El fascismo como categoría histórica

En una hora como la actual, las fuerzas progresistas de la región deberían reflexionar en torno a lo que Mao planteara en 1926, cuando sostenía que "la razón básica por la cual todas las previas luchas revolucionarias libradas en China habían logrado tan pocos resultados fue su fracaso en aliarse con los verdaderos amigos para atacar a los verdaderos enemigos". La identificación inexacta de la naturaleza de los regímenes militares en América Latina conlleva fatalmente a la incapacidad para discriminar aliados de adversarios. La necesidad de su rigurosa caracterización no se funda, por esto mismo, en un mero prurito academicista, sino en una exigencia impuesta por la coyuntura política vigente.

El fascismo ha sido, juntamente con el bonapartismo y la dictadura militar, una de las formas "clásicas" del Estado capitalista de excepción. Su especificidad, empero, no se deriva de la súbita aparición en la escena política de partidos o movimientos de tipo fascista, sino de la profunda reorganización que impuso al conjunto de los aparatos estatales y al régimen político la resolución de la crisis hegemónica de la burguesía. Así como la aparición de un líder carismático o providencial no explica el surgimiento del bonapartismo, la emergencia de grupos fascistas o fascistizantes tampoco explica la formación del Estado fascista.

No fue Luis Bonaparte quien produjo el bonapartismo en Francia sino la coyuntura concreta de la lucha de clases, caracterizada por un equilibrio catastrófico de fuerzas sociales, la que provocó la bancarrota de la república parlamentaria. Mussolini y sus milicias fascistas precipitaron la crisis del Estado liberal en Italia, pero las causas profundas de su colapso deben buscarse en la ineptitud de la burguesía para estabilizar su dominación en el marco de las frágiles instituciones de la democracia capitalista italiana y de cuya endeblez únicamente aquélla es culpable y en la impotencia del proletariado para "tomar al cielo por asalto" consumando la revolución socialista en el "bienio rojo".

En resumidas cuentas: la caracterización de un Estado no puede hacerse, al menos desde una perspectiva teórica marxista, a partir de los atributos de los líderes políticos o de los grupos o partidos que se mueven en la escena política. Es casi seguro que la mayoría de la "clase política" de los regímenes militares del Cono Sur sea fascista; es también evidente que existen grupos organizados que responden a esa ideología y que se encuentren firmemente adheridos al aparato del Estado. Sin embargo, a la hora de identificar esos gobiernos como formas del Estado capitalista tales características son secundarias y se hallan teóricamente subordinadas a los fundamentos estructurales sobre los cuales descansa la metamorfosis autoritaria del Estado: los requerimientos del modo de producción capitalista en una fase específica de su desarrollo y la lucha de clases, es decir, el carácter de su crisis política.

En algunos países latinoamericanos y qué deberíamos decir de ciertos países europeos y de los Estados Unidos, es indudable que una fracción importante del personal político que ocupa las "alturas" del aparato estatal es reaccionaria y fascista, pero eso no basta para caracterizar integralmente la naturaleza del Estado en el que esos grupos se encuentran incrustados. Puede haber grupos fascistas o "fascistizantes" en el seno de la propia clase reinante sin que pueda hablarse rigurosamente, se entiende de Estado fascista. Para esto es necesario ahondar el análisis y buscar los determinantes fundamentales allí donde estos se encuentran.

En este punto de nuestro razonamiento no podemos evitar el sugerir una correspondencia entre la suerte corrida por la categoría de "fascismo" y la que, a través de su prolongada historia, le tocó a la de "capitalismo". Con respecto a este último es de todos sabido que su empleo, inclusive en manos de economistas autoproclamados "marxistas", no siempre se ajustó a las rigurosas exigencias teóricas del concepto. En el terreno de la ciencia política, por otra parte, la confusión y el mal uso de la categoría "fascismo" tenía que ser más grave dado el parco desarrollo de la teoría política marxista. Lo cierto es que la propia categoría de capitalismo no escapó a esa deformación formalista, sobre todo cuando algunos investigadores creyeron que bastaba que una excavación arqueológica encontrase una moneda para "descubrir" la existencia de una economía capitalista.

Ya Marx había criticado y ridiculizado a los que hablan de la existencia de capital en la antigüedad clásica, y de capitalistas romanos o griegos. Si la expresión capital fuese aplicable a la antigüedad clásica, entonces las hordas nómadas, con sus rebaños en las estepas del Asia Central, serían los más grandes capitalistas, puesto que el significado originario de la palabra capital es ganado.

El fascismo, forma excepcional del Estado capitalista, es un fenómeno que se sitúa en la fase crítica de descomposición del imperialismo clásico, es decir, en el período que transcurre entre las dos guerras mundiales y que se clausura con la derrota del Eje y la reorganización del sistema capitalista mundial bajo la hegemonía norteamericana. No es posible, por lo tanto, un estudio del fenómeno al margen del análisis del imperialismo: sencillamente, el fascismo fue la respuesta de la burguesía monopólica a las contradicciones que estaban desgarrando la estructura social de los capitalismos que "llegaron tarde" a la constitución de una economía imperialista de alcance mundial.



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Adrián Ávila

Profesor universitario

 adrian7379@gmail.com

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