, masacrados, para expresarlo en términos de una mayor claridad y contundencia, que las sociedades se han visto en la necesidad imperiosa de sancionar normas, reglas y leyes para garantizarlos. Pero como eso no ha sido suficiente, han tenido que recurrir a la institucionalización de la figura del Ombusdman o lo que más comúnmente se le conoce hoy en día como Defensor del Pueblo o Defensor de los Derechos Humanos, para que asuma la responsabilidad de constituirse en garante y defensor de esos derechos.

Se ha escrito mucho sobre los orígenes de esa figura que tiene sus primeros antecedentes por allá en el medioevo, pero no está en nuestro interés referirnos a esa historia, por demás interesante, porque nos parece de mayor prioridad abordar el tema hacia el objetivo de contribuir a encontrar estrategias que potencien hacia grados de una mayor presencia y efectividad en defensa de los derechos humanos, todo ese entramado y estructura jurídicos con que hoy en día cuentan muchos países del orbe, de forma tal que cada vez se haga mucho más difícil no solamente aceptar conductas o actuaciones dirigidas a violentarlos, sino que éstas ni por asomo se intenten imponer de forma solapada, así como a contrarrestar como fuere las decisiones inicuas a que nos tiene acostumbrados el organismo multilateral para el manejo del tema, como lo es la Comisión Internacional Sobre Derechos Humanos, la cual celebró en Ginebra, en meses recientes (abril/05), su 61 reunión anual con resultados injustos y cínicos.

Mientras dicha instancia internacional por un lado condenó al gobierno de Cuba por violar los derechos humanos de su pueblo, al sostener que acosa y persigue a un minúsculo grupo denominado los “disidentes”, magnificados en términos cuantitativos por el poder mediático internacional y que no son otra cosa que una minoría efectivamente ínfima de cipayos del imperialismo norteamericano financiados por la Oficina de Intereses que opera en la Habana y quienes adelantan tareas conspirativas y de desestabilización de la revolución, ni una sola palabra de molestia pronunció sobre la abominable conducta agresiva y criminal del gobierno de Bush en contra de los derechos humanos de centenares de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos que han sido y siguen siendo asesinados en las operaciones de guerra, primero contra Afganistán y luego contra Irak, donde no han cesado, sino que, por el contrario, las ha intensificado, así como los que han quedado inválidos de por vida y aquellos que fueron torturados en las cárceles de Abu Graib y en la base militar de Guantánamo, no obstante que esos hechos han sido ampliamente conocidos por la opinión pública mundial y que, por otra parte, el propio gobierno cubano había sometido a la consideración de ese cónclave internacional un proyecto de resolución para que se aprobara la constitución de una comisión especial que investigara en la referida base militar caribeña la situación de indefensión y de atropello físico y mental a que son sometidos los prisioneros que se encuentran allí raptados por el imperio, el cual fue denegado.

Es utópico imaginar, posiblemente, este espacio vital terrícola que nos cobija y que es el único que tenemos, libre de la miseria y la tragedia en que hoy en día más de un tercio de la población mundial vive por debajo de los niveles de pobreza extrema, es decir, al margen de todo sentido de racionalidad humana. Pero como alguien bien ha dicho por allí que hasta los momentos nadie ha podido impedir los sueños y menos aún que la imaginación vuele sin límite alguno, pues sería absurdo no pensar que hacia allá vamos con la seguridad de que no estamos equivocados.

No solamente es posible construir en torno al respeto de los derechos humanos otra sociedad, sino que eso hay que hacerlo ahora, pues los pueblos no esperan. Ya están perdiendo la paciencia a la velocidad de la luz... y como la mejor evidencia de que ya asoman por allí su indignación y rabia desatadas, tenemos los violentos sucesos generados por sectores populares pobres mayormente integrados por inmigrantes africanos y asiáticos, que han estado ocurriendo en Francia, extendidos ahora a algunos países vecinos como Bélgica y Alemania.

El impulso hacia una mayor presencia de la voluntad decretada en defensa de los derechos humanos, sólo será posible en la medida en que logremos que cada uno de los habitantes del planeta los conozcan en toda su amplísima gama, desde, como ya dijimos, el sagrado derecho a la vida misma, como el derecho de sonreír o asombrarse por aquello hermoso o por lo inaudito fabuloso o perverso e inaceptable, pasando, obviamente, por el derecho a la salud, al trabajo, a la alimentación, a la educación, a pensar política y religiosamente libre de ataduras, a ser respetado integralmente, a la libre circulación, a hablar con libertad plena, a ser informado con veracidad, equilibrio y de manera oportuna, a compartir y a ser solidario, entre otras decenas de derechos que pudiéramos relacionar. Como está registrado en el ámbito jurídico, nos referimos tanto a los calificados como derechos de primera y segunda generación (políticos, económicos y sociales), como a los de tercera generación, entre los que podemos mencionar, a título de ejemplo, el derecho al hábitat apropiado, a respirar aire puro, a transitar sin obstáculos, a que se gobierne con probidad y eficiencia y muchos otros que se nos haría interminable un intento por inventariarlos.

El logro de ese objetivo es posible por medio de una grandiosa cruzada mundial activa las 24 horas del día de todos los años que apunte a esa loable e impostergable tarea de dar a conocer, en una primera fase, los derechos humanos fundamentales, para ir progresivamente abarcándolos a todos, así como implementar las apropiadas estrategias para la defensa de los mismos en cada una de las instancias de organización de los pueblos por minúsculas que éstas pudieran parecernos, sean éstas públicas o privadas.
Es recomendable para el éxito del esfuerzo que demanda ese monumental operativo, que el mismo se mantenga bajo la rectoría del organismo que en cada país le ha sido atribuida la responsabilidad de la salvaguardia de esos derechos, dejando a buen cuidado la plena libertad de quienes se articulen en esa cruzada, de manera que puedan generar propuestas audaces que coadyuven a propulsar e incentivar cada día más y mejores mecanismos que garanticen, sin lugar a dudas, efectivos resultados en la defensa de esos derechos.

En nuestro país, donde se avanza dentro de un esquema político que tiene como objetivo fundamental darle poder a los pobres a través del protagonismo y la participación, tal y como lo estatuye la Constitución Bolivariana de 1.999, la cual dispone la creación de un estado social de derecho y de justicia plenas, esa cruzada debe iniciarse en el más corto plazo con la inestimable cooperación de la enorme cantidad de docentes a todos los niveles diseminados a lo largo y ancho de nuestra geografía, a cuyos efectos lo único que se requiere es instruir una primera avanzada de ellos que arranque con el proyecto, a la cual se le deberán incorporar nuevos docentes y así sucesivamente, de manera de garantizar óptimos resultados no más allá del mediano plazo.

Obviamente, sobre la marcha se revisarán los programas de estudio de manera de incorporarles el tema de los derechos humanos como materia sistemática y obligatoria en todos los niveles de la educación, incluyendo el de pregrado, así como crear los estudios de post grado en la especialidad, pues un profesional de ese tipo es esencial dentro de la estrategia de estructurar entramados que progresivamente vayan extendiéndose hacia todo el tejido social nacional, de manera de garantizarle a los ciudadanos de cada rincón del país las más absolutas garantías del respeto a los derechos humanos en todas sus posibles expresiones. Vendrían a constituir esos nuevos profesionales en formidables garantes de los derechos humanos, por ejemplo, en cada una de las múltiples entidades públicas y privadas prestadoras de servicios públicos, como las instituciones policiales y los centros de salud, entre muchos otros que se nos haría interminable un intento por relacionarlos en esta nota, así como puntales en la construcción de esa sociedad de iguales y de justicia que todos queremos.

La garantía a plenitud del respeto de los derechos humanos pasa porque, lo reiteramos, los pueblos los conozcan cabalmente en toda su muy amplia diversidad de expresiones o manifestaciones y, en segundo lugar, porque los gobiernos de los Estados, independientemente de su tamaño, de su desarrollo sociocultural y de sus tendencias y/o posiciones idiológicas, demuestren el día a día su voluntad inquebrantable de defenderlos y de no permitir que en sus espacios de influencia sean violentados.

Hay que actuar rápido y de manera eficaz. El neoliberalismo y la globalización son dos expresiones de dominio que resolvieron ejercer el poder del control mundial sin anteponer para ello garantía alguna para la defensa de los derechos humanos, sino, por el contrario, para vulnerarlos despiadadamente, como el mundo atónito vio las prácticas de torturas de las fuerzas invasoras en Irak y está ahora recibiendo la descarnada información de la existencia de cárceles secretas en la Europa del este y en el Asia administradas por la CIA, donde tienen secuestrados a miles de ciudadanos del mundo árabe y musulmán acusados de ser terroristas, sin acceso a nada ni a nadie y, lo que es peor aún, sin saber cuantos son y quienes, porque los pueblos afganos e iraquíes han denunciado de manera infructuosa, luego de iniciada la guerra, la desaparición de centenares de miles de sus familiares y amigos sobre cuales ni un rastro se tiene.

Los neoliberales y globalizadores no andan dubitativos pensando cómo deben doblegar el mundo todo o una buena parte. Han puesto en ejecución estrategias muy variadas para resguardar sus propias fronteras, sobre la base de multimillonarias campañas mediáticas que apuntan a generar la matriz de opinión de que el problema mayor de la humanidad no es la violación de los derechos humanos, sino que es la inseguridad y por ello, alegan, nos les queda otra opción que la ofensiva de guerra contra el “terrorismo”, como única garantía de “paz” y “felicidad”.

En aras de la seguridad de los Estados Unidos, lo han sostenido los propios voceros oficiales del gobierno de ese país, el respeto de los derechos humanos pasa a ser un asunto que pierde todo tipo de significado.

Les ha resultado difícil entender que la violación de los derechos humanos es el mayor y más efectivo abono para el cultivo de la rebeldía reflexiva, de donde surge, indefectiblemente, todo tipo de esfuerzos por parte de los pueblos para expresarse hasta por la vía violenta como única fórmula para cambiar el curso de sus historias hacia caminos que les garanticen dignidad y una vida posible dentro del marco de la justicia, de la equidad y de la autodeterminación.

La amenaza persistente a la paz universal por parte de la potencia del norte, máximo exponente y ductor de ese descarnado y terrorífico plan de dominio universal, con la excusa de su seguridad interior e internacional, no es otra cosa que una intolerable afrenta al derecho sagrado que tienen todos los pueblos del mundo a crecer en dignidad, libres de ataduras, sin temores y sobresaltos, bajo los más rigurosos parámetros de justicia, de igualdad y de solidaridad.

No olvidemos que la política de la seguridad hemisférica en nuestra América, impulsada por Washington el siglo pasado, no es muy distinta de la que ahora se ha empeñado en imponer contra el llamado “terrorismo” a escala planetaria. Esa política que le impuso a nuestros pueblos durante todo el siglo XX, hizo posible que brotaran como la mala hierba incontables dictaduras (Juan Vicente Gómez en Venezuela, Trujillo en República Dominicana, Castillo Armas en Guatemala, Anastasio Somoza en Nicaragua, Francois Duvallier I y II en Haití, Fulgencio Batista en Cuba, Alfredo Strossner en Paraguay, Juan María Bordaberry en Uruguay, José Rafael Videla en Argentina, Humberto Castello Branco en Brasil, Hugo Banzer en Bolivia y Augusto Pinochet en Chile, entre muchos otros), con la sospechosa casualidad de que ninguno de esos gobiernos de fuerza, causantes de incontables asesinatos, desapariciones y torturas de la mayor barbarie, además de que fueron ladrones de la peor calaña, jamás fue calificado por los gobiernos del norte como forajido y violador de los derechos humanos y muy por lo contrario, todos, sin excepción, contaron siempre con su aquiescencia y su absoluto apoyo. Sus jefes eran recibidos con el mayor boato en los salones protocolares de la Casa Blanca y la gran prensa, esa que se jacta de defender la libertad de expresión por órgano de ese organismo cupular que aglutina a los dueños de los medios impresos, llamado la SIP, jamás dejó de rendirles pleitesía y el mayor apoyo a sus iniquidades.

Hoy vemos, ciertamente sin ningún ápice de asombro, que bancos del norte le tenían (o le tienen) guardado bajo la mayor protección a Pinochet y a toda su familia, la bicoca de 25 millones de dólares...(!) ¿Recuerda alguien haber escuchado a vocero alguno de la Casa Blanca o del Pentágono expresarse en tono agresivo y amenazador de ese horrible tirano y de su gobierno, durante su largo mandato de 17 años, quien hasta en las propias calles de Washington ordenó asesinar con una potente bomba al excanciller chileno Orlando Lettelier, acto abominable ese en que también murió la ciudadana norteamericana Ronnie Moffit, quien era su secretaria?

Es una historia reciente la de esas tiranías, cuyos testimonios abundan y muchos, en la voz viva todavía humedecida por llantos que no cesan y en la palabra escrita en todos los gustos y estilos recogida en millares de revistas, periódicos, folletos y libros que pueden ser consultados en nuestras bibliotecas y hemerotecas.

Fortalezcamos con el mayor ímpetu y férrea voluntad el compromiso de construir una sociedad pletórica de justicia y de paz, en donde el respeto a los derechos humanos sea una realidad incontestable e inalterable, todo el tiempo.

oliverr@cantv.net


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Iván Oliver Rugeles


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