Je ne suis pas Charlie

“Todos somos Charlie», proclama Libération… Yo no… Rendir homenaje a las víctimas, por supuesto, pero no es alrededor de Charlie y sus ‘valores’ donde querría ver reunirse al pueblo francés… y rechacemos esta unión nacional que enmascara la intención real de los terroristas y las responsabilidades aplastantes de los dirigentes franceses en el odio suscitado por nuestro país

 

Loch Lomond, del Partido Comunista Francés

La oscuridad del mundo pesa como una carga dolorosa, extraña ¿Cómo no condenar el atentado contra Charlie Hebdo? Es brutal la cobardía, la malignidad de quienes se presentan en un lugar donde hay gente inerme, trabajando, y con toda ventaja y superioridad les atacan con armas letales, los asesinan, sin ni siquiera darles la oportunidad de defenderse o al menos de pedir clemencia.

            Pero quedarse en esta declaración de principios no es suficiente, no apunta a la raíz del problema. Y eso es lo que quieren los verdaderos culpables, los que han sembrado la semilla del odio y de la intolerancia desde hace tanto tiempo. Hay que ir al fondo del asunto, porque hay otras oscuridades quizás más terribles que la sombra que cubrió a Paris.

            Lo que vimos en Paris es un cuento de niños comparado con los horrores que ha producido el imperialismo en tantos países y en todas las épocas de su existencia. Faltarían infinitas páginas de prensa para que esos genocidios igualaran proporcionalmente el escándalo que ha generado la masacre de Charlie Hebdo. Pero los miles de muertos de Irak, de Libia, de Siria, de Afganistán, de Líbano, de Palestina, los lisiados, los mutilados, los huérfanos no son más que figurantes en una tragicomedia montada por los canallas sobre la viscosa razón del petróleo, para controlar territorios y poblaciones enteras. Todo ese horror lo justifican con cánticos por la democracia y los “derechos humanos”, con denuncias falaces sobre armas de destrucción masiva, con falsos argumentos urdidos en laboratorios y extendidos por medio de imprentas y cámaras.

            Hay mucha tela que cortar en el caso de Charlie Hebdo ¿Quiénes apretaron los gatillos? ¿No es sospechoso el Mosad? ¿Por qué se descarta a la CIA? Se dice que han eliminado a los culpables ¿quién puede asegurar que no son chivos expiatorios o asesinos a sueldo? También pueden ser fanáticos aislados, unos locos. Pero la insidia mediática apunta de una vez a los culpables de moda, a los islamitas, a los árabes, al “terrorismo” musulmás, con toda la carga de discriminación, de segregación, de exclusión, de odio, de racismo, que a fin de cuentas es lo que ha creado al monstruo que segó doce vidas en la sede de un semanario parisino, sin importar quien realmente haya sido el ejecutante material.

            El odio que envuelve la tragedia de Charlie Hebdo huele a drones, a misil israelí, a bombardeo, a invasión, a mierda gringa defecada en los desiertos invadidos, a orine yanqui bañando el rostro de los prisioneros, a torturas en Guantánamo, a cárceles secretas en Europa del este, a calles de Bagdad inundadas de sangre. La misma inquina, las mismas mentiras, el mismo enemigo, los mismos escenarios virtuales, el mismo autor. Los asesinos de París no hablan árabe, hablan inglés (y eventualmente francés). Esa es la verdad verdadera que se le socapa al mundo. Solo en ese sentido podemos decir que todos somos Charlie: todos somos víctimas del mismo victimario.

            En ese contexto, se hace notable la ola de islamofobia que recorre a Europa. Los movimientos islamófobos son cada vez más visibles, y la opinión pública del viejo continente ha puesto recientemente su foco en las manifestaciones de tinte xenófobo que han llenado las calles de varias ciudades alemanas. Sus organizadores son conocidos como “Patriotas europeos contra la islamización de Occidente” (Pegida), surgidos en la ciudad alemana de Dresde, extendidos por toda Alemania y que ya cuentan con filiales en países como Noruega y simpatizantes entre organizaciones de ultraderecha que proliferan en aquel continente.

            “Somos conscientes de que el clima social en Alemania se ha enrarecido”, declaraba el titular del Interior alemán, Thomas de Maiziere, en vista de la capacidad de concentración de movimientos como “Pegida” y “Hooligans contra salafistas” (“HoGeSa”).

            En Alemania se reconoce abiertamente que el fenómeno de la xenofobia va en aumento y se nutre del miedo de muchos ciudadanos, agobiados por la crisis,  que creen que los inmigrantes acabarán con su cultura y lo que queda del malogrado “estado de bienestar”.

            Inclusive, un conocido escritor francés, Michel Houellebecq, ha escrito una novela donde plantea la posible llegada de un gobierno islamista a Francia en 2022, apoyado por los miles de musulmanes que viven en el país.

Al mismo tiempo, numerosas formaciones de ultraderecha aparecidas en Europa en los últimos años tratan de acercarse a estos movimientos xenófobos, lo que complica la situación política de un continente que se siente blanco del “terrorismo islámico radical” desde hace años. Así se alimenta el odio. Son vientos sembrados desde hace tiempo y que hoy cosechan estas tempestades.

 



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Néstor Francia


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