La crisis financiera desencadenada en el verano del 2007 fue tomando impulso y un año después se terminó convirtiendo en la crisis más profunda padecida por el capitalismo después de 1929. La quiebra de instituciones financieras iniciada en EE.UU. llevó primero a una actitud dubitativa del gobierno Bush que, como campeón del neoliberalismo, se resistía a una intervención directa y definitiva del Estado sobre la amplia discrecionalidad con la cual ha venido actuando el mercado en los últimos decenios, percibiendo que se trataba, en lo ideológico y en lo político, de la ruina de todo el prepotente discurso neoliberal sostenido durante tres décadas. Sin embargo, tras la reacción de los mercados a la quiebra del Lehman Brothers se impuso rápidamente la intervención estatal para intentar paliar el desastre producido por la política de desregulación de los mercados financieros. A las millonarias ayudas americanas la siguieron las europeas, donde se avanzaban en las medidas de intervencionismo estatal, nacionalizaciones encubiertas de bancos, intervención coordinada de los principales bancos centrales del mundo en la rebaja de intereses, reuniones en la cumbre de las principales potencias capitalistas para coordinar las intervenciones y las respuestas, para terminar, por el momento, con la propuesta de refundar el capitalismo para que siga sobreviviendo, encabezada por el presidente Sarkozy, que aparece como el abanderado de una mezcla política de neokeynesianismo, proteccionismo y nacionalismo que se enfrenta a la otra versión, en retirada ahora, del capitalismo neoliberal.
Junto a la vorágine de los acontecimientos del mes de septiembre y octubre también se producían ingentes cantidades de análisis sobre la propia crisis financiera, sus repercusiones futuras, las posibles salidas, las críticas de los excesos neoliberales o las reformulaciones capitalistas. El futuro estaba abierto y se desmentía, una vez más, aquella patraña tan difundida y elogiada por los neoliberales del “fin de la historia” de Fukoyama.
Se pueden encontrar múltiples análisis desde la izquierda que inciden en el aspecto del fracaso del neoliberalismo, después de tantos años combatiendo tanto su filosofía como los estragos que había venido produciendo en el mundo. Ya es más difícil encontrar no ya una alternativa posible al capitalismo en la actualidad, sino simplemente un programa de acción capaz de permitir avances estratégicos de la izquierda aprovechando este grave fracaso del capitalismo al inicio del siglo XXI. Entre las muchas frases ingeniosas utilizadas para describir esta coyuntura ha habido una que se ha referido a que la crisis actual vendría a representar lo que la caída del muro de Berlín supuso para el socialismo real. Nada más lejos de la realidad desgraciadamente.
Se ha evocado también de forma reiterada la similitud en la gravedad de la crisis actual con la acaecida en 1929. ¿Se puede hacer una comparación también de la situación de la izquierda en ambos momentos? ¿Nos puede aportar este estudio alguna indicación de la situación de los proyectos que buscan la superación del capitalismo? ¿Obtendremos a partir de estas conclusiones alguna pista de cual pueda ser la orientación que pueden derivarse de la actual crisis?. Las siguientes líneas intentarán ser una aproximación en este sentido. Los datos aportados intentarán ser lo más objetivos y fiables posibles, las conclusiones son siempre más abiertas a la predicción, su valor siempre será muy relativo.
La situación de la izquierda en el momento de la Gran Depresión de los años 30
A finales de octubre de 1929 se desencadena en los EE.UU. una virulenta crisis económica y financiera que en los tres años posteriores se va a extender por Europa y el Extremo Oriente. En el viejo continente la intensidad del impacto es provocada por la enorme inversión que los capitales americanos venían realizando desde 1919 y que al repatriarse rápidamente provocan una fuerte contracción del crédito. La onda de choque en Europa se inicia en Alemania, impacta luego en Gran Bretaña, que decide abandonar el patrón oro y, de ahí, la onda propaga sus efectos a la estructura financiera de numerosos países de Europa y América Latina.
Los efectos fueron desastrosos y dramáticos, se derrumbaron los precios, la producción industrial y el comercio exterior, a la vez que se disparó el endeudamiento y el desempleo. Se extendió la sensación de que existía la posibilidad de derrumbe del orden social y económico dominante.
Las reacciones se sucedieron en cadena en los distintos niveles de la vida política y económica. Se exacerbaron las tendencias nacionalistas y proteccionistas con aumento de los derechos arancelarios y devaluaciones monetarias, y se pusieron en marcha experiencias de economías dirigidas impensables hasta ese momento como en New Deal en 1933 en EE.UU., al que le sigue Francia de manera análoga en 1936, o Gran Bretaña que renuncia a su política de libre cambio por un sistema de preferencia imperial. Alemania e Italia, situadas en un plano político totalmente distinto, se orientaron, a partir de 1934, hacia un régimen de autarquía económica. La consecuencia es un declive de las relaciones económicas internacionales, con un descenso del 60% del comercio internacional entre 1929-33. Como consecuencia del impacto de esta gran depresión el liberalismo económico va a desaparecer de la escena por un espacio de medio siglo.
En junio de 1933 tuvo lugar una conferencia económica internacional para buscar soluciones a la grave situación del capitalismo, su fracaso impulsó a los EE.UU. a intensificar las medidas de aislamiento económico.
En opinión de Jacques Gouverneur, “La crisis de 1929-30 constituye una crisis coyuntural típica del crecimiento clásico prevaleciente antes de la segunda guerra mundial (...) Sin embargo, el ciclo coyuntural que culmina en 1929 difiere de la mayoría de los ciclos previos en cuanto a la duración e intensidad de las fases de expansión y recesión (...) La extensión y profundidad de esta recesión permiten calificar a la crisis de 1929-30 no sólo como una crisis cíclica, sino también como una crisis estructural (...) una recesión severa, de la magnitud de la de los años treinta, implicaba una dilapidación económica y un costo social tan altos que ya no era políticamente aceptable. Era necesario otro tipo de crecimiento.”1
Las repercusiones se hicieron sentir necesariamente en el plano político, de un lado las tendencias autárquicas condujeron a una reivindicación del espacio vital y a una contracción de las instituciones liberales y democráticas, el caso más dramático por sus consecuencias futuras fue el de la llegada al poder de Hitler en enero de 1933. La Sociedad de Naciones se debilitó.
Hobsbawm2 analiza las razones económicas que llevaron a la crisis de 1929. En primer lugar cita el enorme y creciente desequilibrio en la economía internacional fruto de la asimetría creada entre el nivel de desarrollo de los EE.UU. y el resto del mundo, la autonomía económica norteamericana respecto del resto del mundo le hizo desentenderse de la función estabilizadora de la economía mundial. En segundo lugar cita a “la incapacidad de la economía mundial para generar una demanda suficiente que pudiera sustentar una expansión duradera”. La crisis tuvo un impacto más intenso en los EE.UU. porque allí “se había intentado reforzar la demanda mediante una gran expansión del crédito a los consumidores (...) Los bancos, afectados ya por la euforia inmobiliaria especulativa (...) había alcanzado su cenit algunos años antes del gran crac, y abrumados por deudas incobrables, se negaron a conceder nuevos créditos y a refinanciar los existentes. Sin embargo eso no impidió que quebraran por millares”.
A pesar de una cierta recuperación en algunos países, la economía mundial en su conjunto permaneció sumergida en la depresión.
En cuanto al impacto político de la gran depresión, Hobswaum es claro, en Japón y Europa se produjo un claro giro a la derecha con la excepción de Suecia y España, pero, sobretodo, resalta que la consecuencia más importante y siniestra fue el triunfo en Japón y Alemania de “un régimen nacionalista, belicista y agresivo”, situación que abriría la puerta a la segunda guerra mundial. Solo en América Latina los cambios de gobierno provocados por la crisis tuvieron un balance global a favor de la izquierda.
El carácter de crisis civilizatoria con la que se presentaba la depresión iniciada en 1929 se constata en que sobre las ruinas del liberalismo clásico anterior aparecían como alternativas plausibles un modelo de capitalismo reformado e intervencionista que daría lugar a las políticas keynesianas de la posguerra y dos modelos totalmente diferentes, el comunismo y el fascismo.
Frente a la grave situación que atravesaba el mundo capitalista como consecuencia de la depresión desatada con el crack de 1929, el único país que había conseguido realizar una revolución exitosa hasta el momento, la Unión Soviética, se mostraba inmune a sus consecuencias, aplicando los planes quinquenales que la llevaban por la senda de una industrialización acelerada.
La gran depresión en que se había sumido el mundo capitalista en buena lógica debería ser una oportunidad especial para las fuerzas transformadoras de la izquierda, concentradas en esos momentos alrededor de la Internacional Comunista y sus secciones, pero el efecto fue justamente el contrario. La política suicida de la Internacional había llevado al conjunto del movimiento comunista a una situación de impotencia. El hasta hace poco poderoso PCA había sucumbido a manos de Hitler y en Italia gobernaba Mussolini. Solo quedaba un PC potente en Europa, el de Francia.
¿Qué había ocurrido entre el triunfo de la revolución rusa y el desencadenamiento de la gran depresión de los años 30 que situaba a la izquierda revolucionaria en esa situación de impotencia para aprovechar la más grave crisis sufrida por el capitalismo hasta ese momento?
A nivel interno de la Unión Soviética, y sus repercusiones en todo el movimiento comunista, el núcleo dirigente originario se había escindido en medio de una lucha fratricida en la que Stalin como vencedor interno aplicó sangrientas purgas contra los revolucionarios no sumisos a su línea política.
A nivel internacional la ola revolucionaria que siguió inmediatamente a la victoria bolchevique en Rusia fue derrotada en sus diversas manifestaciones en Europa (Alemania, Italia, Austria, Hungría o Baviera). En el lenguaje empleado por la IC, tras la revolución rusa se habían sucedido diversos períodos; el primero se correspondía con el de los intentos revolucionarios fracasados que se iniciaron en 1917; el segundo con la relativa estabilidad conseguida por el capitalismo después de la derrota de la revolución alemana de 1923 y que se extendería hasta 1928; el tercer período correspondería al hundimiento definitivo del capitalismo y vendría a coincidir con el inicio de la gran crisis del 29. Pero hay que recordar dos aspectos importantes que acompañaban a esta última definición, de un lado la consolidación de la doctrina del socialismo en un solo país, y de otro la descalificación de la socialdemocracia como socialfascista, a la que se señalaba como principal enemigo. Se buscaba, así, alejar las influencias reformistas, reforzar la disciplina y prepararse para recoger los frutos de la quiebra definitiva del capitalismo mediante una política sectaria que logró justamente lo contrario del objetivo buscado.
La errática trayectoria de la IC bajo la orientación de la dirección stalinista que se tradujo, a su vez, en violentas oscilaciones en los partidos comunistas recién creados debido a la lucha por su control interno, está, a juicio de la inmensa mayoría de los estudiosos del período, en el origen del desastre de la izquierda en Alemania, que permitió el ascenso al poder de Hitler sin resistencia por parte de la clase obrera, y, también, en la situación de enorme debilidad del conjunto de las fuerzas revolucionarias en el momento en que el capitalismo se asomaba al abismo. El resultado, se conoce perfectamente, se tradujo en un nuevo giro de la IC en su VII Congreso de 1935 con la consigna de los Frentes Populares para hacer frente al ascenso fascista.
En el período que trascurre entre el inicio de la gran depresión y la II Guerra Mundial se produce un gran acontecimiento revolucionario, el originado por la guerra civil en España, pero, a pesar de la enorme simpatía y apoyo generado entre la izquierda internacional, se trató de un hecho aislado, donde, además, la izquierda estaba profundamente dividida y las fuerzas más genuinamente revolucionarias terminaron enfrentándose abiertamente con un partido comunista inicialmente insignificante y al que acusaronn de contrarrevolucionario. Claudín sintetiza en un epígrafe de su obra la posición de Moscú frente a los acontecimientos en España: “La revolución inoportuna (España 1936-39)”.3
El panorama de la izquierda en el período de 1929-39, cuando la gravísima crisis que afectaba al capitalismo parecía ofrecer claras oportunidades a las fuerzas socialistas transformadoras, podemos sintetizarlo como sigue: Ascenso fascista y retroceso del movimiento obrero en Alemania, Austria, Italia y Europa oriental. Retroceso del movimiento socialista en los países capitalistas occidentales en los que se mantiene el sistema democrático. En China se produce una recuperación del desastre comunista de 1927, basándose ahora en el movimiento campesino. Extensión de las dictaduras en América Latina, con declive de la influencia anarcosindicalista y socialdemócrata, pero con dificultades para la implantación de los partidos comunistas. Se puede concluir, entonces, que se asiste un retroceso mundial de la causa socialista que favorece la supervivencia del capitalismo en un momento en que su descrédito era total.
Solo tras la terrible experiencia de la segunda guerra mundial, con sus secuelas de sufrimiento, destrucción y muerte, va a producirse una expansión de la causa socialista, especialmente bajo el peso del modelo soviético, a través de las victorias del ejército rojo en Europa oriental, las victorias autónomas de los comunistas en Yugoslavia y China y los procesos derivados de la descolonización. Pero también el capitalismo sale reforzado - aunque su área de influencia se viese ampliamente cercenada con la pérdida de un enorme espacio geográfico - con la consolidación definitiva de la nueva potencia ascendente, los EE.UU, y la recuperación basada en el modelo keynesiano. Después vendrán los treinta años gloriosos del capitalismo y sus crisis posteriores, y el derrumbe del socialismo real. Pero no son estos acontecimientos el objeto de nuestra atención ahora.
Si se considera la tragedia de la segunda guerra mundial como un acontecimiento en gran parte originado en las consecuencias de la gran crisis económica de entreguerras, entonces se puede sostener que se asiste a un enfrentamiento entre los tres sistemas que se disputan el futuro abierto por la crisis civilizatoria del momento: el capitalismo liberal, gravemente debilitado y desprestigiado; el comunismo soviético, fortalecido económicamente en la URSS, debilitado internacionalmente por graves derrotas, y en abierta deriva totalitaria del stalinismo; y el totalitarismo nazi-fascista, con una extensión rápida de su influencia internacional y un impresionante ascenso de su poderío militar.
El resultado inmediato es la derrota del nazi-fascismo mediante una alianza coyuntural de la URSS y las democracias liberales dando lugar a una división del mundo entre dos sistemas caracterizados, uno por un reverdecer del capitalismo refundado sobre bases keynesianas en lo económico y democrático-liberales en lo político; y el otro por una consolidación del stalinismo con la extensión de su área de influencia, dejando de ser la URSS una potencia aislada. Cuarenta y cinco años más tarde el capitalismo demo-liberal, que parecía haber llegado a su fin en la década de los 30, volvía a imponerse en todo el mundo sin que ninguna alternativa viable le pudiese amenazar mínimamente. Era el espejismo del “fin de la historia”.
sanchezroje@yahoo.es