Poder popular para la suprema felicidad

Supremo es algo que no tiene un superior, lo sumo lo altísimo está relacionado con Dios y con el poder del pueblo, con su participación política, con su creatividad, constancia, conocimiento, lealtad y con su lucha para construir el realismo socialista.

La felicidad deja de ser una aspiración individual para convertirse en un objetivo de Estado, una gran responsabilidad para medir cuantitativamente ese intangible revolucionario que hay que volverlo materia prima para encausar los cambios.

Para Nicolás Maduro, para su gobierno y para el pueblo la suprema felicidad desde el vice ministerio es un concepto y será una práctica factible cuando el manejo irregular del patrimonio revolucionario y el peligro existente para lo que con tanto cuidado se logró pueda ser borrado con el codo.

Hay una ecuación de ira y desajuste, pueblo y economía ya no lo soporta nadie con todo el poder y en todos los espacios los hechos son implacables, imposibles para Venezuela, vinieron las asambleas de calle y el revivir de la oposición es innegable.

El chavismo no ha dejado de existir, en sus múltiples expresiones es parte de la vida del venezolano y venezolana pero está siendo exterminado paulatinamente por el ego desmedido de una gran mayoría de funcionarios en el partido, Buro, ejecutivo, Asamblea, alcaldías y gobernaciones con los oportunistas y contratistas en el poder.

La sociedad desea estar feliz pero no puede entusiasmarse con un futuro demasiado incierto por seguir anclados en el presente que solo busca por años la solución de los mismos problemas.

Entiendo que, para Nicolás estar feliz no es nada fácil desde el poder donde la percepción de saberlo todo domina con mucha frecuencia al gobernante que generalmente se rodea de cortesanos y cortesanas que no se animan a decirle que su gestión está equivocada, que es necesario reinventarse y reinventar la revolución desde la gestión del gobierno porque la particularidad de esta revolución radica en cómo gestionar mejor que antes los deberes, derechos y obligaciones del estado.

Tenemos una tarea que cumplir para alcanzar esa felicidad que nos permita estar en los primeros lugares del escalafón mundial. Hay una organización World Happiness Report encargada por la ONU para medir la felicidad, le asigno a Colombia el tercer lugar entre los países más felices del mundo.

La felicidad que buscamos debe ir más allá de la agradable sonrisa o de un levantarse de buen ánimo o de siempre tener fe en el gobierno, partido, estructuras que generan enfrentamientos que ahora tenemos que superar por la felicidad revolucionaria; cambios que esperamos serán lo que prometían ser, felicidad por esa revolución que todavía no ha traicionado nuestras esperanzas.

Sin embargo, el contraste entre esperanza y la realidad es frustrante si consideramos que una revolución es reconocida por su entusiasmo para crear un nuevo sistema habitado por gente nueva, seductora propuesta que debería aborrecer lo viejo en crisis y por sus injusticias lacerantes y crueles.

Imposible que haya felicidad mientras las injusticias crueles lejos de desaparecer visten de otra manera o mientras el conformismo, el temor, la sumisión o el silencio a la crítica sustituyan al fervor del cambio.

Este fervor no puede dar cabida a los serviles oportunistas, cobardes trabajando para un gobierno revolucionario, pero que, en realidad frenan el proceso Nicolás.

El crecimiento del burocratismo, inflación, violencia, corrupción sin freno, es una dictadura sobre el pueblo, masa que todavía no conquista sus derechos ni mejora sustancialmente su desarrollo, es una masa que carece de libertad para su participación, masa en donde el capital desmedido no deja de ilusionar, cultura donde la ignorancia abunda y no hay más que reconocer, lamentablemente, que esto no es lo que queríamos.

Estoy convencido que Maduro más allá de sus recuerdos de Chávez, al que ve a cada rato no soporta a los que le aplauden sin cesar aun cuando no sean adversarios; adversarios son los acaparadores, los monopolios, la oposición política, los violentos y los corruptos, no los críticos de Aporrea.

Sr. Presidente, Aporrea nos recuerda el valor de asumir una responsabilidad revolucionaria, tema necesario para meditar el conflicto entre la verdad y la lealtad a un partido cuestionado por decir algo, a un Buró sumiso y a una lealtad a los poderes locales mediocres que en muchos casos cruzaron la talanquera, eso es una traición a nosotros mismos a Chávez y al socialismo.

Entre la verdad y el partido no cabe duda no hay partido así como esta, que sea superior a la verdad revolucionaria, mi papel en este proceso entre otros consiste en criticar y cuestionar esas actitudes que evitan la suprema felicidad del pueblo.



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Raul Crespo


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