Aparta un instante de tu vida para que puedas contemplar el lugar donde el sol proyecta en cada tarde sobre ciclópeas montañas sus tentáculos moribundos. Un lugar, donde enhiestos y alegres frailejones se desposan con libélulas seductoras reflejando sus amorosas cuitas en las aguas de lagunas milenarias.
Un lugar donde se tiene la dicha del goce eterno porque la muerte solo es un sueño maravilloso del que se emerge a cada instante.
La Grita, una ciudad del Estado Táchira es ese lugar. El mismo que vio nacer a un revolucionario llamado Gamaliel. Ese hombre que desde muy pequeño entre arados y rastrojos soñaba con lápices y escuelas que le permitieran adentrarse en el mundo del conocimiento y convertirse en una persona útil a sus semejantes.
Un buen día, en que ayudaba a su padre y a sus hermanos en las labores agrícolas, Gamaliel con una osadía firme pero respetuosa, le dijo al viejo que esas manos ávidas de saber no habían venido al mundo para sembrar papas sino para agarrar un libro y estudiar y que por lo tanto, él debería ir a una escuela y dejar el trabajo de la finca. Ante semejante proposición encontró como respuesta: “ Así es la vaina. Ya que tus manos no se hicieron para cultivar la tierra. Te vas de la casa”. Desde ese momento y a una edad temprana Gamaliel partió de su hogar a recorrer el mundo en solitario. A enfrentarse con un medio adverso y hostil que no pudo amilanar la férrea voluntad de un hombre dispuesto a lograr sus metas. Un hombre, que pese a los innumerables contratiempos y dificultades, luego de que aprendió a leer, pudo inscribirse en la ULV (Universidad de la Vida) donde en forma autodidacta y cursando cátedras de trancazos, sinsabores, hambrunas, privaciones Pero sobre todo las de la terquedad, constancia, ingenio, superación y humildad logró obtener suma cum todum el título de médico empírico que le permitió en adelante auscultar y curar con sapiencia el cuerpo y el alma de miles de personas que acudían a ese consultorio en el que convirtió su casa de habitación.
Daba gusto oír a Gamaliel hablar de anatomía y de homeopatía. Era tan bueno en lo que hacia que sus colegas le miraban con sorna porque las farmacias hacían su agosto con las recetas que elaboraba Gamaliel.
Miles de personas, sobre todo los miserables fueron atendidos por este personaje. Miserables que por su condición fueron objeto de un miramiento especial y a los que no les cobraba un céntimo por consulta, dándoles los fármacos gratis cuando fuera necesario.
Si el todopoderoso cancela las deudas de lo menesterosos, por culpa de Gamaliel las arcas del cielo deben estar vacías, pues en este mundo terrenal fueron infinitos los “dios se los pague” que recibió por sus servicios.
Un hombre que sin respingos, dejaba a un lado la cobija en madrugadas para acudir al llamado de enfermos.
Todos los oficios habidos y por haber los desempeñó Gamaliel. Jamás los de ladrón, truhán, adulador, corrupto, traidor. Actividades que hoy practican muchos seudo revolucionarios que ayer vivieron a expensas de gobiernos adecos y copeyanos y que por obra y gracia de Carlos Marx hoy son revolucionarios de lengua pero que en la práctica emulan o tratan de seguir el modus vivendi de un Donald Trump.
Si ser revolucionario es ser creativo y alcanzar la gloria para compartirla con los demás. Si ser revolucionario es vivir humildemente y ser capaz de hacer de su casa un lar donde tengan cobijo los desposeídos. Si ser revolucionario es ser humano, entonces Gamaliel fue todo un revolucionario.
Aun se recuerda los tiempos en que tocaba el bombardino en la orquesta municipal y donde presa de un atroz reumatismo que le aquejaba se quedaba rezagado, tendido en la mitad de la calle. Pasada la crisis, continuaba sin que de su garganta saliese un: “ya no puedo” un “hasta aquí llego”.
Tal vez este señor no ha tenido grandes reconocimientos, ni en su honor se han levantado grandes efigies. No hacen falta. Ese hombre jamás pensó en retribución alguna. Lo que hizo y le dio a sus semejantes lo hizo con desprendimiento y todo el amor del mundo. Sin exigir a cambio un lugar descollante en la historia. Sin pretender que su vida se reflejara en tratados o en páginas de Internet. La existencia de los hombres tiene importancia y justificación por la grandeza de sus actos, dirigidos a encontrar el bienestar de los demás no importa que pasen desapercibidos ni que sean objeto de alabanzas.
He traído a colación una sencilla y modesta semblanza de Gamaliel, porque considero que hoy en día el ejercicio de la medicina se ha convertido para muchos médicos en una actividad en suma lucrativa y donde la condición humana del paciente importa un bledo y lo fundamental es auscultar en primera instancia las faltriqueras del paciente.
Soy de los que piensan que la salud es un bien que debe ser garantizado por el estado y que por ningún motivo debe dejársele al arbitrio y conducción de entes privados y de galenos mercantilistas.
El estado debe propiciar la creación de centros de salud especializados. Personal altamente capacitado bien remunerado pero sobre todo humanizado que en su diagnóstico miren primero con ojo clínico el dolor social y humano del enfermo.
Sé de una clínica donde un médico, al no encontrar ninguna dolencia que ameritara la hospitalización de un paciente, le dijo al mismo que podía marcharse. Al tener conocimiento del caso el dueño del negocio amonestó al facultativo y lo despidió sin ningún miramiento. Argumentando, que en su clínica todo paciente que entrara tenia que pagar y que si no presentaba ninguna patología que justificara su estadía en la clínica había que creársela.
Clínicas de explotación donde luego de que le exprimen a los pacientes el dinero que tienen por la vía de los Seguros para su atención medica, les expulsan con la misma enfermedad con la que ingresaron.
Casos deplorables, como aquel que aconteció frente a un centro médico de una universidad donde frente al mismo ocurrió un accidente de tránsito con una mujer lesionada y en donde se negaron a prestarle los primeros auxilios porque allí sólo atendían “casos universitarios“.
Un médico que solo concibe al enfermo como a una máquina a la que hay que reparar cuando está dañada. Que no se inmuta ante el dolor ajeno. Que no sufre con el que sufre. Que no ríe con el que ríe. Que ausculta primero el bolsillo y luego la enfermedad. Que no es capaz de atender con amor a al paciente menesteroso. Ese no es ningún médico. Ese es un parásito con mente capitalista que no tiene cabida en una sociedad igualitaria y humanizada.
Y como tengo la firme convicción de que Gamaliel estará leyendo esta página de Aporrea, vaya para él mi admiración eterna y el agradecimiento sincero; porque demostró que un oficio, una profesión cualquiera y sobre todo la que se refiere a la salud del hombre, sólo es importante cuando sus alcances y logros están dirigidos al bienestar colectivo, sin trabas ni condicionamientos.
pajuarillo@yahoo.com