Turismo parlamentario

Es de noche. Hasta la orilla del río Orinoco parece llegarse el brillo de la luna bochinchera, como si animara a medio mundo bolivarense a salir de farra, de conquista o de quién sabe.

Muchos ojos brillan, mirando hacia el agua. En las barandas del malecón hay movida, grupos, sombras, parejas. Y el murmullo implacable de voces y ruidos de vehículos. Hasta al viento se le siente el silbido.

De pronto el ambiente se acalla un poco y los rostros parecen voltearse con cierta sorpresa. Hasta la luna ─se dirá─ parece opacar su brillo. Un novio por allá protesta la interrupción, debiendo dejar congelado en el aire un beso. En algo se quiebra la regularidad del tiempo.

─¡Coño, que fastidio con estos tipos! ─parece musitar la noche.

Una cofradía de opositores venezolanos ─derecha política─ había llegado de improviso a las playas, y ahora se pasea por las aceras generando barullo. Los guardaespaldas hacen su trabajo. Los transeúntes deben apartarse ante el paso parsimonioso de sus excelencias. Los trajes y vestidos de damas costosos intentan competir hasta con la misma luna, que ya había convencido a unos cuantos amantes a que le rindieran su acostumbrado tributo. Relojes, collares, botones, brillan no tanto como cocuyos, sino estrellas.

La comitiva se va por allá, apartando masas, mirando a derecha o izquierda, olfateando el viento con la nariz en alto, calibrando qué mejor hacer para aprovechar el viaje a la tierra del Discurso de Angostura. Después de casi obligar a medio gentío a rendirles su vieja y necesitada pleitesía, y después de arruinar montones de enamoradas parejas, finalmente, dobla a la derecha, allá a lo lejos, y se interna bajo los faroles de un elegante bar del bulevar.

─¿Y qué harán estos por aquí? ─pregunta un viejo de la plaza a otro.

─¿Coño, no lo sabes, viejo? ─exclama el segundo─. Son los diputados de la Asamblea Nacional, de oposición, que vienen a la sesión de mañana por la conmemoración del discurso de Angostura...

─Pero no asistirán ─interrumpe rápidamente un tercero─. Ya lo dijeron.

─¡Ah, sí, yo oí algo de eso... ─dice el primero─. ¿Pero que hacen, entonces, por aquí?

─¡Concho, viejo, ¿qué más?! ¡Vienen a gastar sus reales! No irán a la sesión, eso lo sabemos, pero, ¡mira!, ya calientan sus motores dentro del bar... Y te digo: si hay sesión, la miraran reunidos todos ante un pantalla plana de TV de más o menos 50 pulgadas, como saben ellos hacer sus cosas. ¡Y cómo se reirán con su sabotaje!

─Si, porque vienen es a eso, a burlarse…

─¡Y cómo hacen sus cosas, estos carajos! No van a la sesión, pero no pelan el chance para viajar, visitar lugares costosos y tomar caña. ¡Qué viva el güisqui, no joda!

Mientras los opositores están internados en el ambiente del selecto mesón, la noche, la luna, los ruidos, el agua, los amantes, el viento y los viandantes vuelven a su rutina.

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camero500@hotmail.com


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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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