Un punto de vista más

A los camaradas críticos de La Hojilla

Comentaba Salvador Allende sobre los resultados de unas encuestas que su gran preocupación era que el 84% de la población conocía y apoyaba el vaso de leche escolar que decretó el gobierno socialista a su cargo, pero que el 16% apenas conocía de la nacionalización del cobre, industria principal chilena. El hambre pasaba por encima de lo estratégico, que era a fin de cuentas de donde salían los recursos para el vaso escolar. En consecuencia, no era difícil deducir que lo ideológico gravitaba en sectores minoritarios y que la prioridad política de la revolución socialista pacífica en Chile giraba en torno a educar ideológicamente a las masas para que conocieran de los factores estratégicos que la apuntalarían.

Si Allende estaba preocupado por las fallas ideológicas que presentaban las clases populares en una sociedad de consumo dominada por una oligarquía con fuerte tendencia al fascismo, tendencia que entronizaría a Pinochet incluso hasta el día de su muerte, cuál no sería su enorme preocupación al entender que ese monstruo que dominaba los medios de comunicación, estaba decidido a, por lo menos, boicotear cualquier avance en la tarea de hacerle entender al pueblo que su única vía estaba en percibir que su salvación estaba en construir una nueva sociedad sin dar tregua a la clase dominante. Escribí bien: Sin dar tregua a la clase dominante. Pues si algo se demostró en el Chile de Salvador Allende, es que no hay posibilidad ninguna para cualquier revolución –pacífica o armada-, que enfrentar contundentemente al poder indiscutible del capitalismo en todas sus formas.

He leído con mucha atención todos los artículos que se han escrito de La Hojilla, los que expresaron apoyo al trabajo que hacemos, los críticos y los visceralmente críticos, pues en esta escala de artículos hay de todo: defensa del gremio, defensa de la forma y el fondo, conclusiones personales y análisis no muy alejados del ánimo que despierta la animadversión que existe en algunas individualidades por La Hojilla. Sin embargo, me preocupa que en casi la totalidad de esos artículos críticos persista la idea de evitar la confrontación que, así no se exprese, implica la negociación con los sectores de la izquierda moderada... o, en esencia, esa izquierda teórica que fue desplazada por la audacia de un Teniente Coronel que les pasó por la baranda y se atrevió a dar un paso al frente en eso de hacer revolución, ¡Ojo!, con todo y los errores cometidos. Pero, qué podemos decir, el librito aguanta todo y cabría hacer un ejercicio de imaginación, entregarles el poder para que apliquen las leyes del marxismo dogmático y sacar conclusiones en medio de esa calenturienta forma de debatir a punta de teorías mientras nos vamos equivocando en la praxis. Lo variopinto de estas conclusiones se extiende hasta el infinito, verdades versus verdades, y el pueblo va aprendiendo a punta de coñazos sin entender por qué se tecnifica tanto en el embrión cuando podemos teorizar desde las cavernas hasta desarrollar una fórmula que sea sensible a rectificaciones importantes.

Creo, en lo personal, que la animadversión hacia el moderador está mal fundamentada, pues se le da importancia al individuo y no a los resultados que se obtienen con el programa. Yo no soy nadie y, créanme, me preocupa igual que a ustedes la labor empírica que llevo a cabo en La Hojilla. Son cinco años saliendo al aire por instinto, tratando de aprender en tiempo real sobre las situaciones que nos presenta el enemigo y, lo admito, siendo reactivo cuando debería trascender a otros escenarios. Pero, sin el ánimo de ofender a quienes consideran que soy pedante, tengo como norte fundamental no negociar jamás mis principios ante el enemigo. Es decir, estoy convencido que Cisneros, Camero, Ravell, Granier y la caterva de lacayos que le acompañan no nos van a dar tregua jamás. Pensar que podemos alcanzar una sociedad conciliada entre explotados y explotadores es, sencillamente, una enorme y absoluta pendejada. La guerra está en proceso y quien no la quiera ver o esté apostando a evitar confrontaciones futuras, o es peligrosamente ingenuo o pretende creer que el fascismo no asesina a su enemigo cuando toma el poder. Peor aún, pienso que es una posición pequeño burguesa que nos lleva a proteger intereses personales.

Por otro lado, Melva o María Márquez igual que el Doctor Eliécer Hurtado, asumen posturas exclusivamente personales. Tildar a La Hojilla de terrorífica o retomar mi defensa a los camaradas internacionalistas cubanos y, encima, volcar sobre la crítica un balde de veneno, me lleva a desmerecer cualquier atención a su contenido. No puedo prestarle atención a quien utiliza la agresión gratuitamente o vive esperando a que se inicie un debate referente a La Hojilla para descalificarla. No puedo decir lo mismo de otros artículos que han sido duros, pero intensamente reflexivos, acaso originados por la preocupación lógica de camaradas que exigen más ideologización en el espacio que modero. Las transiciones son necesarias y eso no puedo negarlo, pero así como existen teorías interesantes para ejecutar nuevos contenidos, hay otras concepciones destinadas a valorar los contenidos sin sacrificar elementos que sirven de conexión con las masas. Los medios alternativos y quienes representan a esos medios alternativos, han sido la vanguardia de la comunicación y no se puede negar que le han hecho un daño tremendo a la oposición golpista. Esa valoración no puede pasarse por alto, ni siquiera por aquellos que defienden el gremio, la profesión o la consabida marca universitaria. Sin desmerecer a quienes tienen todo el derecho de defender los cinco años (mínimo) que estuvieron en la universidad para lograr el título de periodistas, creo que no han logrado alcanzar los objetivos que han logrado Jorge Amorín, Mango o Pedro Carvajalino, por no mencionar a otros camaradas que trabajan o trabajaron en Ávila TV.

El lenguaje, los chascarrillos y los lugares comunes también ha sido motivo de preocupación para algunos camaradas. Me pregunto para quién va dirigida La Hojilla y me llegan recuerdos de tortuosas reuniones teóricas que, invariablemente, terminaban cansando al común de los mortales. También me pregunto cuántos de los detractores del lenguaje llano se sentirán ofendidos por las digresiones del Comandante Chávez hacia su natal Barinas, los sobrenombres, la charla aparentemente superflua o puntualizaciones que llevan una carga agresiva para subrayar un tema. Y no se equivoquen pensando que me comparo con el Comandante Chávez, muy lejos estoy de hacer ese tipo de comparaciones. Pero, no se han puesto a pensar que hay mensajes que no necesariamente deben estar a la altura de quienes son eruditos, pensadores, analistas y que llevan una carga netamente popular para llamar la atención sobre cosas que están a simple vista para los que la entienden, pero no para quienes queremos que se involucren a las masas en la percepción de los mensajes perversos que lanzan aparentemente inofensivos los medios de comunicación. No es que seamos brutos, pero la gran mayoría de nuestro país no hemos tenido acceso a explicaciones elaboradas, de carácter técnico, y esta es una de las perversiones del capitalismo que se encargó de apartar a la gran masa obrera, campesina y pobre de este país de los estudios. Nos convirtieron en mano de obra barata y eso hay que superarlo. Por eso es tan importante que se debata sobre transiciones sin escupir para arriba.

Por último, las valoraciones son odiosas, sin embargo no es un tema que sea exclusivo de La Hojilla. Un ejemplo de ello es que cada artículo que sale publicado en Aporrea, está signado por alguna valoración –negativa o positiva-. Si se toman unos minutos para revisar dos o tres artículos publicados en Aporrea, podrán observar que la gran mayoría de las opiniones son opiniones personales, análisis personales, casi todos punitivos. Algunos con los que podamos estar de acuerdo y otros con los que estemos en desacuerdo, pero la gran mayoría son retóricas que pretenden corregir algo o a alguien. De igual manera, la intención de cada articulista –mala o buena-, está signada por la creencia que se tiene de poseer la verdad, sea porque creemos en la justicia, en la revolución o en ese interés personal que nos mueve a hacer señalamientos sobre cualquier tema. Un ejemplo de ello es que hay algunos articulistas que no creen en el Comandante Chávez y que existe la posibilidad de hacer la revolución de otra manera. Particularmente, respetando esas opiniones, no creo que esta revolución llegue a buen puerto sin la conducción del Comandante Chávez, pero lo interesante de esto es que esa valoración odiosa o no, puede ser compartida o rechazada, al final será la mayoría quien decida. En consecuencia, La Hojilla hace valoraciones que pueden ser aceptadas o rechazadas; queda de parte de los usuarios de VTV ejercer su función evaluadora. La Hojilla sigue dando de que hablar y eso es bueno, pues del debate enriquecedor salen las ideas que nos ayudarán a preservar esta trinchera.


mariosilva59@yahoo.com


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Mario Silva García

Comunicador social. Ex-miembro y caricaturista de Aporrea.org. Revolucionó el periodismo de opinión y denuncia contra la derecha con la publicación de su columna "La Hojilla" en Aporrea a partir de 2004, para luego llevarla a mayores audiencias y con nuevo empuje, a través de VTV con "La Hojilla en TV".

 mariosilvagarcia1959@gmail.com      @LaHojillaenTV

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